La literatura erótica en el islam, principalmente en su vertiente arabo-musulmana o persa, es fruto de una larga y fértil tradición literaria.
Si bien en el caso arabo-musulmana habría que hallar los antecedentes de tal literatura en la época pre-islámica, sin embargo no fue hasta el siglo IX cuando aparecen las primeras obras dignas de tal género, bajo el imperio de los Abasíes de Bagdad.
Hay que resaltar las numerosas traducciones de obras eróticas de Persia y de la India, que mandaron ejecutar los califas. Dichas obras, junto con la aparición masiva en Bagdad de esclavas foráneas, modificaron sustancialmente las prácticas sexuales de una clase aristocrática hedonista y ávida de placeres sensuales. Posteriormente, entre los siglos X y XV, la literatura erótica islámica alcanzó un gran auge en Al-Andalus y el Magreb, con obras destacadas en Siria, Yemen, Irak e Irán.
En el siglo XIX seguirán apareciendo tratados eróticos escritos por iraníes o turcos. No obstante, la “sexualidad refinada” fue siempre privilegio del estamento más pudiente y nunca encontró una plena acogida en el pueblo llano de las ciudades y de los campos musulmanes.
Además debemos añadir que el sexo en el islam es ante todo asunto de los juristas y ulemas. A través de los siglos se esforzaron por codificar sus manifestaciones en una estricta legalidad basada en el Corán y la Sunna, con su férreo control sobre la sociedad islámica. Hoy en día una gran mayoría de musulmanes desconoce el patrimonio de la literatura erótica del islam, aún vedado en muchos países islámicos.
Sexualidad y ortodoxia
“El beso se considera generalmente como una parte esencial del coito. El mejor sabor es el del beso aplicado a unos labios húmedos, succionando al mismo tiempo los labios y la lengua; particularmente, la succión de la lengua hace manar abundantemente una saliva fresca y dulce, más dulce aún que la miel purificada, y otra saliva que no sale de la boca. Naturalmente, todas las caricias y todos los besos son inútiles si el miembro no entra en la vagina.
Ya que has de saber, oh visir, que la mayoría de mujeres no hallan en los besos y las caricias solamente la plena satisfacción. Esta sólo se la proporciona el miembro varonil, y sólo aman al hombre que las penetra con fogosidad, aunque sea feo y contrahecho. Quien desee el goce que puede procurar una mujer debe satisfacer su embriaguez amorosa después de haberla estimulado con ardientes caricias. Verá entonces como ella se desvanece, en tanto su vulva humedece, el cuello de su matriz avanza y su simiente se mezcla con la del hombre”.
Jeque Al Nefzaui, El jardín perfumado, siglo XV
El Corán y la Sunna (esencialmente el conjunto de los hadices) dictan la relación ortodoxa del placer y del goce que establecen la armonía de la pareja (heterosexual). En el islam, gozo y placer carnal aparecen nítidamente como un indicio de apreciación de la “felicidad”.
El Corán evoca sin ambages la cuestión de la sexualidad en más de 82 azoras (capítulos). En la azora 2, aleya (versículo) 223 dice así:
“Vuestras mujeres son campo labrado para vosotros. ¡Venid, pues, a vuestro campo como queráis, haciendo preceder algo para vosotros mismos! ¡Temed a Allah y sabed que Le encontraréis! ¡Y anuncia la buena nueva a los creyentes!”
En cuanto al Paraíso, los musulmanes creen que rebosa de huríes cuya virginidad física se reconstituye después de cada penetración…
Según el historiador Al-Tabari (839-923) Muhammad (Mahoma, el Profeta) habría confesado en la víspera de su muerte: “Quise de este mundo a las mujeres, los perfumes y la oración” (precisando no obstante que la oración tenía preeminencia).
Si bien el islam tiene una vocación natalista, no prohíbe ni excluye el goce sexual lícito.
Con la elaboración del derecho musulmán, ulemas (teólogos) y fuqahas (juristas) elaboraron a partir de la segunda mitad del siglo VIII y del siglo IX toda una nomenclatura sexual, con su perímetro de lo lícito (halal) y sus impedimentos dogmáticos (haram). He aquí los más sobresalientes: la desnudez de la pareja adámica, la castidad prematrimonial, la continencia, la belleza, la seducción y la lujuria, la tentación y su antídoto, la moderación, la poligamia, el adulterio, el desenfreno, la fornicación, el repudio, los celos, el lugar de los eunucos, la frialdad sexual, la flagelación de la pareja adúltera, la prohibición de la homosexualidad, la sodomía, el velo de las mujeres, la proyección fantasmal de las huríes y de las esposas del Paraíso.
Varias decenas de versículos están dedicados al régimen de bienes en el matrimonio, al comportamiento ideal de la mujer en el seno de la familia, al papel de los niños y el respeto que se debe a los hijos mayores.
En el islam pues toda sexualidad fuera del matrimonio está proscrita, tanto para las mujeres como para los hombres.
Expresar el deseo
“Quien compara tu talle con la rama fresca,
mala y falaz comparación hacía:
La rama más hermosa es aquella
que se encuentra revestida por las flores;
tu, en cambio,
eres más hermosa cuanto más desnuda.”
mala y falaz comparación hacía:
La rama más hermosa es aquella
que se encuentra revestida por las flores;
tu, en cambio,
eres más hermosa cuanto más desnuda.”
Anónimo árabe
El lenguaje amoroso de la lengua árabe −el idioma sagrado por excelencia para todos los musulmanes− es impresionante.
El repertorio léxico es muy fértil por su riqueza y su precisión. Consta de un centenar de palabras para decir te quiero, y más todavía para expresar la conquista amorosa, la pasión, el deseo, el placer sexual y el orgasmo.
Así, la palabra tahayyûj, que significa ‘estar excitado, experimentar una intensa inclinación sensual hacia otra persona, desearlo sexualmente’, es evocadora tanto desde el punto de vista semántico como fonético, porque es del mar en furia de lo que se trata, del deseo que se manifiesta como olas que se amontonan en la superficie del cuerpo antes de estallar violentamente en sublime colofón…
Otra palabra, ghûlma, es la base biológica del deseo, su substrato orgánico, su instinto (ghariza). La expresión hâjat ghûlmatûhu significa que la pasión sexual se desborda. Para mostrar esta diversidad, he aquí una decena de otros términos empleados por los amantes: ichq, designa la pasión amorosa; chahwa, el instinto sexual; al-hûbb, el amor, con todas sus variantes, siendo al-hûbb al-ûdhri, el amor casto o el amor cortés, y hawa, mahibba y mawadda, amores de tinte espiritual.
El placer sensual, los juegos sexuales y el orgasmo (al-shabaq) son llamados respectivamente ladha, moula’ aba y tamattû. La transgresión sexual es denominada zina (fornicación), y es válida tanto para los hombres como para las mujeres. La mujer es dicha mûtabarrija, cuando manifiesta una libertad demasiado grande de costumbres.
La palabra awra (literalmente ‘ciego’), designa los órganos sexuales (que deben esconderse en el hamman). El amor homosexual se conoce como al-hûbb al-lûthi, mientras que la lesbiana es identificada de manera imprecisa (y más bien negativamente) por la palabra sihaqo mûsahaqa.
Literatura erótica arabo-musulmana
“Alabado sea Dios, que ha puesto el mayor placer de los hombres en la vagina de
las mujeres y el de las mujeres en la verga de los hombres. No se calma la verga
hasta penetrar en la vagina y esta no encuentra satisfacción sino en aquella.
Cuando se encuentran se produce la lucha, las cornadas, un combate feroz .
Alabo a Dios como un siervo incapaz de evitar amar las cosas buenas […].
Jeque Al Nefzaui, El jardín perfumado, siglo XV
La sociedad preislámica de Arabia (la Yahiliyyah) no nos dejó obras “eróticas” en el sentido tal y como hoy en día podríamos considerarlas.
Los días de los Árabes (Ayam al-Arab), que recogen los relatos y las leyendas de los árabes anteriores al islam, mencionan muchos romances, pero nada transcendental en el ámbito de la literatura de índole erótica, a pesar de la gran libertad sexual de que gozó dicha época. Con la llegada del islam clásico, aparecerá pues una autentica literatura erótica arabo-musulmana, sin duda muy influenciada por Persia y la India.
Sintetizando, podemos decir que las influencias de Persia en materia erótica destacan en los temas de la homosexualidad, de la belleza y de la estética. No obstante los afrodisíacos, los “secretos” de belleza y el amor cortés son más bien árabes. En cuanto a la India, es evidente la influencia del Kama Sutra sobre los autores arabo-musulmanes.
Entre los primeros autores ilustres de la poesía erótica aparece en la época de los Omeyas Umar Ibn Abi Rabi (644-719), apodado hoy en día por los historiadores el Casanova de Medina, y en tiempo de los Abasíes Abu Nuwas (757-815), famoso poeta, libertino y homosexual que fustigaba el islam y cantaba en sus versos báquicos su amor por el vino y los bellos muchachos afeminados. Murió en la cárcel durante el califato de Al-Mamun en extrañas circunstancias. Se cree que fue envenenado.
El arte de la conversación y la connivencia entre dos seres es retratado en una obra de Ibn Hayyan at-Tawhidi (siglo X) titulado Al-Imta ‘ wal-mû’anassa (Del deleite y de la bella compañía). Evoca la chanza sexual, la cortesía amorosa y la dulzura.
Los mismos temas son tratados por un número significativo de gramáticos, de poetas, de prosistas. Ibn Dawûd (868-910) es autor del Libro de la rosa (Kitab az-zahra), que bien podría ser la primera codificación del amor cortés; Ibn Hazm (993-1064), con su Collar de la paloma (Tawq al-hamama), deja a la posteridad un tratado de erotismo y de psicología amorosa que tanto apreciará Ortega y Gasset.
Autores ilustres que destacaron en el campo de lo erótico fueron también el poeta andaluz Ibn Zaydûn (1003-1071) y el cronista de los Abasíes afincado en Bagdad, Al-Jahiz (776- 869), considerado como el “padre” de la prosa clásica árabe, que no dejó de describir el comportamiento de los bebedores de vino y las costumbres sexuales de las prostitutas, de las esclavas cantantes, de los “guapos” y de los libertinos.
Algunas mujeres escribieron por otra parte textos eróticos, como Wallada, poetisa y princesa de Córdoba del siglo XI que no vaciló en expresar sus gustos sáficos.
No obstante, las obras eróticas “más calientes” del islam aparecieron en el siglo XIII con Las Mil y Una Noches, en el siglo XIV, con la Guía del despierto para la frecuentación del amado de Ibn Foulayta y en siglo XV con el celebérrimo Jardín perfumado (Ar-Rawd al atir nushati al játír) del jeque Al Nefzaui.
Y ya en el siglo XIX, el gran gramático y traductor iraní Mirza Habib Esfahani (1835-1893) escribe una obra provocativa, la Epístola del rabo, en la tradición persa de la poesía obscena y satírica (hazi).
Con estas obras eróticas, Oriente jamás dejó de hablar de la longitud del pene, de la belleza de la vulva, de la potencia copulatoria. Ciertos tratados no vacilan en evocar abiertamente la ninfomanía, la zoofilia y la masturbación.
Es cierto que la pintura orientalista de los siglos XVIII y XIX contribuyó a popularizar de un modo caricaturesco los harenes con sus odaliscas desnudas, fumando el narguile y esperando el “asalto del macho viril”. Hay que añadir también que muchos escritores europeos de estos mismos siglos (Flaubert, Nerval, Burton, Lane, etc.) plasmaron sus fantasías sexuales a la hora de retratar un “Oriente sensual y sibarita”…
La homosexualidad
“Entre las gentes no tengo igual. Mi agua es el vino,
mi aperitivo los besos.
Mi lecho son los traseros desde que me levanto hasta que
me acuesto”.
Abū Nuwās
En su célebre novela En busca del tiempo perdido, Marcel Proust recuerda la vacilación de su madre a la hora de ofrecerle una de las dos traducciones disponibles de las Mil y Una noches: la primera, más o menos fiel al texto original en árabe, y la otra, censurada y pulida de todo contenido erótico u homosexual.
Pero mucho antes de la época de Proust las sociedades europeas consideraban que la perversión, el libertinaje y la corrupción moral procedían de Oriente y más precisamente del mundo musulmán. Las costumbres sexuales árabes chocaban por su “crudeza” a las élites burguesas. Por ejemplo en el siglo XVII, Joseph Pitts, un joven inglés capturado por los corsarios argelinos, describe en sus memorias, no sin aversión y horror, cómo en Argel ” los hombres se enamoraban de chicos, como en Inglaterra lo harían con mujeres”. Sin embargo bien parece ser que nuestro joven inglés se haya “olvidado” de mencionar la larga historia de la homosexualidad en la Grecia y en la Roma de la antigüedad, en la Edad Media y en los tiempos del Renacimiento…
Uno de los primeros textos literarios en árabe que trata abiertamente de la cuestión de la homosexualidad es el Mofakharat Alghilman wa Aljawari de Al Jahiz. En este libro escrito en forma de diálogo, dos hombres discurren acerca de sus preferencias sexuales: el primero expone las razones de su amor por los efebos, mientras que el segundo defiende su pasión para las mujeres.
El islam tiene una visión de la pareja fundada sobre “la armonía preestablecida e intencional de los sexos”. Lo que supone una complementariedad de lo masculino y de lo femenino. El fin de esta complementariedad es el goce y el placer, pero también y sobre todo la procreación y la perpetuación de la raza humana. En este espíritu, la homosexualidad sería una violación de la armonía natural y una amenaza de anarquía y desequilibrio.
El Corán no precisa un castigo específico que sanciona el acto homosexual, lo que abre la puerta a todo un debate teológico sobre la naturaleza del castigo. Según un hadiz del profeta, la sanción debe ser la pena de muerte, a semejanza del castigo divino sobre el pueblo de Loth. No obstante, la similitud con Zina (la fornicación) es evocada por ciertos ulemas musulmanes para establecer variaciones en la sanción: la lapidación hasta la muerte para el homosexual casado, y latigazos para el soltero. La homosexualidad femenina es tratada con una indulgencia relativa, pues no es asimilada ni a la fornicación ni a la homosexualidad masculina. Las sihakyate (‘lesbianas’) son objeto de una reprimenda simple dejada a la discreción del juez. La ausencia de la penetración anal, cuya existencia define la homosexualidad según el criterio de los teólogos musulmanes, explica probablemente esta “mansedumbre”.
En la teología musulmana, la práctica de la homosexualidad, para poder ser demostrada como un hecho probado, requiere las mismas pruebas que en el caso de la fornicación: el testimonio de cuatro personas que atestiguan haber visto y haber discernido una penetración total, o bien una confesión sin retractación de las personas concernidas. Exigencias drásticas que hacen casi inaplicables las sanciones de esas prácticas homosexuales.
Las conquistas militares y el contacto con otras civilizaciones engendraron un profundo cambio en la sociedad musulmana, a menudo en contradicción con las prescripciones del texto coránico.
La extensión del imperio musulmán, particularmente bajo la dinastía Abasí, engendró un cambio de los valores y de las normas, y surgieron nuevas costumbres. Los amores masculinos fueron proclamados y tolerados en tanto que amores no sólo carnales y sexuales, sino también filosóficos y místicos.
Los califas y sus efebos
El califa Al Amin (809-813) compraba muchos eunucos para disfrute propio, renunciando así a sus mujeres y concubinas. Al Amin, hijo y sucesor del gran califa Harun al-Rachid, tenía un amor desmesurado por algunos de sus esclavos varoniles, y componía para ellos poemas donde manifestaba su pasión y su llama. El califa, cuyo imperio se extendía del Magreb a China, describe así a su servidor Kawthar en uno de sus poemas: “Kawthar es mi religión y mi vida, mi enfermedad y mi médico. Muy injusto es aquel que censura su corazón por amor”.
Otros califas Abasíes, como Al Mutasim (833-842) y Al Wathiq (842-847), escribían poemas de amor dedicados a jóvenes muchachos y a efebos. El califa Al Mutasim estaba prendado de un joven de una belleza excepcional que se llamaba Ajib, por el cual sentía una pasión sin freno.
En su tratado histórico Albidaya wa Alnihaya, Ibn Kathir, jurista y teólogo sirio del siglo XIV, lamenta la homosexualidad de la mayoría de los reyes y de los príncipes, pero también de los comerciantes, de la gente ordinaria, de los escritores, de los ulemas y de los jueces, “salvo aquellos a los que Dios quiso preservar de este vicio”. Al Maqrizi, el historiador egipcio del siglo XV, relata que en su época ” la homosexualidad era tan común que las mujeres debían vestirse de hombres para tener gracias a los ojos de sus pretendientes”.
Sin querer minimizar la homosexualidad en las costumbres de los árabes, tanto durante la época preislámica como en la época islámica, podemos decir que dicha mutación mental y cultural de la sexualidad arabo-musulmana en una escala más amplia se explica por la influencia que ejercieron las culturas y las civilizaciones anexionadas por las conquistas militares musulmanas. La herencia griega, persa e hindú fueron determinantes en este cambio cultural.
Por Ernest Bendriss ,ESTE ARTÍCULO APARECIÓ EN ANATOMÍA DE LA HISTORIA POR VEZ PRIMERA EL 13 de enero de 2014]
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