domingo, 13 de octubre de 2013

Beatificación Mártires en Tarragona


Durante el siglo pasado, en España, buen número de cristianos fueron asesinados por causa de su fe. La Iglesia los ha reconocido como mártires. Entre ellos hay varios grupos de hermanos.
47 hermanos pertenecientes al primer grupo fueron beatificados en 2007, en el Vaticano, juntamente con otras 451 personas que dieron su vida por el Evangelio. Otros 500 mártires –segundo grupo- serán beatificados el 13 de octubre próximo en Tarragona (España). Entre ellos hay 66 hermanos y 2 laicos maristas.
Nuestro grupo de mártires forma parte de un total de 524 personas, testigos de la fe y mártires en la España del siglo XX, que serán beatificados en Tarragona (España), el domingo 13 de octubre de 2013.
Esta celebración coincidirá con la clausura del año de la fe, inaugurado por el Papa Benedicto XVI en Roma, en octubre de 2012, al inicio del Sínodo sobre la Nueva Evangelización. Por eso mismo, como Instituto marista, hemos querido subrayar
esa dimensión de profundidad que animaba a nuestros mártires, calificándolos de testigos de la fe.

La palabra mártir, proveniente del griego, significa testigo todavía hoy en esa lengua. ¿No es esto lo que ha sido cada uno de los miembros de ese grupo plural de 68 mártires? De edades que oscilan entre los 19 y los 63 años (dos tercios de ellos tenían menos de 40 años); de orígenes geográficos y familiares muy diversos (tres de ellos eran franceses); con habilidades y capacidades distintas; hermanos y laicos... Lo que tenían en común era una fe profunda que dio sentido a sus vidas y, llegado el momento, también a sus muertes.
Inspirados por María, seguidores de Champagnat, hoy nos interpelan a nosotros, que vivimos en los albores del siglo XXI. Es verdad que su memoria queda lejana en el tiempo, y quizás no comprendemos del todo los procesos de beatificación y canonización, pero la verdad es que ellos nos sorprenden con un mensaje totalmente de actualidad.

No resulta fácil encontrar las razones por las que nuestros mártires fueron asesinados, dada la complejidad del momento histórico en el que vivían. Pero es extremamente fácil, en cambio, adivinar los motivos por los que ellos dieron generosamente su vida. Discípulos de Jesús, que había dicho: Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad (Jn 10,18), ellos habían entregado su vida mucho antes de que les fuera arrebatada. Su muerte no fue más que un acto de continuidad con una vida generosamente ofrecida día tras día. 

Al leer el testimonio de nuestros hermanos mártires, quizás más de una persona se pregunte cómo hubiera actuado, de estar en su lugar. A ese propósito, Monseñor Tonino Bello decía de sí mismo, con ironía:
¡Cuántos de nosotros podríamos suscribir esa dura afirmación! Quizás porque formamos parte de la Iglesia durmiente, expresión que recogí no hace mucho en una revista, refiriéndose a esa parte de la Iglesia formada por cristianos que no viven a fondo su fe o que la tienen abandonada. La sangre de los mártires interpela nuestras conciencias: ¿Qué he hecho yo con el don de la fe? ¿Qué dicen mis obras?
En todas partes del mundo se siente una urgente necesidad de renovar la Iglesia, con un retorno a lo esencial del evangelio. El Cardenal Martini expresaba magníficamente ese deseo –y una cierta frustración- en una entrevista concedida poco antes de su muerte: el P. Karl Rahner usaba la imagen de las brasas que se
La llegada del Papa Francisco ha sido como un soplo de aire fresco en medio de ese ambiente de impotencia y frustración. Muchos sienten que es posible una nueva primavera eclesial, como la que se experimentó con la celebración del Concilio Vaticano II. De hecho, el nombre que eligió como Papa nos remite a la experiencia de San Damiano: Francisco, ve y repara mi casa que, como ves, está en ruinas.
A Marcelino Champagnat le quemaba ese mismo deseo de renovar la Iglesia, bajo la inspiración de María. Y se compromete a hacerlo, junto a sus compañeros maristas, dejando su firma estampada en la promesa de Fourvière, a los pies de la Virgen negra.
Herederos de Champagnat, somos invitados a participar plenamente en ese movimiento de renovación personal e institucional, apartando las cenizas que amenazan con sofocar las brasas e impiden que den calor y prendan fuego. Ojalá que el contacto con las vidas de los testigos de la fe nos ayude a despertar y a avivar las brasas de la fe que recibimos en nuestro bautismo. 

Nuestros mártires pagaron un alto precio por ser fieles a sus compromisos. También ellos nos estimulan a dar nuestra vida, y a ser testigos de la experiencia de Dios y del maravilloso don de la comunidad. Humildemente, discretamente, daremos nuestra contribución a modelar esa Iglesia de rostro mariano con la que soñamos.
Que cada uno de nosotros pueda decir, retomando las palabras de Tonino Bello:
Orad por mí, de manera que si de veras ser cristiano fuese un delito, se me encuentre con tantas evidencias, que no haya ningún abogado dispuesto a defenderme. Y entonces, finalmente, compareceré ante los jueces como reo confeso del delito de seguir a Cristo, con todos los agravantes de una reincidencia genérica y específica. Así obtendré la anhelada condena. A muerte. Mejor dicho, a vida.

Emili Tudu 






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