Nos habéis preguntado por la que es supuestamente "la tumba más peligrosa del mundo": la del militar estadounidense Richard Leroy McKinley, en el Cementerio Nacional de Arlington (Virginia, Estados Unidos). Se dice que, debido a su muerte como consecuencia de un accidente en una planta nuclear, su cuerpo sigue emitiendo tanta radiación que si alguien abriese su tumba moriría a los pocos segundos.
No hemos encontrado evidencias de que esto sea así ni de que los guardias que vigilan la tumba tengan orden de disparar a cualquier personas que se acerque con una pala, como se puede leer en algunos artículos y posts en internet.
Sin embargo, según la revista Earth, publicada por el American Geosciences Institute, es cierto que de los miles de ataúdes enterrados en el cementerio de Arlington, solo el de McKinley está forrado con plomo, para evitar que el cuerpo emita radiación. Además, la página web del cementerio informa de que sus restos no pueden trasladarse, si no es con la aprobación del Departamento de Energía de los Estados Unidos.
El desastre que acabó con la vida del militar ocurrió una noche de 1961, en el Laboratorio Nacional de Idaho, ubicado una zona desértica unos 65 kilómetros al este de Idaho Falls (Estados Unidos). El 21 de diciembre de 1960, se apagó uno de los reactores, el SL-1, para proceder a su supervisión y mantenimiento.
La tarea de reinicio del reactor, el 3 de enero de 1961, recayó en manos de Mate Richard Legg, jefe electricista de la marina y John Byrnes y Richard Leroy McKinley, dos especialistas del ejército. Sin embargo, durante el proceso, el SL-1 entró en estado crítico, provocando un accidente nuclear. Además de los tres cadáveres, las autoridades detectaronaltos niveles de radiación en el edificio.
Las investigaciones sobre los restos del núcleo y del recipiente del SL-1concluyeron que fue un fallo manual (un movimiento excesivo de la barra de control) lo que aumentó la radiactividad, haciendo que la potencia del reactor aumentara a gran velocidad. El agua, en contacto con el fusible fundido, alcanzó tal temperatura que produjo una explosión, lo que ocasionó que recipiente se elevara rápidamente y terminara en el acto con la vida de Byrnes.
Según la revista Earth, las autoridades encontraron a McKinley tendido en el suelo. Murió pocos minutos después, en la ambulancia, que tuvo que mantenerse alejada del núcleo urbano para evitar la posible radiación que pudiera irradiar el cuerpo. Horas más tarde, el equipo de rescate encontró el cadáver de Legg, que había sido atrapado entre el techo y un pedazo de metal y cuyos restos tardaron varios días en rescatar.
Los cuerpos de Legg y Byrnes fueron enterrados en sus ciudades natales, Kingston (Michingan, Estados Unidos) y Utica (Nueva York, Estados Unidos), respectivamente. Los restos de McKinley, según los registros del cementerio Arlington, donde se encuentran actualmente, no se pueden mover de su ubicación, ya que están contaminados con residuos radiactivos. Es por ello que se considera a la tumba de McKinley la tumba “más peligrosa del mundo”.
Pero, ¿por qué solo la suya? ¿Qué sucede con las de Legg y Byrnes? Según recoge la página web del cementerio de Arlington, 15 años después del accidente Thomas O’Toole, periodista científico, escribió en The Washington Post que las tumbas de los tres hombres son similares: los ataúdes están forrados con plomo, dentro de una bóveda de metal, a una profundidad de 10 pies de la superficie y cubiertos de hormigón, para que los familiares pudiesen visitar y cuidar sus lápidas sin que haya peligro de radiación.
(Hay que distinguir entre los términos contaminar e irradiar: mientras que el primer caso se refiere a que la radiactividad que emiten los isótopos de un cuerpo contaminado lleguen a una persona, el segundo hace referencia a que estos isótopos formen a pasar parte del cuerpo e irradien desde dentro. Lo peligroso sería que los isótopos radiactivos de la tumba contaminasen el agua subterránea y, de ahí, pasase a los seres vivos por bioacumulacion.)*
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