Si hubiera una Liga de las Mujeres Extraordinarias, Hildegarda de Bingen debería presidirla. Pero una vez más, la historia de las mujeres es la historia silenciada. Y poco tendría que envidiar a Leonardo da Vinci, pero este es popular y universalmente reconocido, mientras Hildegarda queda opacada.
No era fácil para una mujer destacar en la sociedad del siglo XII, pero Hildegarda de Bingen logró ser abadesa, mística, teóloga, científica, médica, música, escritora... y vivir 81 años plenos. Además, su fama de visionaria, legitimada por el Vaticano, le dio fama en toda Europa; hasta el punto de que emperadores como Federico Barbarroja, reyes y cargos de la Iglesia le consultaran sobre diversas cuestiones, por lo que también influyó en el mundo de la política y la diplomacia.
Era la menor de 10 hermanos de una familia noble alemana y a los 14 años fue recluida en el monasterio de San Disibodo. Allí aprendió latín, griego, liturgia, música, oración y ciencias naturales. A los 38 ya era la madre superiora, y compaginó la dirección del convento con la escritura de nueve libros sobre temas diversos. Como científica-médica trató los elementos de la naturaleza, el cuerpo humano y las causas de las enfermedades desde una perspectiva global que incluía conocimientos de botánica y biología. Fue pionera en el estudio del cuerpo femenino por separado del masculino, relacionando sus observaciones con las características de género. Además, se atrevió a describir el acto sexual como una unión que iba más allá de la procreación, y consideró la condición social y la educación de la mujer.
Una mujer incansable
Destacó también en la música. Su original creación musical –la Sinfonía de las revelaciones celestiales, que ha sobrevivido en manuscrito– comprende 77 canciones y una ópera. Desde 1977, el grupo alemán Sequentia se dedica a interpretar su obra, que también interesó al movimiento New Age.
Y menos mal que no fue conceptuada como bruja, porque desde niña, Hildegarda tuvo visiones –luces y figuras misteriosas en el cielo...– que la Iglesia atribuyó a la inspiración divina. La causa probablemente fuera neurológica, por las fuertes migrañas que sufría.
Hildegarda murió en el monasterio de Rupertsberg, que había fundado ella misma cuando tenía 50 años y donde durante tres décadas desplegó una febril actividad más propia de una figura renacentista que de una monja del medievo.
Fue una mujer extraordinaria que merece ser recordada.
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