Publicado por Javier Calvo
Viajar hacia dentro. Del logos al mito. En busca de la ciudad atávica.
Hacia dentro y hacia abajo es la primera dirección de la investigación psicohistórica. Remontando niveles y más niveles de ciudades sepultadas. Desentramando los estratos del Táber hasta encontrar a los dioses del subsuelo. No a sus representaciones, sino a los dioses mismos. Rastreando los nombres primitivos hasta encontrar lo que no tiene nombre.
Y en el mismo centro del Táber, ningún lugar se ha relacionado tanto con lo atávico, con la conjunción entre la sangre y el culto, como la iglesia de Sant Just i Sant Pastor. El muro mismo entre la oscuridad pagana y la oscuridad de los inicios del cristianismo. Ningún templo de Barcelona ha sido tan proclive a las leyendas. Y eso que no hay nada visible ni en su exterior ni en su interior, ni tampoco en sus anales, que sugiera enigma ni profundidad oculta. Solamente, quizás, su condición perpetuamente evanescente. Soy la iglesia que está pero no está delante de ti. Soy la iglesia de la que nadie se acuerda, pero me tienes delante.
La ubicación de la iglesia de Sant Just i Sant Pastor siempre ha sido una paradoja. Una loma casi invisible, una placita escondida, una iglesia que hay que mirar dos veces para darte cuenta de que está ahí. Nuestra versión local de Aquiles y la tortuga: Sant Just está literalmente a dos pasos del centro absoluto de la vida pública y del poder de Barcelona. Lo ha estado siempre, desde los tiempos romanos hasta la actualidad. Y sin embargo, esa distancia infinitesimal se vuelve cuántica. Se expande hasta el infinito. Aquiles persiguiendo impotente a la tortuga. Sant Just, la iglesia más cercana al centro, es la iglesia más lejana del centro. Perdida en la distancia. Perdida en las brumas del tiempo.
De las dos grandes leyendas que rodean desde hace milenios a la iglesia de Sant Just y Sant Pastor, una de ellas acabó siendo confirmada. Se trata de la vieja leyenda popular de que Sant Just fue en el pasado la catedral de Barcelona. Una idea contraintuitiva para los ojos de hoy en día. Sant Just es un templo gótico diminuto, de planta humilde, una parroquia arrinconada en una zona hace poco humilde y hoy pisoteada por la avalancha turística. Pero la leyenda es cierta. Sant Just fue la catedral, a pesar de que la ciudad lo olvidó. Y lo fue en tres momentos distintos de la historia.
La primera vez, al llegar los visigodos por primera vez a Barcelona, con la entrada de las tropas de Ataúlfo en 419. Los visigodos instalaron obispos arrianos en la catedral, desplazando la sede católica a Sant Just i Sant Pastor. Y así fue durante ciento setenta años, hasta que Recaredo se convirtió al catolicismo el 589. La prospección arqueológica de 2013 encontró una piscina bautismal del siglo VI debajo de la actual iglesia, confirmando que la basílica católica había estado allí en los tiempos de los visigodos. Sin embargo, la hipótesis ya era defendida por la mayoría de historiadores. Gregori de Tous ya contaba que la población arriana de Barcelona insultaba y tiraba basura a Clotilde, esposa católica del rey Amalarico, cuando iba del palacio a misa en la sede católica de Sant Just.
La iglesia de los Niños Mártires volvió a ser sede episcopal dos veces más: durante la construcción de la primera catedral románica, en tiempos del conde Ramon Berenguer I, y una última vez durante la construcción de la actual catedral gótica, iniciada en la época de Jaume II, en 1298. Y sin embargo, la ciudad lo olvidó. La pequeña iglesia oculta en su loma se retrajo nuevamente a las brumas del tiempo.
El principal problema a la hora de escribir sobre Sant Just i Sant Pastor tiene que ver con la paradoja aparente de que su historia cayó progresivamente en el olvido, al mismo tiempo que su leyenda perduraba únicamente en la tradición oral. Esa condición de «leyenda olvidada» ya es común a la mayoría de lugares sagrados de la ciudad, no solamente a los que se originaron en la Antigüedad tardía. En el caso concreto de la iglesia de los Niños Mártires, la segunda leyenda, y la más fabulosa, afirma que se construyó originalmente sobre las catacumbas donde los primeros cristianos recogían los despojos de los mártires del circo y los instauraban como objeto de culto. La leyenda es fabulosa, pero también verosímil. El problema es que nadie ha podido encontrar nunca pruebas concluyentes de que sea cierta. Y sin embargo, ¿qué quiere decir eso exactamente? ¿Cómo puede una leyenda ser cierta sin dejar de ser leyenda? ¿Y acaso no fue precisamente la leyenda lo que durante muchos siglos cargó de significado y de sacralidad la pequeña iglesia de los Niños Mártires?
Vayamos a la historia.
La tradición sitúa la fundación de Sant Just i Sant Pastor en el siglo IV, el mismo siglo en que se fundó la basílica paleocristiana que se convertiría en la actual catedral. Siempre se ha considerado que Sant Just era la iglesia más antigua de Barcino, junto con la catedral. Las otras dos iglesias levantadas dentro de las murallas de la Barcino romana fueron la de Sant Miquel, erigida sobre las termas romanas situadas bajo la actual plaça de Sant Miquel, y por tanto también anexas al Foro, y la de Sant Jaume, originaria del patronímico de la actual plaça de Sant Jaume. La de Sant Miquel no pudo levantarse hasta el siglo X, puesto que hasta entonces las termas estaban en funcionamiento. La de Sant Jaume está documentada solamente a partir de 985 y su fundación se atribuye tradicionalmente a la popularidad del santo tras el hallazgo de sus reliquias y el inicio de las peregrinaciones a Santiago.
La ubicación de la loma donde está Sant Just corresponde con el Decumanus Maximus, la avenida que cruzaba el Foro romano en dirección N-S, pasando por debajo de las actuales calles del Bisbe y Regomir. A mediados del siglo IV se construyó la imponente segunda muralla romana de Barcino, con sus setenta y ocho torres, una de las más imponentes de su tiempo. Situada en el interior de la muralla y junto al Foro, en el cuadrante sudeste de la ciudad, la iglesia paleocristiana que sirvió de fundamento a Sant Just estaba a pocos metros del Foro y también de la muralla. La ubicación en pleno Decumanus Maximus y al lado mismo del Foro favorece la hipótesis de que allí ya existiera un templo romano antes de erigirse la iglesia paleocristiana (a pesar de que los restos previos al siglo IV encontrados de momento en las prospecciones de 2013 debajo de Sant Just parecen corresponder a edificios civiles). En cualquier caso, por fuerza debía de haber más templos alrededor del Foro, además del de Augusto, y la loma donde estaba Sant Just debía de tener más o menos la misma altura que la del templo del culto imperial.
El Decumanus Maximus seguía hasta la Puerta Decumana, de la que se conservan restos bajo la calle Regomir, y allí es donde la tradición dice que estaba el anfiteatro o circo romano jamás encontrado. Esa tradición es la única «prueba» de que existió allí un circo decumano. Eso y unos mosaicos teatrales en los despojos de la puerta decumana del mar. Allí se llevarían a cabo los martirios de la comunidad cristiana, que ya estaba perfectamente articulada a principios del siglo III. En esa época arrancan las historias de los primeros mártires catalanes, el obispo Fructuoso en Tarragona (259 d. C.) y, ya en la era de las persecuciones de Diocleciano (303-311), también en Barcino: el obispo san Severo, considerado el primer mártir y santo de la ciudad, martirizado en 302 en el Castrum Octavianum; el campesino Medir (303), el predicador norteafricano Cucufate y la niña Eulalia (304). De esos años de principios del siglo IV debe arrancar necesariamente la leyenda, antes de que el Edicto de Milán (313) acabara con las persecuciones. En el año 347 el obispo Pretextato ya preside en la flamante basílica paleocristiana «oficial», bajo la actual catedral.
Sobre la fundación en sí de la iglesia paleocristiana del siglo IV, situada en el emplazamiento de Sant Just, hay dos hipótesis principales. La primera la formula el arqueólogo e historiador Agustí Duran i Sanpere en su Historia de Barcelona. Este autor aventura que fue san Paulino de Nola quien fundó la iglesia de San Just i Sant Pastor, en la segunda mitad del siglo IV. Tras el fallecimiento de su hijo Celso, Paulino pudo enterrarlo en la iglesia de Sant Just i Sant Pastor, que siempre tuvo fama de contener entierros de mártires y en la cual tal vez hubiera alguna reliquia de los Niños Mártires Justo y Pastor. Esta tesis, por supuesto, supone que ya en el siglo IV la iglesia tenía la misma advocación que ahora.
La segunda hipótesis es la de Josep Capdevila, historiador medievalista y actual archivista de la iglesia de Sant Just. Capdevila también atribuye la fundación a Paulino de Nola, pero postula que este enterró a su hijo en el lugar del martirio de los niños Justo y Pastor, es decir, en Complutum, la actual Alcalá de Henares, y que luego, al llegar a Barcelona, entre el 390-392, dedicó a los Niños Mártires una iglesia en recuerdo del lugar donde estaban sepultados los restos de su hijo, en una pequeña elevación del terreno donde podía haber habido un templo romano, o sus restos, de proporciones parecidas al templo de Augusto, y que Paulino de Nola podría haber cristianizado.
Más allá de las coincidencias de ambas hipótesis, que carecen de fundamento documental o arqueológico, lo interesante es su coincidencia en la idea más que probable de que la iglesia paleocristiana se levantara sobre un lugar señalado por sus resonancias sagradas. O bien un templo romano o bien las famosas catacumbas de los mártires. Algunos profesionales del misterio literario incluso han aventurado que podría tratarse de un templo romano a Mitra, o incluso a Cástor y Pólux, considerando que los hermanos mártires serían una cristianización de los Dióscuros.
Hay que esperar un par de siglos para encontrar los primeros testimonios arqueológicos de la basílica paleocristiana de los Niños Mártires. La más temprana es la piscina bautismal encontrada debajo de la sacristía, una pila cruciforme y revestida de losas rojas que pertenece al siglo VI, bajo el dominio visigodo arriano. Del siglo VII datan dos piezas de construcción visigodas del interior de la iglesia, que han perdurado recicladas en forma de pilas bautismales: una de ellas es un capitel con cuatro caras labradas, lo cual sugiere que podría proceder de una columna exenta del edificio, al estar obviamente diseñado para ser visto por los cuatro costados. Eso a su vez sugeriría una basílica con planta de tres naves. Del siglo IX viene el primer documento que alude a la iglesia, la Crónica de Sant Pere de les Puelles, que cuenta cómo Luis el Piadoso, el rey franco que reconquistó Barcelona a los omeyas y entró en la ciudad en 801, reconstruyó y refundó el templo:
E lo dit Lodevich hac conquista e presa dita ciutat, sí la poblà novellament de xristians; en la qual hedifficà I molt bella esglesia de dos Sants germans qui han nom Sant Just e Sant Pastor.
En su monografía de 1942 sobre la iglesia de Sant Just i Sant Pastor, el arqueólogo Frederic Pau Verrié(descubridor de los restos del baptisterio de la basílica paleocristiana de debajo de la catedral) afirma que el templo de los Niños Mártires está «indisolublemente unido a los anales del cristianismo barcelonés y a la historia de nuestros ignotos primeros mártires de la fe. Esta relación no se establece por hallazgos arqueológicos ni documentales, sino en tradiciones populares (…) A través de muchos siglos y generaciones ha perdurado la idea de un templo surgido de las arenas donde fueron consagrados en la fe nuestros protomártires; la idea también, de una sede catedralicia, elevada sobre las catacumbas cristianas donde por primera vez debieron reunirse los creyentes y donde pudo, además, darse custodia a los Santos cuerpos martirizados». Hoy en día, la propia documentación que la iglesia ofrece a los visitantes explica que «según antiguas tradiciones no documentadas, nuestra iglesia fue edificada sobre las arenas donde murieron, a principios del siglo IV, los primeros mártires cristianos de nuestra ciudad».
La «idea» de las catacumbas arrancó con fuerza en el siglo XIV, al empezar a construirse la actual iglesia gótica de Sant Just. Al fin y al cabo, habían pasado diez siglos después de que esas supuestas catacumbas se usaran como lugar de culto, y las catacumbas ya habían adoptado posiblemente la condición de «leyenda olvidada» en la ciudad. En cualquier caso, es en este momento cuando renace la idea «de las arenas y las catacumbas escondidas en las cárceres del circo». La leyenda recibe un gran impulso en 1723, cuando se encuentra en el subsuelo de la iglesia una construcción abovedada que las descripciones de la época denominan «cripta» y un pavimento de teselas blancas y azules, de tipo romano, que se extendía desde el centro de la nave hacia la capilla de San Paciano y la de la Virgen de las Nieves. También se encontró al parecer un pozo, que se identificó inmediatamente con aquel donde, según la tradición, habían sido arrojadas las cabezas de las primitivas víctimas cristianas. De estos descubrimientos no se ha conservado nada.
Es durante el XVIII y el XIX cuando la búsqueda de las catacumbas se convierte en algo parecido a una pasión local, aunque con las limitaciones obvias de la época en materia de prospecciones. Cuenta por ejemplo el célebre historiador del periodo de la Ilustración Fray Jaime Villanueva: «que enviando no sé qué obispo de Barcelona a Roma a no sé qué embajadores para que trajesen de allí reliquias les respondió no sé qué papa “volved a vuestra patria, tomad tierra del pavimento de San Justo, exprimidla y saldrá sangre de mártires”. Y lo bueno es que así se hizo y se llenó una redoma, pero no [a]parece». Algunos autores han identificado la redoma en cuestión con una botellita atestiguada en algunos momentos de la historia, tal vez una de las pequeñas lipsanotecas románicas de vidrio que se usaban como relicarios en muchas iglesias.
En 1860, el abogado Pau Valls i Bonet, miembro de la junta de obra parroquial que gestionaba las prospecciones, publica una monografía sobre la iglesia de Sant Just que afirma con fervor que las catacumbas del culto cristiano original durante las persecuciones estaban «construidas muy cerca del anfiteatro donde eran martirizados los cristianos, y en el lugar donde hoy está levantada la iglesia parroquial de los Santos Justo y Pastor». Dice este autor que «en una sentencia arbitral publicada en la Curia Eclesiástica el día antes de los Idus del mes de abril del año 1346 se lee» que en los tiempos de las persecuciones «se administraron los Santos Sacramentos á los fieles por sus Obispos y Presbíteros en una cripta ó cueva subterránea que existía cerca la casa de Mosen Gatell, (…) contigua al anfiteatro, en el que había construido un pozo muy profundo con varios conductos donde se derramaba la sangre, y eran echadas las cabezas de los primitivos atletas del cristianismo». Y hablando de los hallazgos del siglo XVIII, cuando se descubrió la cripta, concluye que:
La existencia de las criptas debajo del pavimento de la iglesia de los Santos Justo y Pastor tiene además en su apoyo las obras que mandaron hacer los actuales Obreros, quienes, después de haber vaciado una parte de ellas, hubieron de desistir del empeño de restaurarlas todas, que habrían llevado á cabo en honor de la ciudad de Barcelona, y para consuelo de sus fieles vecinos, por faltarles los cuantiosos fondos que hubieran debido invertir para realizar sus aspiraciones.
A pesar de esto, todas las prospecciones arqueológicas posteriores documentadas arrojan resultados negativos. En 1852 se funda una asociación para excavar y reconocer las catacumbas. El arquitecto Josep Oriol Mestres, que dirigió los trabajos, dejó expuestos en una memoria sus resultados, que consistieron en el decepcionante hallazgo de dos conductos demasiado pequeños para ser catacumbas destinadas al culto: una conducción de desagüe romana, cortada por los cimientos, que llegaba hasta la encrucijada de Palma de Sant Just con Bellafila; y una conducción medieval de refresco que conducía a unas escaleras que salían a una casa de la calle de la Palma de San Just que se derribó para construir la iglesia de la Esperanza. Asimismo, en 1928 se descubrió un mosaico romano también en la calle de la Palma de Sant Just. El descubrimiento generó más excavaciones guiadas por la voluntad de encontrar las catacumbas de Sant Just, pero solamente se descubrió otra gran cloaca romana dirigida hacia el mar.
La reanudación de las excavaciones ya en pleno siglo XXI tampoco ha cambiado demasiado el panorama. Los primeros resultados publicados en 2012 daban testimonio de una primera serie de hallazgos fragmentarios: bajo la Capilla del Santísimo, un muro de ochenta centímetros de grueso y muy bien acabado de los primeros años de Barcino, en el siglo I, posiblemente perteneciente a un edificio público de uso administrativo o comercial vinculado al Foro. Encima se descubrió otro muro de estilo distinto y del siglo IV. El segundo grupo de restos se encontró en la zona del altar: sobre otro muro del siglo IV, un tramo de columna de granito de ochenta centímetros de diámetro que se atribuyó a un templo católico primitivo. Un año más tarde se publicaría con gran pompa el descubrimiento de la pila bautismal del siglo VI, encontrada debajo de la sacristía.
Ninguna intervención arqueológica realizada en la iglesia de Sant Just i Pastor ha permitido descubrir las legendarias catacumbas, está claro. Sin embargo, teniendo en cuenta su ubicación en el centro de la ciudad romana y que las excavaciones siempre han sido muy parciales, está claro que el subsuelo de la iglesia y sus alrededores podrían albergar virtualmente cualquier cosa. Los gestores del patrimonio arqueológico llevan décadas asegurando que la zona de Sant Just puede proteger hallazgos de valor incalculable. La promesa es ociosa: el monte Táber oculta estratos superpuestos de todas las ciudades pasadas que jamás se podrán desenterrar. Las escasas intervenciones suelen ser producto de hallazgos accidentales, o bien intervenciones programadas bastante limitadas como el actual Plan Barcino. A día de hoy, estamos tan lejos de encontrar las catacumbas del circo romano como cuando se empezó a hablar de ellas en el siglo XIV. Sin embargo, tampoco se ve cómo se podría descartar su existencia, a menos que alguien viniera y levantara las calles y los edificios.
Sant Just i Sant Pastor puede funcionar como emblema de sangre en la actual ciudad profanada del capitalismo. Recordatorio de que los templos y las ciudades son cosas que florecen sobre los cadáveres. De hecho, probablemente debería. Hay algo increíblemente severo, casi temible, cuando uno pasa de noche por la diminuta placita de Sant Just, con el aspecto agazapado del templo y los Niños Mártires arrodillados en el tímpano. En la catedral oficiaron los poderosos obispos del Medievo, los Paciano, Ugno y Frodoíno, que trajo los restos de santa Eulalia al interior de la muralla. En Sant Just, sin embargo, oficiaron los obispos «del subsuelo». Con las pupilas dilatadas por la falta de luz. Allí cuenta la leyenda que exprimieron la tierra para llenar sus relicarios y construyeron el altar sobre el famoso pozo de las cabezas de los cristianos decapitados en el circo. Allí la sangre fertilizó la tierra y causó que brotara un templo. La ciencia cuestiona la veracidad de la leyenda oral y la somete a su crítica histórica. Sin embargo, los emblemas no pertenecen a la historia, sino a la heráldica. Y los propósitos de la heráldica son la identificación y la batalla. La batalla, por ejemplo, contra una ciudad falsa, urdida por gestores culturales y sofocando el recuerdo de las generaciones. Contra una pesadilla adulterada, contra el templo pervertido del capitalismo. Contra las hordas infecciosas del turismo.
Dos niños mártires de rodillas, negándose a abjurar de su fe.
Un río perdido, a cuya orilla podamos seguir caminando.