a los pies de una solitaria colina de piedra caliza de 96 metros, coronada por un extraño pináculo, conocida por los locales como Gebel Barkal y que fue bautizada por los antiguos conquistadores egipcios de Nubia como La Montaña Pura, se fundó Napata, una ciudad que durante cuatro siglos marcaría el límite sur del imperio africano de Egipto.
Cuando los egipcios se retiraron de Nubia, Napata se convirtió en la capital y centro de culto del reino independiente de Kush. Entonces las tornas cambiaron, y los reyes kushitas conquistaron Egipto en el siglo VIII a.C. Daba comienzo así el reinado de la dinastía XXV, la de los faraones negros.Las ruinas de la otrora poderosa Napata, al sur de la cuarta catarata del Nilo, fueron excavadas a principios del siglo XX por el arqueólogo norteamericano George A. Reisner. Más tarde, en la década de 1980, otra expedición, dirigida por el arqueólogo Thimothy Kendall, volvió a explorar el lugar. Entonces Kendall se fijó en algo que hasta entonces no había llamado la atención de los investigadores: el sugestivo pináculo que adornaba Gebel Barkal. ¿Qué era aquello?
LA COBRA PROTECTORA
Ya en la década de 1820 empezó a plantearse si aquel extraño pináculo era algo natural o por el contrario era obra humana. Algunos estaban convencidos de que se trataba de una estatua tallada en la roca, muy erosionada. En 1941, unos curiosos que la observaron con prismáticos avistaron una inscripción cerca de la cima. Finalmente, en 1987 Kendall y el escalador Paul Duval llegaron a la cumbre del pináculo, de 85 metros, y comprobaron que en realidad era una formación rocosa natural, aunque también hallaron vestigios de un antiguo monumento que alguien erigió allí.
En 1941, unos curiosos que la observaron con prismáticos avistaron una inscripción cerca de la cima.
En 1986, antes de subir hasta la cumbre del pináculo, Kendall y la también arqueóloga Cynthia Shartzer intentaron leer las inscripciones con un telescopio, pero no fueron capaces de distinguir nada debido a la erosión. Así, cuando finalmente Kendall y Duval llegaron hasta la cima pudieron leer allí inscritos los nombres de dos reyes: Taharqa y Nastasen.
Aunque no fue eso lo único que hallaron en las alturas. También había restos de un gran panel con una inscripción, en su día recubierta de oro, en la cual el faraón kushita Taharqa conmemoraba sus victorias sobre los enemigos del Este y del Oeste. De hecho, los agujeros en la piedra contenían clavos de bronce para sujetar el panel. ¿Por qué ordenaría el monarca construir un monumento allí? ¿Tal vez la extraña forma del pináculo llamó su atención por algún motivo?
Los egipcios, y también los kushitas, dieron a la montaña un significado religioso precisamente debido al inusual pináculo independiente de su esquina suroccidental. ¿Pero cuál? Lynn Holden, arqueóloga del equipo de Kendall, afirmó, basándose en lo que decían los relieves del templo de la diosa Mut, erigido justo al pie del pináculo, que esta formación rocosa representaba para los antiguos egipcios una imagen del ureo, la cobra sagrada protectora de la realeza, coronada con la corona blanca del Alto Egipto (hedyet).
También, dependiendo del ángulo de visión, creyeron ver en el pináculo a un ureo coronado con el disco solar, e incluso un falo erecto, evocador de la fuerza generadora del dios Amón. De este modo, parece probable que se considerase Gebel Barkal como el hogar del dios Amón y el pináculo, una fuente de poder real.
UNA CIUDAD LLENA DE TEMPLOS
De este modo, Napata, ya desde que los faraones egipcios de la dinastía XVIII dominaron aquel territorio, fue creada como una ciudad sagrada repleta de templos, que se levantaron enfrente de este pináculo protector. Y es que los soberanos egipcios hicieron construir allí varios santuarios dedicados a Amón, el dios principal del panteón, siendo el más importante de todos el gran templo erigido a los pies de la montaña de Gebel Barkal, y que sería ampliado por Taharqa.
Napata, ya desde que los faraones egipcios de la dinastía XVIII dominaron aquel territorio, fue creada como una ciudad sagrada repleta de templos.
A lo largo de casi toda la historia del país de Kush, la montaña sagrada de Gebel Barkal continuó siendo el centro religioso más importante del reino, y durante muchos siglos también fue el núcleo principal donde tenían lugar las coronaciones de sus soberanos, así como diversos rituales reales (de hecho, a los pies de la montaña se descubrió el llamado "pabellón del trono", del siglo III a.C., donde tenían lugar estas ceremonias). Finalmente, hacia el año 350 d.C., tras la decadencia del reino meroítico, el lugar acabaría convirtiéndose en un pueblo cristiano y un cementerio, y su pasada gloria caería en el olvido…
durante laEdad Mediamillones de toneladas de piedra fueron extraídas para la construcción de catedrales, iglesias, monasterios, castillos... Sólo en Francia, entre 1050 y 1350 se edificaron 80 catedrales y 500 grandes iglesias, además de miles de iglesias parroquiales. En tres siglos los franceses utilizaron más piedras que las empleadas en todala historia del antiguo Egipto, y eso quela gran pirámide de Keops, con sus casi 147 metros de altura, necesitó un volumen de más de 2.500.000 metros cúbicos de piedra. No olvidemos que las grandes catedrales tienencimientos de hasta 10 metros de profundidad(el nivel medio de una estación del metro parisino) y en algunos casos forman una masa de piedra tan considerable como la de la parte visible.
Las dimensiones de estas construcciones destacan por su proporción con respecto al resto de la ciudad. Así, la superficie de la catedral de Amiens, que cubre 7.700 metros cuadrados, permitía que todos sus habitantes –alrededor de 10.000 personas– asistieran a la misma ceremonia, mientras que en Notre-Dame de París tenían cabida 9.000 feligreses, casi la población entera de la ciudad en aquella época. De igual modo, llama la atención la altura de las naves de esas catedrales,así como la de sus torres y flechas
En el coro de la catedral de Beauvais se podría hoy construir un inmueble de 14 pisos antes de alcanzar la bóveda, que se levanta a 48 metros del suelo; para igualar a los hombres de Chartres que en el siglo XII elevaron la flecha de su catedral a 105 metros, se debería edificar un rascacielos de hasta 30 pisos, mientras que para emular a los habitantes de Estrasburgo, que construyeron su torre hasta una altura de 142 metros, sería necesario erigir un rascacielos de 40 pisos. Pero ¿quiénes fueron los hombres –arquitectos y, sobre todo, artesanos de la piedra– que hicieron posible la realización de tan colosales obras?
LOS ARTESANOS DE LA PIEDRA
Frente a los canteros desconocidos del antiguo Egipto, en no pocos casos disponemos de información documental de los obreros del medievo occidental, que nos permite conocer su identidad, su régimen de vida y su trabajo. La guía de Santiago de Compostela (el Códice Calixtino), en el siglo XII, cita con admiración los 50 artesanos de la piedra que habían trabajado en la catedral; de Westminster sabemos que en 1253 los canteros que trabajaban en la catedral eran una media de 40; la comuna de Siena se obligó por sus estatutos de 1260 a mantener a diez de forma permanente en la obra de la catedral, mientras que Praga, a mediados del siglo XIV, tan sólo trabajaba en la catedral una media de 15 o 20 masones o albañiles.
Estas informaciones plantean varias cuestiones que van desde la denominación y variedad de los canteros de la época hasta la organización del trabajo y la forma de vida, incluida su reglamentación social y profesional. En primer lugar, hay que señalar que, así como el arquitecto disfrutaba de una situación social elevada, siendo considerado un individuo que ejercía un arte liberal más que un oficio básico, los masones disponían de una serie de ayudantes o servidores a quienes los documentos se suelen referir con el término latino famuli, al tiempo que en su trabajo contaban con el concurso de un gran número de técnicos pertenecientes a otras corporaciones de oficios: carpinteros, herreros, plomeros, vidrieros, pulidores y, sobre todo, peones y carreteros.
Para tener una idea de la proporción de gentes de estos oficios que trabajaban en una gran construcción, podemos tomar como punto de referencia la obra de la abadía de Westminster, donde en el mes de mayo de 1253 encontramos trabajando a 39 canteros, 15 marmolistas, 26 albañiles-asentadores (de piedras, de sillares), 32 carpinteros, 2 pintores, 13 pulidores de mármol, 19 herreros, 14 vidrieros, 4 plomistas y 176 peones. En total, 340 hombres.
CANTEROS Y ALBAÑILES
El canónigo Hugues de Saint-Victor enumera, a mediados del siglo XII, varias categorías de obreros. Considera que la arquitectura se divide en masonería cementaria –que concierne a los canteros o tailleurs de pierre(latomus, en latín) y a los albañiles o maçons (cementarios)– y en carpintería –que concierne a los carpinteros (carpentarios) y ebanistas o meusiers (tignarios)–. Si nos limitamos a los obreros de la piedra, la distinción establecida por Hugues de Saint-Victor parece corresponder a dos profesiones diferentes: latomus, el que da forma a la piedra, y cementarius, el que la coloca y la une a las otras con mortero.
Ambos oficios se solían designar de distinta forma en la lengua de cada país. Así, en Inglaterra se llamaba hewers a quienes tallaban la piedra, y layers a los que la instalaban. En Francia, a mediados del siglo XIII, en los Estatutos de Étienne Boileau se habla indistintamente de los albañiles, canteros y picapedreros de París (maçons, tailleurs de pierre et morteliers). En Alemania, el albañil o masón es el maurer, y el cantero el steinmetz.
Pero esta distinción tampoco se respetaba demasiado: en 1390-1393, por ejemplo, el arquitecto Ulrich d’Ensingen es designado alternativamente con las dos expresiones y, además, en algunas obras los mismos obreros trabajaban durante el invierno en la cantera como artesanos de la piedra, y durante el verano en la construcción como albañiles.
MASONES: LA ARISTOCRACIA GREMIAL
A comienzos del siglo XV los canteros tienden a formar una verdadera aristocracia dentro de los gremios, las corporaciones, gildas o cofradías del arte de la construcción. Hacia 1402, en Estrasburgo, hubo un enfrentamiento entre albañiles y canteros por la custodia de la bandera de la corporación. El triunfo de estos últimos confirma su aventajada posición. En 1549, en los célebres Estatutos de Ratisbona (a los que nos referiremos más adelante) se prevé, incluso, que si el aprendiz que se ha formado con un albañil (maçon, maurer) quiere hacerse cantero (tailleur de pierre, steinmetz), su aprendizaje, en lugar de durar cinco años, quedará reducido a sólo tres.
La situación en Inglaterra, a comienzos del siglo XIV, viene a confirmar lo anterior. Los que trabajaban la piedra (hewers) eran mejor pagados que los que la colocaban(layers), pero en muchos casos la confusión es grande, ya que los primeros son designados en latín por cementarius (albañil) en lugar de hacerlo por latomus (cantero). A partir del siglo XIV, en Inglaterra se impondrá un nuevo vocabulario que distingue entre el freestone-mason, es decir, el albañil que trabaja la piedra blanda o de adorno, frente al rough-mason, albañil que trabaja la piedra más tosca y dura, de sillería. La expresión freestone-mason sería reemplazada poco a poco por la más simplificada de free-mason, una palabra que alude evidentemente a la calidad de la piedra y no a presuntas franquicias o libertades de las que se habrían beneficiado los constructores de catedrales. Así lo indica, por ejemplo, el hecho de que en el año 1351, en Londres, se utilice la expresión anglofrancesa maître maçon de france peerpara referirse a un maestro artesano de la piedra franca, entendida ésta como piedra maleable y fácil de trabajar.
Estamos, pues, en presencia de dos clases o categorías de obreros: el masón superior o cantero, que es el que trabaja la piedra, y el inferior o albañil, que no posee la misma formación y que está encargado principalmente de colocarla. Y dentro del masón superior o cantero, se distingue entre el artista que trabaja la piedra blanda de adorno (para hacer molduras, capiteles, estatuas...) y el picapedrero –o piedrapiquero, como se le llama en Aragón– que trabaja la piedra dura de sillería.
UN OFICIO ITINERANTE
Los masones o canteros medievales que trabajaban en una obra no eran, como puede pensarse, originarios de la misma región en la que trabajaban, bien al contrario. Como se trataba de un trabajo muy especializado, los canteros se desplazaban allí donde les requerían, aunque se tratase de regiones o países distintos a los de su origen. El análisis onomástico de la documentación de la época así lo confirma. En la abadía de Vale Royal (Gran Bretaña), los investigadores D. Knoop y G. P. Jones estiman que sobre un total de 131 masones, tan sólo había un 5 o un 10% originarios de la zona. En la obra de Saint-Victor de Xanten (Alemania), S. Beissel constata la presencia de muchos extranjeros. En Premontré (Francia), los masones franceses trabajaban a un lado de la iglesia, y los masones alemanes al otro, rivalizando entre sí. En algunos casos, se trataba de grupos, cuadrillas o logias itinerantes que trabajaban algunas semanas o meses y continuaban su viaje. Esta movilidad migratoria se constata igualmente por los signos lapidarios que nos permiten seguir el paso o permanencia del mismo equipo de trabajo en distintas obras (ya sean catedrales, iglesias o castillos) de una misma región o valle.
Estas migraciones se remontan a épocas muy lejanas. En Alemania, por ejemplo, una carta del año 549 advierte al obispo de Tréveris del envío de masones italianos. Para la construcción del monasterio de Schildesche, en Westfalia, fundado en 940, se hacen venir de las Galias fabri murarii et cementarii, y a principios del siglo XI, el obispo Meinwerk, de Paderborn, hace construir la capilla de San Bartolomé por graecos operarios(trabajadores griegos). También existía la costumbre de que cuando un arquitecto o maestro masón se desplazaba, tomase con él a un cierto número de obreros. Así, por ejemplo, en 1483, cuando el alsaciano Niesenberg fue a trabajar a Milán para construir allí el tiburium o cúpula de la catedral, llevó consigo a no menos de 13 compañeros. Estos desplazamientos explican que se constate tan a menudo en tal o cual obra influencias lejanas un tanto desconcertantes.
OBREROS LIBRES, SIERVOS Y MONJES
Si exceptuamos ciertos casos, como el de Inglaterra, cuyo rey en alguna ocasión recurrió al sistema de «presa» –en uso en aquel entonces en la marina real, y que consistía en que un sheriff procedía a una leva obligatoria–, los obreros eran, en general, de condición libre. No obstante hay constancia, en textos antiguos, de vestigios de siervos que trabajaban en tal o cual edificio –como, por ejemplo, el de un siervo que es donado a la obra de una catedral–.
En algunos monasterios también se constata la presencia de conversos o legos(frates barbati, monjes que habían profesado pero no tenían opción a las sagradas órdenes) y oblatos (seglares) que desempeñan oficios de la construcción. Según el abate Trithème, había en Hirsau unos 50 oblatos y unos 60 barbati. La habilidad de estos conversos debía ser considerable, pues el emperador Federico II, en 1224, tomó a su servicio a los conversos de las abadías cistercienses para la construcción de sus castillos y residencias. Pero Knoop y Jones han demostrado que los conversos representaban un número muy reducido de quienes trabajaban aquellas construcciones, y que no existieron monjes dedicados en exclusiva a estas tareas.
LOGIAS Y COFRADÍAS
La movilidad que se constata entre los obreros de la piedra nos recuerda que los canteros no sólo eran libres, sino que en muchos casos eran independientes, con lo que escapaban a la organización gremial de las ciudades que los empleaban, sobre todo en Alemania. Así, por ejemplo, en el Estrasburgo del siglo XIV las querellas entre los obreros de la ciudad y los de la catedral fueron frecuentes.
Esta independencia de los constructores de catedrales con una organización propia nos conduce a la institución de la logia, término que en principio designaba el recinto donde se reunían los masones que trabajaban en una obra. Tanto los canteros alemanes como los masones libres ingleses, al reunirse en logias, formaban verdaderos gremios o gildas de los oficios, que eran a la vez entidades reconocidas oficialmente con derechos políticos y cofradías o corporaciones libres que poseían la doctrina secreta de su arte u oficio.
En Europa existió –en varias formas– una organización sumamente desarrollada al respecto, que tuvo su expresión más notable en la reunión celebrada el 25 de abril de 1459 en Ratisbona, donde se congregaron maestros de logias de toda Alemania. Se aprobaron allí unos Estatutos que constaban de 52 artículos, y que constituían un verdadero código deontológico (es decir, ético) de la profesión, cuyo ejercicio –al igual que la vida del masón– debía estar informado por la fe cristiana.
En este sentido, tras mencionar la jerarquía corporativa de maestros, compañeros (oficiales) y aprendices, se precisa en los Estatutos que para entrar en la corporación es preciso haber nacido libre y ser de buenas costumbres, no debiendo el masón vivir en concubinato ni entregarse al juego. Son obligatorias la confesión y la comunión al menos una vez al año; los bastardos son excluidos; y los masones itinerantes son objeto de previsiones particulares.
El alma de la convención de Ratisbona parece haber sido el maestro de obras de la catedral de Estrasburgo, Jobst Dotzinger. Los jefes de las grandes logias de Estrasburgo, Berna, Colonia, Viena y Zurich fueron reconocidos como jueces supremos de las sociedades autónomas compuestas por maestros, aprendices y compañeros, y el maestro de la logia principal de la catedral de Estrasburgo fue el encargado de juzgar y resolver las diferencias surgidas entre sus afiliados.
LA VIDA DEL MASÓN
Dada la importancia de la gran logia de Estrasburgo, los estatutos de los canteros de la catedral de esta ciudad presentan especial interés para conocer la organización profesional de los masones. En 1782, el canónigo Grandidier publicó un resumen de los mismos y explicó el funcionamiento de esa sociedad, cuyos miembros no tenían comunicación alguna con los otros masones, que solamente sabían emplear el mortero y la paleta.
Su principal trabajo consistía en el diseño de edificios y en la talla de las piedras, lo que consideraban como un arte muy superior al de los otros masones. La escuadra, el nivel y el compás se convirtieron en sus atributos y símbolos característicos.
Puesto que consideraban su arte distinto al de la masa de obreros, habían resuelto formar un cuerpo independiente, para lo que imaginaronpalabras de contraseña y toques, para distinguirse. Los aprendices, los compañeros y los maestros eran recibidos con ceremonias particulares y secretas. Destacaba en especial el celo con que protegían los secretos de su oficio: el aprendiz que era elevado al grado de compañero prestaba juramento de no divulgar jamás de palabra o por escrito las palabras secretas del saludo. Por su parte, los maestros y los compañeros tenían prohibido instruir a los extranjeros en los estatutos constitutivos de la masonería.
Los Estatutos también abordaban las funciones del maestro de una logia y las obligaciones de los miembros de la sociedad. El deber de cada maestro era conservar escrupulosamente los libros de la sociedad a fin de que nadie pudiera copiar de ellos los reglamentos. Tenía el derecho de juzgar y castigar todos los maestros, compañeros y aprendicesestablecidos en su logia. El aprendiz que quería llegar a compañero era propuesto por un maestro que, como padrino, daba testimonio de su vida y de sus costumbres; una vez aceptado, prestaba juramento de obedecer todos los reglamentos de la sociedad.
El compañero estaba sometido al maestro hasta un tiempo fijado por los estatutos, que era de cinco a siete años. Entonces podía ser admitido a la maestría. Ningún compañero podía abandonar la logia o hablar sin permiso del maestro. Cada logia tenía una caja: allí se ponía el dinero que los maestros y compañeros daban en su recepción. Este dinero era empleado para las necesidades de los hermanos pobres o enfermos. También se tenía muy presente la obligación de llevar una vida acorde con la fe cristiana. Todos aquellos que no cumplían los deberes de su religión, que llevaban una vida considerada libertina o poco cristiana, o que eran reconocidos infieles a sus esposas, no podían ser admitidos en la sociedad o eran expulsados de ella, con prohibición a todo hermano, maestro o compañero, de tener ningún trato con ellos.
Un día cesó la construcción de las grandes catedrales medievales. Pero ello no supuso el fin del extraordinario mundo simbólico y ritual que habían alumbrado las hermandades formadas por los constructores de aquellos magníficos edificios. Sus jerarquías, su organización, sus secretos, sus exámenes, sus instrumentos de trabajo..., todo ello fue heredado por la masonería teórica o especulativa que surgió en el siglo XVIII, y que convirtió el lenguaje de la vieja organización gremial de los masones medievales en el vehículo de una nueva ética basada en la fraternidad.
Es un honor y un privilegio rendir homenaje a aquellos que nos recuerdan nuestra identidad y nos guían en el camino hacia nuestro potencial. ¿Cómo podríamos expresar adecuadamente nuestra gratitud?
La riqueza de la amistad
Las amistades forman parte integral de nuestras vidas. Desde los amigos cotidianos hasta los que se convierten en hermanos, cada uno de ellos aporta algo único a nuestra existencia. Tenemos amigos que nos alivian con cada intercambio, amigos que nos recuerdan nuestra fuerza y amigos que están siempre presentes, incluso en los momentos más duros.
Anam Cara: los amigos del alma
La tradición celta nos ofrece un término para describir a estos amigos especiales. Los «Anam Cara» o amigos del alma, son aquellos con los que mantenemos una conexión constante, a pesar de la distancia o el tiempo. “Son aquellos con quienes nos sentimos a salvo, amados y aceptados, sin importar cómo estemos o quiénes seamos”, según las palabras del filósofo y sacerdote John O’Donohue, quien popularizó este término.
Amistad: Un acto de reconocimiento
La verdadera amistad no es algo que se pueda forzar o conquistar. Es más bien un acto de reconocimiento y pertenencia, que nos ayuda a regresar al corazón de nuestro espíritu. Gracias a nuestros Anam Cara, somos capaces de vernos más allá de las máscaras y descubrir quiénes somos realmente.
La amistad espiritual, como describe O’Donohue, trasciende el tiempo, la distancia y la separación. Es una unión antigua y eterna que transforma el vínculo en indisoluble. No importa cuán lejos estemos, los amigos del alma siempre permanecen compenetrados y continúan sintiendo el flujo de la vida del otro.
Opinión editorial
La amistad es una de las experiencias más enriquecedoras que podemos tener como seres humanos. Los amigos nos acompañan, nos apoyan y nos ayudan a descubrir quiénes somos realmente. Los Anam Cara, en particular, son un regalo de la vida, una bendición que nos permite conectar con lo más profundo de nuestro ser. Así que, celebremos a nuestros amigos, agradezcamos su presencia en nuestras vidas y recordemos siempre el valor inmenso de su amistad.
La monumental basílica del Sacré-Coeur se eleva en la colina de Montmartre como flotando por encima de la capital de Francia. De resplandeciente color claro por el mármol travertino con el que fue construida, el templo es uno de los faros siempre presente que guía en la visita a los imprescindibles de París, mientras desde su emplazamiento es la ciudad la que le devuelve una de las panorámicas más amplias que existen sobre la capital de Francia.
UN CORAZÓN ABIERTO A TODOS
Pasear desde el Sena hacia la colina de Montmartre para alcazar la basílica del Sagrado Corazón a pie es una opción que permite descubrir los monumentos y rincones del norte de la ciudad. Pero si las ganas de caminar o el tiempo disponible escasean, un corto funicular conduce hasta la base del templo y también hay un tren turístico que sale de la Place Blanche.
Este año además,el Sacré-Coeur también se suma a los Juegos Olímpicos París 2024 adaptando horarios de culto y realizando misas en distintos idiomas. Ello sin olvidar la preparación de otra efeméride, los 140 años de la Adoración Perpetua del Sacré-Coeur que culminarán con diversos actos el 1 de agosto del 2025.
EL ALMA DE MONTMARTRE
La construcción en la década de 1920 de la basílica del Sacré-Coeur en la colina de Montmartre cambió para siempre la fisonomía de París. La llegada del templo hizo que el carácter díscolo y bohemio que en la época tenía esta zona parisina conviviese a partir de entonces con la devoción y la religiosidad. Hasta entonces, Montmartre solo era un pequeño pueblo de cuestas empinadas nacido al norte del Sena, que por cierto fue el último de los aledaños en ser anexionado a la ciudad.
Las modestas casas y cabañas surgidas en el siglo XIX alojaban a vecinos, vagabundos y viajeros, mientras proliferaban tabernas, cabarets, talleres de pintores y posadas. Ahí estaba por ejemplo la histórica À la Bonne Franquette, originaria del siglo XVI y en la que en tiempos de bohemios se reunían Pissarro, Toulouse-Lautrec, Renoir o Zola; sigue manteniendo el pequeño jardín que Van Gogh inmortalizó en El merendero de la Guinguette (1886). Montmartre también era zona de canteras, en cuyas galerías se refugiaban ermitaños y proscritos, mientras sus laderas se cultivaban viñedos, algunos de los cuales permanecen aún a pesar de la urbanización; a inicios de octubre se mantiene una fiesta de la vendimia en el barrio más bohemio de París.
BIENVENIDA AL BARRIO
Esta iglesia de inicios de siglo XX y erigida en estilo romano-bizantina fue impulsada tras la promesa de los católicos parisinos de levantar una basílica dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, pidiendo protección después de la derrota de Francia en la guerra con Prusia de 1870. El lugar elegido fue la colina que coronaba Montmartre, en el cerro donde tuvo lugar el martirio de san Denis.
Las obras empezaron en 1876 dirigidas por el arquitecto Paul Abadie (discípulo de Eugène Viollet-le-Duc) que murió en 1884, al que sucedió Lucien Magne, quien añadió el campanario de 84 m y finalizó el proyecto. Cuando la iglesia fue consagrada en 1919, los residentes del barrio ignoraron Sacré-Coeur y continuaron acudiendo a la iglesia de Saint-Pierre, una de las más antiguas de París fundada en el siglo XII, situada entre la basílica y la Place du Teatre.
UN TEMPLO PARA RECUPERAR LA CONFIANZA
La idea de construir el Sacré-Coeur surgió del impulso de dos hombres de negocios católicos, Alexandre Legentil y Hubert Rohault, que prometieron financiar un nuevo templo si Francia sobrevivía a la derrota sufrida en la guerra franco-prusiana. Tras la liberación de la invasión en 1871, el templo se empezó a erigir el año 1875 como símbolo de la recuperación de la esperanza nacional.
Así nació el Santuario de la Adoración de la Eucaristía y de la Misericordia Divina, o simplemente Sacré-Coeur, que no es una iglesia, sino un lugar de peregrinación. Desde el inicio, mantiene una vigilia de 24 horas para custodiar al Santísimo Sacramento siempre expuesto en el Altar Mayor. Este rito se practica gracias a la rotación de fieles de otras parroquias parisinas.
ASCENSIÓN ESPIRITUAL
Como si se tratase de una metáfora mística, la ascensión a la basílica se realiza por varios tramos de empinadas escalinatas que arrancan desde Montmartre y suben a la basílica. Al coronar la colina, el blanco del edificio parece querer purificar a los devotos y peregrinos. Algo contradictorio cuando se se recuerda que el Sacré-Coeur surgió de un enfrentamiento bélico y como expiación nacional, en una época difícil para Francia cuyo fervor buscaba pedir la salvación.
El monumento se alza hacia el cielo. Su fachada la preside una estatua de Jesús dando la bendición. Por debajo, se accede por un pórtico con tres arcadas, custodiado en los lados dos estatuas en bronce, una de Juana de Arco y otra de san Luis, mientras las puertas de acceso, también en broce, ilustran escenas bíblicas como la Última Cena.
EL CORAZÓN DEL SACRÉ-COEUR
En el interior de este templo erigido en estilo romano-bizantino destacan las ornamentaciones realizadas con mosaicos, como los que decoran la bóveda, el coro y las capillas laterales. El presbiterio está recubierto con un bellísimo Cristo en majestad (1912-1922), considerado uno de los murales de mosaico más grandes del mundo. Juntos a estos tesoros destacan las estatuas, como la realizada en plata de la Virgen María y el Niño (1896) y las vidrieras con rosetones y flores de lis que dejan filtrar la luz.
Asimismo, bajo la nave central se escode el templo subterráneo, con un trazado de criptas inmensas que guardan más estaturas de santos y reliquias procedentes de toda Francia, incluyendo una que se asegura «es un trocito del corazón de Jesús». Lo que sí se guarda bajo la bóveda en una capilla es el corazón de Legentil, uno de los impulsores de la basílica.
UNA CÚPULA Y CAMPANARIO GIGANTESCOS
La cúpula ovoide que corona el Sacré-Coeur es el punto más alto de París después de a Torre Eiffel. Por la parte interior, tiene una balconada corrida, conocida como la Galería de las Vidrieras, que permite una vista completa del interior. Por el exterior, más de 250 peldaños en espiral ascienden por la citada rotonda hasta un mirador desde el que se contempla una panorámica de París, que dicen los días despejados alcanza los 30 km de distancia.
Junto a este remate circular, otro elemento sobresaliente del monumento es su campanario, de forma octogonal y 77 metros de altura. Este guarda «la Saboyana», una de las campanas más pesadas del mundo, de 3 m de altura y 18,5 toneladas de peso. Fue fundida en Annecy en 1895 en una alusión de las tropas de Saboya anexionadas a Francia. Y se dice que fueron necesarios 28 caballos para arrastrarla por la colina hasta el templo.
EL GRAN ARRAIGO DEL SACRÉ-COEUR A MONTMARTRE
La basílica tiene desde su base una altura de 83 m y está recubierta de travertino, un tipo de piedra caliza que blanquea con el tiempo y la mantiene con su tono claro. Emplazada en una antigua zona de canteras y cuevas, los trabajos de cimentación fueron una auténtica gesta de ingeniería al requerir mayor profundidad. Se excavaron 83 pilares de 45 m de enterrados en la colina y sustentados por pozas ciegas de 5 m. Estas se rellenaron de mampostería y se conectaron por arcos subterráneos a fin de estabilizar el subsuelo y compensar los túneles horadados que perforan la ladera. En 1944, cayeron 13 bombas sobre Montmartre, junto al Sacré-Coeur. Aunque las ondas expansivas destruyeron las vidrieras, nadie murió y la basílica permaneció intacta, gracias a su gran arraigo en la colina de Montmartre.