Atención: tendencias, modas y éxito tienen muy poco que ver con la filosofía.
Hay de hecho países –en especial, Francia e Italia– en los que las personas dedicadas a la filosofía trazan ellas mismas una línea divisoria muy tajante: están quienes se hacen constantemente presentes en los medios y están quienes trabajan dando mínima importancia (ellas dirían que la justa) a esos mismos medios. Así que es probable que en España suene el nombre de Michel Onfray, pero no el de Jean-Louis Chrétien; que suene Massimo Cacciari, pero no Vincenzo Costa.
Precaución: en la actualidad muchos entienden que la filosofía entera se resume y acaba en la filosofía política, con alguna extensión a la ética y a la epistemología. Una minoría exigua sigue pensando en la filosofía como metafísica, filosofía de la religión y teoría general del conocimiento (no solo del conocimiento científico).
La argumentación lo es todo
De la antigua idea de que la filosofía se ocupa de las causas últimas de todo lo real, de los porqués más profundos y decisivos de todas las cosas, hemos pasado, aparentemente, a creer que eso es tarea de la ciencia, mientras que el filósofo gasta su tiempo en definir qué es la ciudadanía y advertir sobre el deficiente funcionamiento de la democracia (y lo malo es que en la inmensa mayoría de países sigue hoy sin haber tal cosa de veras). De aquí que enseguida se piense que los filósofos centrales de hoy son Jürgen Habermas y Charles Taylor.
Recientemente visitó España, para presentar la traducción de la nueva edición de su texto La coherencia del teísmo, Richard Swinburne, un brillante y concienzudo profesor de Oxford que reedita grandes partes del tomismo clásico valiéndose de los medios que la ciencia actual le depara. Es decir, que emplea miles de horas (y de páginas) en hablar de si Dios existe o no y de qué relación hay entre la fe y la razón.
Es bueno que el lector español se ponga en contacto con este modo de concebir la labor de la filosofía, en el que la argumentación lo es todo –incluso para atreverse a explorar las regiones de lo absoluto, que solo podemos pensar, quizá, valiéndonos de usos metafóricos de la lengua natural–. Se escriben una extraordinaria cantidad de ensayos en ese dominio y ese estilo.
Una doctrina sobre la conciencia psicológica y moral de los seres humanos conduce necesariamente a una antropología filosófica y a replantear la noción misma de lo que sea la vida; y aquí las barreras entre los frutos de la argumentación y los frutos de la exploración descriptiva de la sensibilidad, la afectividad, la voluntad, el movimiento corporal y la acción se suprimen.
De pronto se ilumina con luces de procedencias casi opuestas un problema tan decisivo para comprender y cambiar nuestro tiempo como el del mal (el sufrimiento y la perversidad desde sus raíces en la vida individual hasta sus ramas venenosas en la sociedad y en la historia), o, en la perspectiva diametralmente distinta, el del amor.
La literatura de lo real
La meditación sobre el tiempo, la existencia, la muerte, la vulnerabilidad de la carne y el espíritu, pero también la reflexión sobre la creatividad, el arte, la libertad o las formas históricas de la religión no consienten compartimentos estancos o afiliaciones de principio a un solo método para entender la inmensa, la divina variedad de lo real.
La literatura pasa a formar parte del bagaje del filósofo –y más indirectamente las artes que no hablan y los recursos tecnológicos–. Muy probablemente, la teología empieza a revelar su enigmático atractivo –desde los místicos a los poderosos compendios medievales y las sumas contemporáneas, muy notablemente las que proceden de la tradición rusa–.
Por esta vía se hace evidentísima la relevancia de los clásicos aún hoy. Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Schelling, Kierkegaard, Bergson, Husserl son, sin ninguna duda, nuestros contemporáneos y los de todas las generaciones de personas libres y amantes de lo real y la verdad.
En este campo ancho de la llamada tradición continental pesan todavía hoy mucho Martin Heidegger y Friedrich Nietzsche, aunque las consecuencias de las inmensas tragedias del siglo pasado criban profundamente los entusiasmos de quienes se ven pensando en su estela.
Respecto de ambos, Emmanuel Levinas, judío que conoció de muy cerca la persecución nazi, levanta una posición crítica que se refleja en muchos autores contemporáneos (Jean-Luc Nancy, Jean-Luc Marion). Respecto de Karl Marx ha ocurrido algo semejante, si bien mucho más referido a Lenin o a Engels que al mismo Marx. Walter Benjamin es en este sentido el pensador de referencia, aunque hayan pasado ochenta años desde su muerte.
Michel Henry ofrece también una lectura alternativa de la del marxismo soviético. Giorgio Agamben unifica con mucha originalidad las tradiciones utópicas, incluidas las teológicas, y la ontología.
Pero vayan y empiecen a leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario