Sus nombres no se mencionan en anales
-vivieron en paz y en humildad-
pero sin embargo, diviso su procesión
extraviándose en lo más oscuro del tiempo.
Aquí, en la antigua tierra férrea
araron campos a lo largo del río
y lograron metal de la mina vecina.
No fueron esclavos de nadie ni sabían de registros,
eran reyes en su propio hogar
y se embriagaban los días festivos.
En la juventud de sus vidas besaban a las muchachas,
pero su prometida sólo era una.
Fueron fieles al rey, recelosos de Dios
y murieron en silencio, ablandados por los años.
¡Mis antepasados! En el tiempo del dolor y la tentación
vuestra memoria fue mi fortaleza.
Así como guardasteis y cuidasteis vuestro capital heredado,
sonreiré yo, conforme, a lo que me guarde el destino.
En momentos propicios de placer extremado
he pensado en vuestra batalla, en vuestro pan escaso y duro:
¿Quizá podía pedir más?
El río rápido me refresca, como un baño,
cuando me canso de enfrentarme contra la liviandad,
he aprendido a temer mi propio cuerpo
más que a la mezquindad del mundo y al propio Satanás.
Antepasados míos, os veo en mis sueños
y mi alma me duele y flaquea.
Me siento excluido de mi campo, como una hierba.
Por mi deseo, y a la fuerza, os he traicionado.
Y ahora busco ritmos en el verano y en el otoño,
otorgándoles el son juguetón de la canción:
nada, un trabajo más.
Pero si algún día retumbase en mi verso
el eco de la tormenta y el onduleo del mar,
un pensamiento fuerte y rápido,
si se oyera en él un trinar, se disipase un seto vejado,
susurrase algo del bosque profundo,
seríais vosotros, después de tantas generaciones,
hacha en mano, arrastrando del arado y del carro.
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