Balamkú, también conocida como "cueva del dios jaguar", se encuentra a 2.7 kilómetros al este de la Pirámide de El Castillo o Templo de Kukulcán. Fue descubierta de forma fortuita en 1966 por trabajadores agrarios de la comunidad de San Felipe, pero se tapió poco tiempo después... ¡por más de 50 años!, hasta que fue redescubierta en 2018 con la idea de detallar los posibles tesoros que pudiera acoger. Tras 5 décadas escondida, los especialistas del proyecto Gran Acuifero Maya (GAM) accedieron a ella este pasado año gracias a la ayuda de Luis, un hombre de 68 años, que cuando era apenas un adolescente acompañó a los primeros descubridores. Les sirvió de guía hacia lo que se ha descrito como "uno de los hallazgos más importantes de la historia de la investigación maya".
En el interior han encontrado cientos de objetos arqueológicos, los cuales pertenecerían a 7 ofrendas encontradas hasta ahora en los recovecos de esta cueva. Entre ellas encontramos piezas que conservan restos carbonizados, alimentos, semillas, jade, concha y huesos, entre otros elementos. Para el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de la Ciudad de México, Guillermo de Anda, y el profesor de la Universidad Estatal de California, James Brady, ambos involucrados en el proyecto, este es el mayor descubrimiento desde que en la década de los 50 se encontró la cueva de Balamkanché, de la cual se extrajeron unos 70 incensarios. En su momento, estos no llegaron a ser analizados y se perdió una gran cantidad de información invaluable, por lo que esta nueva oportunidad supone una ocasión imperdible para la arqueología.
“Balamkú ayudará a reescribir la historia de Chichen Itzá, en Yucatán. Los cientos de artefactos arqueológicos, pertenecientes a siete ofrendas documentadas hasta ahora, se encuentran en un extraordinario estado de preservación. Debido a que el contexto se mantuvo sellado por siglos, contiene información invaluable relacionada con la formación y caída de la antigua Ciudad de los Brujos del Agua, y acerca de quiénes fueron los fundadores de este icónico sitio”, expresó Guillermo de Anda.
¿Qué tipos de ofrendas encontramos?
La principal hipótesis sobre estos ritos y sobre la que el equipo de GAM basan sus trabajos, es que durante los periodos Clásico Tardío (700-800 d.C.) y Clásico Terminal (800-1000 d. C.), el norte de la península de Yucatán sufrió una gran sequía. Por ello, es muy probable que los vecinos de la zona se vieran obligados a pedir lluvia a sus dioses. Y qué mejor que hacerlo en las entrañas de la Tierra, en el inframundo donde residían la deidades de la fertilidad. De ahí que haya tantos restos en zonas tan recónditas de las cuevas.
Entre los incontables restos cerámicos sorprende la cantidad de incensarios, unos 200, muchos de los cuales tiene grabados símbolos que representan al dios del agua, Tiáloc, una divinidad de culto más propia del centro de México, pero que parece acabó también en el Yucatán. Las principales ofrendas comienzan a aparecer una vez se ha serpenteado por unos 400 metros de cueva (como un tercio de la cueva), casi con el pecho en el suelo en algunas zonas donde apenas había una anchura de 40 centímetros, hasta llegar a diferentes cámaras en las que están las principales ofrendas encontradas. La más alta de ellas, tan solo llega a los 3.80 metros.
Por el momento, se trata de una primera revisión, pero no descartan posibles excavaciones en la zona que puedan ayudar a encontrar más materiales, entre ellos, huesos humanos, a modo de enterramientos bajo el lodo y los sedimentos. Además, ya están preparando un modelo en 3D de la cueva en forma de mapa, para saber distinguir dónde han encontrado cada uno de los objetos y descubrir su verdadera orografía subterránea. Un primer paso para reescribir la historia de Chichén Itzá gracias a todos estos espacios sellados por el tiempo. Aquí podéis ver un vídeo que han realizado para explicar la proeza...
Alberto Pascual Garcia para QUO
Fuente: INAH
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