El poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow publicó en 1835 la gran obra de su vida: Outre-Mer: una peregrinación más allá del mar. “El arriero español canta temprano con la alondra, en medio de las tormentas de su tierra montañosa. El vendimiador de la vieja Sicilia tiene su himno del atardecer. El pescador de Nápoles, su canción de a bordo. El gondolero veneciano, su serenata de medianoche”, escribía Longfellow, un hispanista conocido por haber traducido al inglés las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. “La música es el lenguaje universal de la humanidad”, concluía el poeta norteamericano. Y un nuevo estudio sugiere que estaba en lo cierto.
El equipo del pedagogo Samuel Mehr, de la Universidad de Harvard (EE UU), ha investigado la música de más de 300 sociedades tradicionales de todo el mundo, desde los wolof de África occidental a los guaraníes de Sudamérica, pasando por los pueblos agrícolas de Corea del Sur y los escoceses de las Tierras Altas. Su conclusión es inspiradora: “La música, efectivamente, es universal. Existe en todas las sociedades”. Y hay algo más sorprendente, según Mehr: en contextos similares se utilizan canciones parecidas, en todo el planeta. Hay patrones universales.
Mehr dirige el Laboratorio de Música de Harvard, donde los investigadores intentan dar respuesta a tres preguntas aparentemente sencillas, pero endiabladas: “¿Qué es la música? ¿Cómo funciona? ¿Por qué existe?”. Durante cinco años, el equipo ha creado una monumental “Historia Natural de la Canción”, con registros sonoros de cuatro tipos de canciones —de amor, de cuna, de baile y de sanación— de casi un centenar de culturas del mundo, con minuciosas anotaciones de etnógrafos y antropólogos tomadas durante el último siglo.
Los científicos han analizado tres dimensiones de cada canción: la formalidad, considerada alta en temas elaborados para grandes ceremonias; la excitación, asociada a bailes colectivos; y el factor religioso, con elevada puntuación en canciones funerarias y ritos chamánicos. Los investigadores también han clasificado las canciones en función de su complejidad rítmica y melódica, mediante expertos y programas informáticos. Los resultados, publicados hoy en la revista Science, muestran que las canciones compuestas para contextos similares suelen presentar rasgos musicales parecidos. Una nana es una nana, seas una beduina del desierto de Libia o un esquimal del Ártico canadiense. La forma parece asociada a la función.
“Una de las grandes preguntas sin responder es cómo varía la percepción de la música en todo el mundo. Hemos estudiado a 30.000 oyentes en un experimento y son capaces de averiguar qué tipo de canción están escuchando, incluso si las canciones son de sociedades de otros países”, detalla Mehr. En enero de 2018, su equipo ya mostró, con cientos de encuestas por internet, que personas de todo el planeta pueden averiguar la función exacta de canciones tradicionales de culturas muy diferentes, simplemente escuchando 14 segundos del tema. Los científicos trabajan ahora en el terreno, repitiendo el experimento en sociedades tradicionales pequeñas y aisladas.
El investigador Samuel Mehr habla incluso de una “gramática musical” compartida por todos los cerebros humanos
“Las canciones de cuna y las de bailar son ubicuas y muy estereotipadas”, explica el antropólogo Manvir Singh, coautor de la investigación. Al igual que el lingüista estadounidense Noam Chomsky defiende la existencia de una gramática universal compartida por todas las lenguas, Singh sugiere que la cultura humana se construye por doquier a partir de los mismos ladrillos psicológicos esenciales.
El musicólogo Emilio Ros-Fábregas dirige el Fondo de Música Tradicional de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) de Barcelona, una colección del patrimonio musical español que custodia más de 20.000 melodías populares recogidas entre 1944 y 1960 por todo el país. Ros-Fábregas aplaude la “aparente solidez” del nuevo estudio, pero es escéptico sobre la universalidad de la música. “Reto a cualquier persona a escuchar un fragmento de Yaegoromo, una canción japonesa del repertorio de tradición oral, y a averiguar su mensaje”, afirma el investigador.
Mehr, sin embargo, habla incluso de una “gramática musical” compartida por todos los cerebros humanos. “En la teoría musical, a menudo se asume que la tonalidad [el principio de organizar composiciones musicales alrededor de una nota central] es una invención de los músicos occidentales, pero nuestros datos plantean la controvertida posibilidad de que sea una característica universal de la música”, señala Mehr. “Esto sugiere preguntas acuciantes acerca de la estructura que subyace en la música de todo el mundo. Y sobre si nuestras mentes están diseñadas para componer música”, sentencia.
En su libro Cómo funciona la mente (Ediciones Destino, 1997), el psicólogo canadiense Steven Pinker sugería que la música no es una adaptación evolutiva, sino un subproducto de la percepción auditiva, el control de los movimientos, el lenguaje y otras facultades del ser humano. Pinker, coautor del estudio de Mehr, cree que los nuevos resultados son consistentes con su hipótesis. "Las características universales de la psicología humana inclinan a las personas a componer y disfrutar canciones con ciertos patrones rítmicos o melódicos que se asocian con naturalidad a ciertos deseos o estados de ánimo", expone Pinker.
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