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La música en la antigua Grecia era una constante. Como se puede comprobar por medio de otras categorías artísticas, en escritos o pinturas, los instrumentos musicales estaban presentes a menudo y se tocaban como entretenimiento o para acompañar con bailes. Y a pesar de que sabemos qué instrumentos eran más comunes (las liras y los aulos u oboes dobles por ejemplo) o las notas y las escalas que utilizaban para las composiciones, nunca se ha llegado a dar realmente con el sonido de las músicas que tocaban y escuchaban en las polis griegas. Esto se debe a que las indicaciones para la interpretación musical que dejaron por escrito son complicadas y desconocidas, lo que hace a las reproducciones actuales extrañas y poco atractivas.
La situación ha cambiado en gran medida gracias a un proyecto que se desarrolla desde 2013 para investigar la música griega antigua y que ha conseguido avances muy interesantes.
Lo central de la canción antigua era su ritmo pero al no existir en aquella época los cronómetros mecánicos que definieran un ritmo fijo, a menudo no queda claro si deben cantarse y tocarse rápido o lento. Establecer un tempo apropiado es esencial para que la música suene bien, así que cuando se interpreta música de este tipo, se basa estrictamente en la duración de las sílabas de las palabras, parecido a la métrica de la poesía.
Se han recuperado miles de palabras sobre la teoría de la melodía y la armonía de los escritos de autores antiguos como Platón, Aristóteles o Ptolomeo. Muchos documentos con notación antigua en papiro o piedra han salido a la luz de forma intermitente desde el s.XVI. Recopilados, transcritos e interpretados cuidadosamente, nos brindan una mejor oportunidad de entender cómo sonaba la música.
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El primer documento musical sustancial, encontrado en 1892, conserva parte de un coro del Orestes de Eurípides, del 408 aC. Durante mucho tiempo ha planteado problemas de interpretación, principalmente debido a su uso de intervalos de cuarto de tono. La música occidental opera con tonos enteros y semitonos; cualquier intervalo más pequeño suena en nuestros oídos como si una nota se estuviera tocando desafinada.
Pero unos nuevos análisis del fragmento del Orestes, publicado a principios de este año, llevaron a ideas sorprendentes. Primero, se demostró que los elementos de la partitura imitan el significado de las palabras con la melodía gracias a que encontraron una cadencia decreciente cuando se cantaba la palabra "lamento" y un gran salto de intervalo ascendente que acompaña a la palabra "salta hacia arriba".
Con estas premisas a la vista, en 2016 en el Ashmolean Museum, Oxford se pudo escuchar la música del papiro del Orestes coral con acompañamiento de aulos, estableciendo un ritmo rápido, casi como estar en Grecia en el año 400 a.C.
A menudo se dice que la tradición occidental de la música clásica comienza con el canto gregoriano del siglo noveno. Pero la reconstrucción y la comprensión de la música griega antigua han demostrado que esta debe ser reconocida como la raíz de la tradición musical europea.
Nuestra Señora de París, la catedral gótica que ha sobrevivido a guerras, revoluciones y catástrofes, ardió durante horas en la tarde del lunes ante la mirada atónita e impotente de todos. Las televisiones, las radios y los periódicos echaban humo. Los ánimos y corazones de casi todos los ciudadanos del mundo ardían de perplejidad. Ahora que el incendio está controlado, que las llamas han sido apagadas, toca hacer análisis de daños. ¿Qué hemos perdido? ¿Qué trascendencia tiene esta tragedia?
La aguja
Una de las imágenes más impactantes de incendio de Nôtre Dame fue esa aguja, también llamada flecha, desmoronándose. Se trataba de esa estructura alta y alargada que iba colocada sobre el techo de Nôtre Dame, y que formaba parte inexorable del skyline parisino. Se ha destruido completamente.
Estaba hecha con 500 toneladas de madera y 250 toneladas de plomo. Medía la friolera de 93 metros desde el suelo. No se trataba de la construcción medieval original, que perdimos a finales del siglo XVIII, sino de una restauración que hizo en el siglo XIX. Ojo, no nos engañemos. Que fuese una construcción más reciente no le resta valor. Se trataba de una restauración histórica, que formaba parte inexorable de la memoria del edificio, y sin la cual no podríamos entenderlo.
Las cubiertas
El fuego ha engullido la mayoría de las cubiertas, que eran originales medievales. No se veían a simple vista, puesto que iban colocadas encima de las bóvedas de piedra (el “techo” que veríamos al mirar hacia arriba dentro de la iglesia). Una auténtica joya que pocos edificios góticos conservan de manera tan intacta como Nôtre Dame lo hacía. Se la conocía coloquialmente como “el bosque”, por la gran cantidad de árboles que talaron para construirlo. También por sus dimensiones: 100 metros de largo y 10 metros en altura. Fue puesta en su lugar entre los años 1220 y 1240, pero reutilizaron en algunas de sus partes vigas de madera más antiguas, que podrían estar datadas del siglo VIII.
Las bóvedas
Debajo de las cubiertas estaban las bóvedas, que como comentábamos hace unas líneas, sería lo que nosotros al entrar dentro del templo veríamos a simple vista al mirar hacia el techo. A pesar de estar construidas en piedra, muchas han colapsado con el fuego y han caído.
Las vidrieras
También produce una gran tristeza analizar la suerte de las vidrieras. Uno de los grandes logros de la arquitectura gótica fue la conquista de la luz. Fue el Abad de la vecina Abadía de Saint-Denis quien comenzó a plasmar la idea de que Dios era luz, y que como tal tenía que manifestarse en sus templos. Así, los fieles podrían entrar en contacto con Él mediante su contemplación. De esta manera, comenzaron a cobrar un gran protagonismo en la arquitectura las vidrieras, que permitían la entrada de claridad en los templos. Se trataba de sustituir parte del muro, a modo de ventanas, por cristales de colores que se ensamblaban por medio de varillas de plomo.
Sin embargo, son un elemento muy delicado, lo que ya explicaría que muchas de ellas fueran restauraciones del siglo XIX. Y son especialmente frágiles sometidas a altas temperaturas. En contacto con el fuego, el plomo se funde y los cristales caen rotos en mil pedazos. Aún así, parece que han sido el pequeño milagro de esta catástrofe. Los tres grandes rosetones de los siglos XII y XIII se han salvado de momento. Se trata de los vitrales en forma circular y decorados con escenas relativas a la fe cristiana. Eso sí, decimos de momento porque no podemos todavía calibrar los daños en la estructura.
Las pinturas
Efectivamente, el fuego dilata la piedra y es pronto para saber en qué grado afectará a la complexión de todos los elementos que componen el templo. De hecho, en las imágenes de uno de los rosetones se puede apreciar que faltan vitrales.
A estos daños efectivos habría que añadir unas setenta pinturas realizadas entre los siglos XII y XVIII, que han quedado deterioradas por el humo. Y los órganos, que siempre fueron orgullo de la Catedral. El principal se ha salvado, pero había tres.
Se habla de reconstruir, y el gran debate que se abre aquí es cómo hacerlo. Nôtre Dame es un símbolo de la cultura occidental que trasciende más allá del cristianismo y el nacionalismo francés. Resistió los ataques de la Revolución Francesa, el incendio de la Comuna de París de 1871 y dos guerras mundiales de las que salió sin grandes daños.
Nuestra generación tendrá que pedir disculpas, una y mil veces a los que vengan detrás por no haber sabido conservar lo que nuestra historia nos legó para su custodia. Porque por mucho que reconstruyamos, y que estemos agradecidos por cada fragmento de esta obra que se haya conseguido salvar, Nôtre Dame de París ha quedado herida de gravedad.
Sí, así es. Os presentamos a la medusa inmortal: la Turritopsis nutricula, que aunque se parece a cualquier otra medusa, cuando se reproducen no mueren, sino que son capaces de volver a su forma de pólipo anterior. Los tentáculos se retraen, los cuerpos se encogen y descienden hasta el fondo marino para reiniciar el ciclo.
Las células adultas, incluso los huevos y el esperma, se disuelven para convertirse en formas más sencillas de sí mismas, y el organismo al completo vuelve a ser 'joven'.
Esa capacidad de la criatura para rejuvenecer se denomina transdiferenciación celular, proceso en el que un tipo de célula se transforma en otro, como ocurre con las células madre humanas. Esto significa que las células adultas de esta medusas, ya especializadas en determinada función, son capaces de volver a ser células madre, que a su vez pueden transformarse en cualquier otra. Así es como las salamandras y renacuajos desarrollan extremidades nuevas.
Aunque estas medusas sean algo inmortales no son inmunes a todas las amenazas. Con sus 4,5 milímetros son muy vulnerables a depredadores más grandes. que son muchos. Forman parte del plancton marino, la forma de vida marina más abundante y significativa para la cadena alimenticia acuática, sistema sin el cual no existiría la vida en el mar.
Aquello de “todo tiempo pasado fue mejor” es debatible, lo que no podemos negar es que en muchos casos la ciencia nos permite viajar al pasado, a través de la arqueología, la química, las ciencias forenses o la física, entre otras, y comprender de dónde venimos. Pese a ello, todavía hay misterios que aún no podemos explicar ya que carecemos de las herramientas necesarias o nuestro conocimiento no ha avanzado lo suficiente. Estos son algunos ejemplos de ello.
La momia de Lady Dai
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En 1972, en la ciudad de Changsha, provincia de Hunan, China, un grupo de arqueólogos desenterró el cuerpo de Xin Zhui, también conocido como Lady Dai o Marquesa de Dai. El cuerpo fue hallado por unos trabajadores que estaban construyendo un refugio antiaéreo.
En el sitio estaban enterrados tres cuerpos, el de Zhui, el de su marido (Li Cang, gobernador de Changsha) y el de un joven de unos 30 años (podría ser el hijo de ambos).
Pero el cuerpo de Zhui es el que llamó más la atención. Mide 1,54 m de altura y pesaba en aquel momento 34,3 kg. Su piel todavía estaba húmeda y flexible al igual que sus extremidades. Su cabello estaba firmemente adherido a su cuero cabelludo y sus órganos internos eran perfectamente. Lady Dai estaba completamente intacta, incluyendo las pestañas, el vello de la nariz y aún tenía restos de sangre presente en sus venas. Algo sorprendente teniendo en cuenta que murió en el 163 a. de C. ¿Cómo es posible?
De acuerdo con los expertos hubo muchos factores que contribuyeron a este increíble grado de conservación. Primero, su cadáver estaba envuelto en veinte capas de seda, luego la cubrieron con dos edredones. Su cuerpo fue colocado en una sucesión de ataúdes, hasta 5, uno dentro de otro y todos sellados con laca. Luego se comprimieron 5 toneladas de carbón absorbente de humedad alrededor de la bóveda. Sobre todo este conjunto se colocó más de 1 metro de arcilla, luego otros 12 metros más de tierra y a una cámara, que fue nuevamente sepultada. Vacío, falta de oxígeno y una temperatura baja sin rastros de humedad. Una buena receta para la conservación. Pero hay más: su cuerpo había sido bañado en unos 80 litros de un fluido, ligeramente ácido y con magnesio en su contenido, que aún no se sabe qué y se especula desempeño un importante papel en la conservación.
El libro que nadie ha podido leer
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En 1912, el bibliófilo lituano Wilfrid Voynich compromó un extaño manuscrito en Italia. Con un total de 272 páginas contiene texto escrito en una lengua hasta ahora desconocida y dibujos de plantas y figuras humanas. La datación de carbono realizada sobre el ejemplar, bautizado Manuscrito de Voynich, señala que pertenece a principios del siglo XV. Desde hace más de un siglo expertos en lenguas antiguas, criptógrafos, expertos y hasta una inteligencia artificial, han analizado el texto intentando descifrar sus secretos. Pero hasta la fecha, nadie lo ha conseguido.
La tumba de Cleopatra
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Sin duda se trata de uno de los grandes misterios de la historia: ¿dónde está enterrada Cleopatra? Se cree que yace junto a Marco Antonio ya que se dieron órdenes de que su "cuerpo fuera enterrado con el de Marco Antonio de forma espléndida y real". Pero la verdad es que todavía no se ha hallado. Pero podríamos estar muy cerca. De acuerdo con Zahi Hawass, estaría ubicada cerca de Taposiris Magna, a unos 30 km de Alejandría. Una afirmación esperanzadora pero dudosa: diez años atrás sostenía lo mismo de la vecina región de Borg al-Arab.
El 9 de abril de 2019 nacía en Grecia una criatura engendrada mediante una técnica denominada transferencia mitocondrial, bautizada en los medios como “niño con tres padres”.
El fin de esta nueva herramienta es sencillo: en algunos casos, el ADN de la mitocondria de una mujer se muestra tan defectuoso que puede ocasionar graves patologías a la descendencia. O, incluso, impedir el desarrollo del embrión. Para solucionar este problema la técnica recurre al óvulo de una donante, cuya mitocondria se transfiere a un óvulo o embrión afectado de modo que la madre pueda engendrar hijos sanos.
En principio esto resulta loable. Sin embargo, hay también razones por las que poner en duda su legitimidad moral. Sobre todo si se utiliza como solución contra la infertilidad en lugar de como medio para impedir enfermedades.
La intervención en la línea germinal
Una de las primeras objeciones que se suelen formular a la transferencia mitocondrial es que supone una forma de edición genética de la línea germinal -el genoma que se transmite a la descendencia-, por más que el cambio sea pequeño y no afecte al material genético del núcleo celular. Si se visualiza la línea germinal humana como algo sagrado, habría que oponerse al uso de esta técnica.
Hay varias respuestas posibles a este argumento. La más obvia es que es difícil pensar que un reemplazo mitocondrial afecte en algo al genoma humano como tal. Se sustituye una expresión patológica de unos genes muy concretos por otra que no lo es. Ahí acaba la historia, con lo que no existe ninguna forma de innovación a nivel genético.
Aunque no fuera así, conviene recordar que no hay buenos motivos por los que oponerse a todo cambio en la línea germinal, sobre todo cuando se trata de curar o evitar enfermedades. Además, cualquier cambio en el ADN germinal solo llegará a ser importante si hablamos de descendientes femeninos. Si la criatura engendrada es un varón (lo que puede garantizarse mediante diagnóstico genético preimplantatorio), su ADN mitocondrial nunca se transmitirá.
Identidad y muerte del embrión
Otro motivo por el que dudar de la moralidad de esta técnica es que un cambio efectuado en etapas tan tempranas de la vida puede tener consecuencias de hondo calado. Hay quienes, como Maureen L. Condic, sostienen que una transferencia mitocondrial que se efectúe sobre un embrión -no así si se realiza en el óvulo- supone en realidad su muerte. La nueva estructura generada con el trasplante sería una entidad diferente.
Sin llegar tan lejos, es posible pensar que la transferencia alteraría drásticamente la identidad genética de la criatura. Esto supone, a juicio de muchos, un serio problema, no solo ético sino también jurídico. En este sentido, el nuevo Reglamento Europeo de Ensayos Clínicos proclama, en su artículo 90, que “no podrán realizarse ensayos de terapia génica que produzcan modificaciones en la identidad génica germinal del sujeto”.
Podría, por tanto, plantearse que el caso frente al que nos hallamos es tanto inmoral como ilegal en el marco de la Unión Europea.
Esta última argumentación es fácil de refutar: un representante de un centro llamado European Bioethics Research ya intentó en su día excluir la posibilidad de aplicar esta técnica en el Reino Unido (el único país de la UE que ha legalizado esta técnica) a través de una petición al Parlamento Europeo. Fue rechazada sobre la base de que la normativa sobre ensayos clínicos no se extiende a la transferencia mitocondrial. Si pensamos, en cambio, en la vertiente ética de la discusión, quizás merezca la pena resaltar que la defensa de la identidad no puede ser tan ferviente que excluya la posibilidad de variar una expresión genética que predisponga a una enfermedad.
¿Niños a demanda?
Pensarán que considero, en suma, que las técnicas de transferencia mitocondrial no tienen problemas éticos relevantes. Tal vez fuera así si no existiese un último factor necesario a tener en cuenta: el factor de la seguridad de la técnica. Y este es, precisamente, el que me genera reparos. A mi juicio, ahora mismo hay motivos para albergar ciertas dudas a este respecto, a pesar de que la autoridad británica correspondiente (la HFEA) la haya respaldado.
Habrá quien señale que soy demasiado exigente, que siempre existen dudas cuando aplicamos una tecnología novedosa. Nadie tenía en los años 80 la absoluta certeza de que las técnicas de fecundación in vitro fueran inocuas y, a pesar de eso, seguimos adelante con ellas.
La comparación es un tanto engañosa. De hecho, entender la diferencia con el caso de la transferencia mitocondrial puede ayudar a entender el porqué de mis reparos.
La fecundación in vitro sirvió para que personas infértiles pudieran tener descendencia biológica, un problema que no tenía alternativas más allá de la adopción. De ahí que la técnica pareciera legítima desde un punto de vista moral, a pesar de los riesgos inherentes.
Esto no sucede, a mi juicio, en el caso de la transferencia mitocondrial. A diferencia de lo que ocurre en el caso de la fecundación in vitro, esta nueva tecnología no abre a las personas una posibilidad tan maravillosa como la de ser padres, sino que capacita a una mujer para engendrar un niño genéticamente relacionado con ella.
Sin querer restar importancia a este hecho, parece razonable plantearse si el deseo de conservar los genes es tan importante como para optar por esta técnica en lugar de otras de cuya seguridad tenemos menos dudas. Por ejemplo, la fecundación de un óvulo donado y libre de problemas relacionados con la mitocondria.
Existen alternativas más seguras
Llegados a este punto tendríamos que empezar a valorar cosas muy complejas, pero que están en el corazón del debate.
En mi opinión, uno de los grandes logros de nuestra evolución moral (sí, ¡la ha habido!) ha sido el cambio de perspectiva en torno a la paternidad. A día de hoy somos cada vez más conscientes de la responsabilidad y obligaciones morales que implica ser padres.
Una de ellas es la de intentar traer a este mundo a niños que gocen de la mejor salud posible. Si aceptamos este principio general resulta muy evidente que, en general, siempre tendremos que optar por una técnica segura antes que por otra que no lo parece tanto, salvo que haya un motivo poderoso por el que romper esta regla.
¿Es el deseo de mantener el lazo genético con la descendencia uno de estos motivos? En mi opinión, no. No solo porque no creo que la relación genética sea tan importante, sino porque me crea la sensación de estar aceptando que un deseo de los padres, comprensible, pero no de entidad suficiente, se pueda anteponer al bienestar de la descendencia.
Francamente, prefiero un escenario en el que ocurra lo contrario. Es decir, que los progenitores sean capaces de renunciar a un anhelo en favor del mejor interés de sus hijos. Hijos que serán tan biológicamente suyos como los producidos por transferencia mitocondrial, aunque no compartan sus mismos genes. Ni que decir tiene que si me convencieran de la seguridad absoluta de esta tecnología esta objeción perdería su vigencia. Ojalá que así sea.
Me crie en un hogar cristiano. En la pared de mi habitación colgaba un retrato de Jesús, y allí sigue todavía. Es ñoño y cutre como solo algo de los setenta puede serlo, pero cuando era pequeña me encantaba. En la foto, Jesús se muestra tierno y amable; veo amor en su mirada. Tiene el pelo claro, los ojos azules y la piel muy blanca.
El problema es que Jesús no era blanco. Es normal que la creencia habitual sea la contraria si uno se fija en las iglesias del mundo occidental o visita una galería de arte. Pero al no haber una descripción física de Cristo en la Biblia, tampoco hay lugar para la duda: el Jesús histórico, el hombre que fue ejecutado por el Imperio Romano en el siglo I, era un judío de piel oscura procedente de Oriente Medio.
Esta afirmación no es para nada controvertida desde el punto de vista académico. Sin embargo, es un detalle que parecen olvidar los millones de cristianos que celebrarán la Semana Santa estos días.
En Viernes Santo, los devotos peregrinan hasta las iglesias para adorar a Jesús y recordar su muerte clavado en la cruz. En la mayoría de los templos, Jesucristo será representado como un hombre blanco, con rasgos similares a los de un individuo anglo-australiano (o europeo).
Piense por un momento en el apuesto actor Jim Caviezel, que interpretó a Jesús en la película de Mel Gibson La Pasión de Cristo. Exacto, es irlandés-americano.
Recuerde también algunas de las obras pictóricas de mayor renombre que tienen la crucifixión de Jesús como tema central. Rubens, Grünewald, Giotto… en todos los autores se puede apreciar la tendencia europea a representar a Jesucristo como un hombre blanco.
Pero, ¿qué importancia tiene todo esto? Pues mucha, ya que, como sociedad, somos plenamente conscientes del poder de la representación y de la importancia de la diversidad de los modelos de conducta.
Referentes
Lupita Nyong’o saltó a la fama tras ganar el Óscar a la mejor actriz de reparto en 2013. Desde entonces, la intérprete keniana ha confesado en varias entrevistas que cuando era joven tenía un sentimiento de inferioridad debido a que todos los referentes de belleza que veía alrededor eran mujeres de piel clara. No fue hasta que la modelo sudanesa Alek Wek se hizo un hueco en el mundo de la moda cuando Nyong’o se dio cuenta de que siendo negra podía ser igual de hermosa.
Si somos capaces de reconocer la importancia de la diversidad étnica y física en los modelos de conducta que aparecen en los medios, ¿qué nos impide hacer lo mismo con la fe? ¿Por qué seguimos permitiendo que la imagen del Jesús blanco sea la que predomina?
Numerosas iglesias y culturas representan a Cristo como un hombre de piel oscura o, directamente, negro. Los cristianos ortodoxos suelen tener una iconografía que difiere sustancialmente de la que exhibe el arte europeo; de hecho, si visita una iglesia en África, lo más probable es que se encuentre con un Jesús africano.
Sin embargo, imágenes como esa no se ven habitualmente en las iglesias protestantes y católicas de Australia, mi país (ni en las europeas). Esta diferencia supone una importante pérdida, ya que permite a la comunidad cristiana predominante separar su devoción por Jesús de la atención compasiva que conceden a aquellos que consideran diferentes.
Desconexión cognitiva
Me atrevería a decir, incluso, que la representación tradicional de Cristo produce una desconexión cognitiva en la que un individuo puede sentir un gran afecto hacia Jesús y al mismo tiempo demostrar muy poca empatía por una persona de Oriente Medio. Asimismo, la afirmación teológica de que los humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios tiene consecuencias: si Dios siempre es representado como un hombre blanco, por defecto los humanos serán blancos, idea bajo la que subyace un racismo latente.
Históricamente, el blanqueamiento de Jesús ha contribuido a que los cristianos hayan perpetrado algunos de los más terribles actos antisemitas documentados. En la actualidad, se continúa manifestando en países como Australia en la frecuencia con que se trata de etiquetar a los australianos no anglosajones como “los otros”.
Dios negro
Esta Semana Santa no podré evitar preguntarme cómo serían nuestra Iglesia y nuestra sociedad si se aceptara que Jesús tenía la piel oscura; qué pasaría si nos enfrentáramos a la realidad, que no es otra que el cuerpo clavado en la cruz, abatido, torturado y ejecutado públicamente por un régimen opresor, era negro.
Quizá nuestra actitud cambiaría si comprendiéramos que el injusto encierro, abuso y ejecución a los que fue sometido el Jesús histórico tienen más que ver con las experiencias de los indígenas o de los refugiados que con aquellos que ostentan el poder en la Iglesia y que se apropian de la imagen de Cristo.
Puede que suene radical, pero no paro de darle vueltas a qué podría cambiar si fuéramos conscientes de que la persona a la que los cristianos llaman Dios no era blanca, sino que el salvador del mundo fue un judío de Oriente Medio.
Miles de parisinos y turistas han sido testigos esta tarde del incendio que ha arrasado la catedral de Notre Dame. Se han escuchado lágrimas y gritos ante el avance de las llamas y también rezos a pocos metros de un templo dedicado a la Virgen.
En Twitter se han difundido miles de vídeos captados por los testigos del fuego que está acabando con un símbolo de Francia. También cómo muchos han cantado el Ave María ante la destrucción del templo.