El volumen recién aparecido se titula ‘La Iglesia en Andalucía durante la Guerra Civil y el primer franquismo’, ha sido editado por el Secretariado de Publicaciones de la la Universidad de Sevilla y reúne un total de 14 trabajos recopilados por el profesor José Leonardo Ruiz Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea en la Hispalense. La obra retrata otra cara de la Iglesia católica y el papel de aquellos curas que durante la República recalarían en algunos pueblos de Andalucía oriental, en algún caso vinculados con mismísimo Frente Popular. Contrarios al régimen franquista y a su aparato represor, concluida la guerra muchos de ellos fueron obligados a exiliarse, mientras otros mostraban su rechazo a aquella nueva España que se vislumbraba desde la Andalucía más profunda.
La Universidad de Sevilla resaltaba, en una nota pública sobre el volumen coordinado por Ruiz Sánchez, que “resultan llamativas” las incursiones de algunos autores en nuevas temáticas, como la colaboración del clero en el frentepopulismo”. En este sentido se trata de 14 trabajos “novedosos” para una época “convulsa y difícil a la hora de ser abordada”. Su editor reflexiona en esta entrevista sobre algunas de las claves de la obra.
–¿Qué aporta esta nueva investigación sobre el papel de la Iglesia durante la Guerra Civil y el primer franquismo?
–Los elementos más novedosos aluden, sobre todo, a cómo funcionó la Iglesia en aquella zona donde la institución es perseguida. La documentación manejada ha permitido conocer que algunos miembros de la Iglesia, una proporción mínima ciertamente, colaboraron con las autoridades republicanas sin que eso conllevase una identificación con su ideal o una complicidad con las atrocidades que contra la institución se estaban cometiendo. A pesar de vivir situaciones complicadas, logran sobrevivir; hubo algunos que sí se secularizaron pero fueron la excepción.
–Se trata de figuras bastante desconocidas en Andalucía.
–Ese papel resulta poco conocido, al contrario de lo que ocurre en el caso del País Vasco en el que hay una parte del clero, nacionalista, que no acepta el régimen de Franco y es perseguida por ello. En Andalucía también encontramos esa tipología de Iglesia contraria al nuevo Estado investigando casos de sacerdotes que se mantienen fieles al bando republicano y son perseguidos con posterioridad.
–Desde el final de la guerra en el año 39, ¿podría decirse que no toda la Iglesia se identificaba con el nuevo régimen?
–Es que, a pesar de lo que se repite con reiteración, aquella Iglesia no se identificaba plenamente con el franquismo. No solo no se identifica sino que entienden que el franquismo, por la deriva totalitaria que tiene, vinculado a los regímenes alemán e italiano, debe ser cuestionado y eso a pesar de que con el movimiento iniciado a partir del 18 de julio al menos no peligraban sus vidas.
–¿Y la connivencia con la represión?
–Otra de las cuestiones que hemos podido identificar en este trabajo es que la Iglesia no participa en muchos procedimientos represivos. En la medida en que la legislación requería sus informes, sobre todo en la legislación de 1939 y 1940, los hacía pero en la mayoría de casos eran bastante benignos o se desentendían de las acusaciones con un “no lo sé”. En general no hay actitud vengativa y suele mostrar, insisto que en general, una actitud misericordiosa con aquellos que les han perseguido. Nos salen casos de sacerdotes que testifican a favor de quienes habían sido masones, por ejemplo; y algunos de estos, habían amparado a religiosos durante la Guerra.
–¿Se recogen casos de ese tipo en el libro?
–Así lo están determinando las investigaciones en curso, que aún tardarán en estar concluidas. Algunas de esas cuestiones aparecen claramente reflejadas en este libro, concretamente en la zona del Obispado de Guadix-Baza. Fue el caso, por ejemplo, de un sacerdote que termina siendo el secretario del Comité del Frente Popular de su pueblo durante buena parte de la guerra hasta que fue movilizado: no participa en la violencia y sí que hace mucho por salvar a los de uno y otro bando. Es más, los miembros del Comité le pedían a su compañero cura que los casaran por la iglesia o bautizara a sus hijos. Al acabar la Guerra y ver que se persigue en el pueblo a los del bando republicano, como él había participado con ellos, considera que a él también se le tiene que perseguir. Con eso alcanza que se liberasen los republicanos detenidos. Queda claro que es mucho lo que falta por escribir de la Historia de la Iglesia en Andalucía y, también, se ha de matizar mucho lo conocido hasta ahora. En esta temática se tiende más al análisis ideológico que a uno serio que deje hablar a las fuentes documentales.
–En su investigación ha puesto de relieve la historia de este sacerdote de Guadix, antes desconocida, ¿no es así?
–Este cura se llamaba José María Martínez Castro. Vivió hasta los años 80, escribió sus memorias y se conoce por ser el párroco de Villanueva de las Torres (Granada). Posteriormente se incardinaría en la diócesis de Málaga volviendo ya a Granada muy mayor. En los documentos que he podido investigar, él describe algunos de los otros sacerdotes de la diócesis que militan en partidos políticos de la izquierda que terminan secularizándose posteriormente.
–La Andalucía de la Guerra Civil estaba dividida por las dos zonas ideológicas. ¿Cómo viven esta situación los curas del bando republicano?
–Andalucía está dividida en plena contienda. Se gana rápidamente la parte occidental pero luego hay toda una parte oriental donde el conflicto armado llega hasta el final. Cuando el frente se estabiliza en febrero del año 37 de Motril hacia el norte, lo que queda al este, la guerra en Almería, zonas de Granada y Jaén, está en el bando republicano hasta el final. Se ha investigado mucho cómo funcionó esa Iglesia en la clandestinidad, cómo algunos de estos sacerdotes participan en el cruce del frente de batalla. Y una cosa que está comenzando a conocerse es cómo son tratados los sacerdotes que han conseguido pasar de la zona republicana a la zona nacional. Los de la zona nacional reciben muy mal a los curas que han estado en el lado republicano.
–¿Por qué?
–Pensaban de ellos que si han estado en esta zona y no han sido asesinados es porque han sido cómplices de dicho bando y participado en sus atrocidades.
–¿Hay casos de represión hacia esos sacerdotes que volvían a la zona nacional?
–Por ahora, en este proceso de la investigación, no nos consta. En primer lugar, si han sido sacerdotes, salvo que estén implicados en cuestiones mayores, es en el seno de la propia Iglesia donde se resuelve el asunto. Si han tenido una militancia política y se han secularizado, por ejemplo, entonces se les aplicaban las medidas represivas como a cualquier civil. También los hay que, fieles a la legalidad anterior al golpe militar, deciden marcharse al exilio.
–¿Hay casos de curas exiliados por el régimen?
–Un caso muy notable es el de José Manuel Gallego Rocafull, recientemente estudiado por José Luis Casas. Natural de Cádiz, era canónigo en Córdoba, siendo una destacada figura del clero español. Nunca se identificó con la sublevación nacional, al entender que la legalidad estaba de parte de la República. La Guerra la sufre en Madrid, donde se da la paradoja de ver cómo defendía un ideal que en la zona donde estaba implantado se producía la persecución a la Iglesia de la que es parte. Se exilió en México, estando suspendido durante algún tiempo de sus tareas eclesiales, lo que no le hizo abandonar nunca su vocación de sacerdote en aquel país; más tarde le fue levantada la suspensión, pudiendo ejercer su ministerio. A España no volvería nunca más.
–¿Ha sido dificultoso el acceso a estos testimonios?
–Muchos sacerdotes han dejado escritas memorias de sus vivencias durante la Guerra. Al recuperar estos textos nos dan pistas bastante sustanciosas. El caso del párroco del Villanueva de las Torres, como hemos hablado antes, es uno de los más sorprendentes pero también hemos hallado la historia del seminarista almeriense Rafael Romero Robles, que se encontraba en el año 36 concluyendo su estudios en el seminario para posteriormente ordenarse. Cuando estalla la Guerra, a todos los efectos es un civil y es movilizado por la zona que le toca junto al ejército republicano. No interviene en servicio de armas y consigue cruzar el frente y llegar a Córdoba. El drama de este joven continúa cuando allí, ya zona nacional. En esta ciudad se entiende que él ha actuado como cómplice del bando republicano, a pesar de que se ha jugado la vida.
–Una situación comprometida.
–De hecho, en una parte de las memorias dice textualmente: “A estos que así me han tratado en Córdoba, los mandaba yo a la otra zona para que vieran lo que hemos sufrido nosotros”. Cuando termina la contienda y se quiere ordenar sacerdote, la propia legislación eclesiástica le indica que tiene que esperar dos años para saber si puede ordenar o no, en relación a determinadas actuaciones que habían de realizarse previamente.
–Estos sacerdotes en zona republicanas, ¿renuncian a sus votos o intentan ejercer una labor de adoctrinamiento en estos lugares?
–En la mayoría de los casos, no renuncian a mostrar claramente su fe católica. En otros, entendían que quien había quebrantado la legalidad del Gobierno republicano habían sido los militares, y que con ello habían propiciado una guerra que trataban de ganar.
–¿Continúan diciendo misa?
–Lo hacen a título privado. Oficiaban en las casas y no en los templos, que se encuentran confiscados por la República. En el caso del sacerdote accitano, lo ubican en uno de los destinos que estuvo en una casa de gente católica en la Alpujarra Alta, dice misa vestido de militar y utilizando como vasos sagrados el menaje doméstico que tiene la familia. Sin mucha gente entre los fieles porque de descubrirse podría tener consecuencias.
–¿Cómo vivían aquella situación de clandestinidad estos curas?
–Complicada. Cuenta en estas memorias el sacerdote granadino que se trasladó a Baza, como secretario del Comité frentepopulista, para recabar del gobernador civil una aprobación presupuestaria. Coincidió con la desbandada de Málaga, lo que hacía que la ciudad estuviese llena de refugiados que huían desesperadamente hacia el levante. Para su protección llevaba varios jóvenes del pueblo. Como no estaba el gobernador, decidieron entretenerse en el cine y uno de los guardias, en la plaza llena de milicianos, le gritó “Sr. cura, ¿ha comprado las entradas?”. En aquel momento, tal y como narra en las memorias, todas las cabezas se giraron hacia él y se temió lo peor. En aquella situación tensísima le echó reaños diciendo “Ya te he dicho que cuando estoy fuera del pueblo no uses mi apodo porque estos señores pueden crear otra cosa”. Por su parte, el seminarista de Almería recordaba que en Córdoba, después de haber cruzado el frente, fueron los padres salesianos quienes le prestaron toda la ayuda y no la curia diocesana.
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