miércoles, 1 de abril de 2020

¿Dónde está Dios?

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Roma, 16 de marzo de 2020: © Cecilia Fabiano/LaPresse via ZUMA Press.
«Hazme conocer mi rebelión y mi pecado. ¿Por qué escondes tu rostro y me consideras tu enemigo?». (Libro de Job 13: 23-24)
Job interpela a Dios porque no entiende que, habiendo sido su fiel servidor durante toda su vida, el Todopoderoso haya permitido en un corto espacio de tiempo la muerte de sus siete hijos y sus tres hijas, su ruina económica (era rico) y que enfermedades como la sarna hayan llenado su cuerpo de llagas y de heridas purulentas. La incomprensión de Job es humana. Hoy, los doctores de la iglesia continúan analizando el Libro de Job y los numerosos escritos que generó para intentar resolver un problema teológico de difícil solución: por qué Dios permite el sufrimiento de los inocentes. Esta es una de las cuestiones más utilizadas por los teóricos ateos para negar la existencia de un ser sobrenatural, bueno y todo poderoso.
En 1755 un terremoto de intensidad que hoy se clasificaría como grado nueve en la escala Richter destruyó la ciudad de Lisboa. Después del seísmo un gran maremoto (tsunami) inundó la zona del puerto y el centro de la capital portuguesa. El desastre se produjo en la mañana del día de todos los santos, festividad religiosa en un país católico como Portugal. Los lisboetas abarrotaban las iglesias para rezar por los difuntos y miles de velas iluminaban los templos y las casas. Numerosos incendios se propagaron por la ciudad y no fueron extinguidos hasta cinco días después. Más de noventa mil personas perdieron la vida. El número de fallecidos entonces significó el 25% del total de habitantes de la ciudad. Los supervivientes pasaron varias semanas atemorizados sin saber qué más podía ocurrir.
Una desgracia de semejante magnitud tuvo repercusión en toda Europa y puso a reflexionar a los intelectuales más reputados de la época. Immanuel Kant, después de leer todo el material teórico entonces disponible sobre seísmos (no muy abundante), llegó a elaborar su teoría para explicar las causas naturales del devastador terremoto. Se equivocó en sus conclusiones, pero el manual que publicó para divulgar sus hallazgos fue considerado por los estudiosos de épocas más recientes el inicio de la sismología. Voltaire, también impresionado por el cataclismo, escribió sobre el terremoto en Cándido y en su Poema sobre el desastre de Lisboa. La tesis que defendió en ambas obras fue que todo se había debido a razones naturales y no divinas. El terremoto dio argumentos a Voltaire para criticar duramente el optimismo de Leibniz, que en su «Teodicea» defendía que vivíamos en el mejor de los mundos posible, que Dios se ocupaba de los hombres. Voltaire, con realismo seco, hizo decir al final de su obra a su personaje Cándido que para ser felices solo nos queda «cultivar nuestro propio huerto».
El terremoto de Lisboa se puede considerar el primer desastre de gran magnitud al que mayoritariamente se le dio una explicación científica y no sobrenatural. Hasta ese momento habían pesado más las explicaciones religiosas que veían en las hecatombes la mano de la justicia divina. Catástrofes naturales que se interpretaban como un siempre merecido castigo impuesto por el Todopoderoso sobre los humanos pecadores y poco temerosos de Dios.
La crisis del coronavirus no es equiparable al terremoto de Lisboa, pero tienen al menos algo en común: el alto grado de incertidumbre y de miedo que está generando. A día de hoy no sabemos si seremos contagiados y, en caso de caer bajo los efectos del virus, si los síntomas serán suaves o tendremos la mala suerte de padecer los graves (fiebre alta y problemas respiratorios). Tampoco conocemos cuánto durará esta crisis sanitaria y somos incapaces de predecir las consecuencias económicas del parón que como consecuencia se ha producido en la actividad mundial.
Como dice Ignacio Morgado (catedrático de Psicobiologia del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona): «La mente humana soporta mal la incertidumbre. Numerosas áreas del cerebro se activan suscitando miedo cuando no sabemos lo que va a pasar. Es una reacción natural, abocada a la protección, pero, cuando es muy intensa, el estado emocional dificulta que hagamos lo correcto. Nuestra mente prefiere agarrarse a lo seguro, aunque no sea lo mejor, que vivir en la incertidumbre».
Una lección que estamos aprendiendo con esta crisis es la que nos muestra de la forma más cruda nuestra fragilidad, nuestra insignificancia. Estamos teniendo que aceptar que nuestros científicos no pueden protegernos ante un virus desconocido y que nuestro cuerpo, aun estando sano, no es capaz de vencer sin graves secuelas a un bicho microscópico del que hace unos meses no teníamos noticia. En las próximas semanas y meses deberemos asumir que nuestros negocios y empleos, aquellos que considerábamos sólidos y con futuro, han desaparecido o va a ser complicado reflotarlos. Si unimos esta debilidad al hecho de que en esta crisis sanitaria el peligro —a diferencia de un terremoto— proviene del otro, del vecino, del que está cerca, lo natural, lo lógico, lo racional sería el individualismo, encerrarnos en nosotros mismos. Nadie podría acusarnos de egoístas en un escenario como este. El «sálvese quien pueda» está justificado. ¿O no?
Llama la atención que de forma general está ocurriendo lo contrario. Nuestra sociedad está reaccionando de forma altruista ante la incertidumbre, ante el riesgo. Son mayoría los que colaboran, los que salen de su refugio para ayudar; en algunos casos poniendo en peligro la propia salud. Y es en esta forma espontánea y no organizada de actuar de todos nosotros donde está la mano de Dios.
En muchos barrios de grandes ciudades se han montado grupos de apoyo para ayudar a enfermos que pasan en soledad la enfermedad y a ancianos que han quedado aislados. Estos grupos se encargan de hacer la compra o de traer medicamentos para estas personas necesitadas. Todos los días se habla personal o telefónicamente con estos carentes de atención y se les hace un seguimiento. En otros casos son los vecinos, a título individual, los que apoyan a personas necesitadas cocinando para ellas o regalándoles medicinas. Ahí está Dios
A pesar de que el colectivo de las personas sin techo es uno de los más peligrosos a la hora de un posible contagio, continúan funcionando grupos de reparto de comida y medicamentos para ellos. Ahí está Dios.
En esta crisis hay muchas personas que se están portando como héroes y merecen nuestra admiración. Y no me refiero solo a los sanitarios y fuerzas de seguridad. Me refiero sobre todo a personas que en los sesenta metros cuadrados de un piso sin terraza teletrabajan, cocinan, limpian y desinfectan y cuidan de un enfermo. En algunos casos, además, tienen que atender a niños pequeños con los que no pueden salir a la calle. En esos casos y cuando además todo se hace con buena disposición y una sonrisa, ocurre algo sobrenatural. Ahí está Dios.
Una sociedad con miedo es una sociedad derrotada. La mejor forma de luchar contra el miedo es con buena información. Por desgracia en esta crisis sanitaria la calidad de la información que estamos recibiendo es muy deficiente. Sea por exceso de noticias o por lo poco contrastadas que estas llegan a nuestros ojos y oídos —puede que por los dos motivos al mismo tiempo—, la realidad es que leer o escuchar las noticias asusta más que tranquiliza. Quizás tenga razón el periodista Arcadi Espada cuando afirma que «hay asuntos sobre los que no se puede informar en directo». Y puede que gran parte de la culpa la tenga el hecho de que la mayor parte de los medios de comunicación buscan hoy en día entretener antes que informar. Cuando el periodismo deja de cumplir su principal obligación (ofrecer información veraz), pocos antídotos quedan contra el miedo. La oración, en estos días, se está convirtiendo en un remedio. Se puede rezar o se puede meditar o se puede simplemente estar en silencio. Hay un efecto en el acto de rezar: ayuda a reducir el miedo, el del que reza y el de aquel por quien se reza. Y en esta crisis, no debemos olvidarlo, el principal enemigo, además del virus, es el miedo. Hay millones de personas rezando en este momento. Sin esas oraciones, sin esos buenos deseos, el miedo sería superior a la serenidad y en ese caso estaríamos perdidos como sociedad. Ahí está Dios.
Todos estos hechos están desmintiendo que seamos una sociedad individualista. El miedo te inmoviliza y te hace egoísta; ahí no está Dios. El amor te hace volcarte con el otro; ahí sí está Dios. Podemos decir con orgullo que en nuestra sociedad hay más amor que miedo.
Lo podemos llamar Dios, amor, altruismo, espiritualidad o karma. El nombre, como es lógico, es lo de menos. La verdad es que en esta crisis del coronavirus se están produciendo situaciones que tienen poco que ver con la razón y se escapan a una explicación natural. Ahí está Dios.
Podemos entrar en disquisiciones teológicas o quedarnos con lo sencillo, con lo que todos entendemos de Dios: con el amor. Circulan miles de memes en la red sobre Dios. Muchos de ellos son básicos, facilones, casi para niños. La mayoría no tienen firma, se han convertido en sabiduría popular. Preparando este artículo encontré uno que dice:
Busqué mi alma, pero mi alma no pude ver.
Busqué a mi Dios, pero mi dios se me escapaba.
Busqué a mi hermano y me encontré con los tres.
Rezo porque todos seamos, en la medida de nuestras posibilidades, fuente de alegría, esperanza y serenidad. Así venceremos juntos al virus.

El bosque (y el vertedero) como paisaje interior

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Tomás Sánchez lleva años imaginando bosques. Los que él pinta tienen un poso onírico que no es casual. «He recorrido físicamente todo tipo de bosques. Aunque el bosque tropical ejerce un mayor impacto en mí, sobre todo por su diversidad. No obstante, la imagen de mi pintura es una síntesis de todos los bosques, probablemente a eso deba ese carácter onírico que identificas. Es el bosque recreado con los sentimientos que me despierta la naturaleza y los que se crean través de la experiencia de la meditación».
La vida que retrata Sánchez no es amenazadora ni asfixiante. De alguna manera, este artista cubano establecido en Costa Rica encuentra una salida que permite respirar al espectador. Y en todos ellos el agua está presente en alguna de sus formas: un río, una laguna, el mar…
«Desde pequeño tuve una relación intensa con el agua. Me críe muy cerca de la Ciénaga de Zapata y de la ciudad costera de Cienfuegos. Ríos y humedales eran parte de mi entorno inmediato. El agua es la vida, es impensable hablar de ella desde un lugar que no evoque la existencia», explica. «El agua carga con muchísimas lecturas simbólicas. En diferentes culturas, por ejemplo, el hinduismo, tiene muchas metáforas relacionadas con el fluir de los ríos y el fluir de la energía interior. El espacio calmo del agua en una laguna o del mar evoca la quietud de la mente en la meditación. Sin duda ella ofrece ese espacio de complejidad y misticismo del que tanto se ha hablado en mi trabajo».
Todo tiene un significado en sus cuadros. «Para mí la diversidad y la densidad del bosque establecen un paralelismo con la exuberancia de la mente», explica. «No solo el agua, también los espacios despejados –o los espacios blancos– simbolizan el silencio de la mente. Obviamente hay un mensaje esperanzador en el agua, por su mismo carácter vital del que hablábamos antes. Pero también esa idea de espacio abierto que puede ser constantemente reescrito».
Para Sánchez, las forestas son paisajes interiores, pero también expresan la relación del hombre con la naturaleza. La suya, cuenta, se hace cada vez más profunda y completa, sobre todo desde que vive en Costa Rica. Pero cree que esa relación entre hombre y naturaleza se ha polarizado. «Por una parte se destruyen continuamente bosques, ecosistemas, pero también ha crecido el movimiento de protección y vindicación de la misma. Ecología es un término casi cotidiano hoy día en cualquier ámbito humano. Esto es profundamente estimulante».
Frente a los bosques ensoñadores, Tomás Sánchez pinta también vertederos. «Los basureros también pueden ser paisajes interiores. No necesariamente la mente humana es siempre un lugar plácido». El artista cubano opina que el caos y la basura externa son proyecciones de nuestros estados mentales: los deseos insatisfechos, las emociones negativas. «Esa basura es una metáfora del consumismo, camino al que indefectiblemente se llega por carencias de otro orden, en el afán humano de completarnos. Y, por supuesto, el mensaje ecologista también está presente porque es uno de los statements permanentes de mi trabajo, una llamada de atención constante hacia la recuperación y la conciencia de la naturaleza».

2020: el año 0 de una nueva sociedad

La humanidad se encuentra en un punto de inflexión, exacerbado por la pandemia COVID-19. Esta experiencia colectiva debe servir para provocar una reflexión global sobre nuestro futuro y conducirnos hacia una sociedad del conocimiento, manteniendo siempre una perspectiva empática sobre las necesidades de todos.
“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Esta anónima frase, atribuida, entre otros, a Napoleón Bonaparte, nos enseña que para prepararnos para el futuro es indispensable también mirar a nuestro pasado y tener presente las lecciones aprendidas.
La actual crisis sanitaria generada por la pandemia COVID-19, producida por el virus SARS-CoV-2 , no es la primera ni, desafortunadamente, será la última a la que se enfrente la humanidad. Las enfermedades, de hecho, han sido potentes palancas de cambio histórico, al tener capacidad de cambiar una sociedad, sobre todo cuando se combinaron con otros elementos perturbadores. 
Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar estos procesos: la epidemia durante la Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta en el siglo V antes de la era común; la peste del siglo XIV de la era común, que cambió la estructura socioeconómica de Europa; o la viruela y otras enfermedades en la expansión europea en América y otros continentes (Diamond, 2005). Para los implicados, tanto estructuras políticas como individuos, el cambio fue dramático y dejó múltiples damnificados, pero también abrió nuevas oportunidades.
Una plaga es una tragedia humana, pero también proporciona la posibilidad de reflexionar sobre sus orígenes, sus implicaciones y la necesidad de medidas correctoras. Más allá, incluso permite plantearse realizar cambios de mayor calado, repitiendo las perennes preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?

La sociedad que viene

La humanidad se encuentra, posiblemente, en su mejor momento. Nunca tantos seres humanos fueron tan felices y saludables. Sin embargo, numerosos problemas siguen presentes y la sociedad global ya se encontraba en un profundo cambio acelerado y desigual antes de la aparición de la pandemia COVID-19.
La implantación de nuevas tecnologías y los desafíos que nos plantean, como es el caso de la inteligencia artificial o la computación cuántica, la manipulación genética, o la posibilidad de crear una nueva especie no completamente orgánica, de ciborgs, junto con los problemas generados por tecnologías obsoletas, la existencia de armas nucleares, o las actuales necesidades energéticas, en donde destaca el cambio climático y sus destructivas consecuencias, ya eran suficientes desafíos para la humanidad

El mañana ya está aquí en forma de tsunami

Ahora, una nueva pandemia pasa a primer plano y relega al resto de las dificultades a un indefinido “mañana”. Pero en muchas ocasiones olvidamos que el mañana ya está aquí, y que, aunque lo ignoremos, sus consecuencias están ya pasando sobre nosotros como un tsunami.
El confinamiento de más de un tercio de la humanidad está forzando a replantearse las relaciones sociales y la manera en la que trabajamos. Afortunadamente internet, un bien global, ha respondido adecuadamente a las exigencias de tráfico y las redes sociales están contribuyendo al mantenimiento de los necesarios nexos sociales.
A corto plazo podríamos ver cambios significativos: la manera en la que nos saludamos, evitando el contacto directo; la universalización del teletrabajo, mostrado ahora como factible a gran escala; o el acceso a productos culturales en línea. De hecho, conocidas pinacotecas han creado recorridos virtuales, y grandes orquestas u óperas y compañías de teatro han democratizado el acceso a algunos productos que antes, en ocasiones, solo eran accesibles para determinadas minorías.En cuanto a las relaciones sociales, la solidaridad se ha vuelto a poner de manifiesto, específicamente los lazos intergeneracionales.
A medio y largo plazo se abren múltiples incógnitas. Así, el teletrabajo podría cambiar el concepto de ciudad, promoviendo una mayor descentralización y evitando la necesidad de grandes redes urbanas, descongestionando el tráfico y reduciendo la contaminación. Las relaciones internacionales deberán ser reexaminadas y la Unión Europea deberá redefinirse: ¿espacio económico o verdaderamente ciudadano? En cualquier caso, también puede tener un impacto en nuestro modelo social y político, y en el papel de cada ciudadano. Ahora tenemos, más que nunca, la oportunidad de cuestionarnos sobre quiénes somos y qué tipo de sociedad queremos.

Las grandes preguntas y la Generación 2020/COVID

Cada sociedad es una red de interrelaciones extraordinariamente compleja. El siglo XXI se está caracterizando por una globalización prácticamente completa y por un acceso a la información casi sin restricciones, junto con la presencia de fake news y de influencers, que en muchas ocasiones se convierten en virales y sepultan las fuentes fidedignas bajo capas de trivialidades, mentiras y tergiversaciones. 
Pero si se preguntase a la inmensa mayoría qué es lo que espera, su respuesta incluiría térmicos como “felicidad”, “libertad”, “bienestar”, “salud”, “seguridad”. Posiblemente la prioridad dependería del momento en el que se formulase la cuestión. El virus SARS-CoV-2 seguramente está contribuyendo a alterar ese orden. En nuestras manos está articular una respuesta adecuada.
La pandemia actual (y otras que pudieran golpearnos en el futuro) ya es una experiencia traumática para miles de millones de seres humanos. Junto con las dos guerras mundiales es posiblemente el evento que más haya marcado a una población global. En este caso, combatimos no contra nosotros mismos, sino contra un enemigo invisible. Todos vamos a pagar un alto precio, económico pero sobre todo humano. Es por tanto una experiencia que nos une a todos.
Para la población más joven las consecuencias pueden ser aún más significativas. De hecho, al igual que la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico marcó a la sociedad española e impulsó a la Generación del 98, la actual crisis pudiera propiciar la aparición de la Generación 2020 o Generación COVID: los adolescentes y postadolescentes actuales que encuentren en este trance, junto con el cambio climático, su leitmotiv. Eventualmente reclamarán respuestas y responsabilidades.

¿Una nueva ciudadanía, un nuevo liderazgo social?

La crisis económica de 2008 indujo la aparición de varios movimientos ciudadanos tales como el 15 M en España u Occupy Wall Street en Estados Unidos. Más recientemente han surgido o se han visto reforzados grupos populistas o extremistas en muchas partes del mundo. 
La pandemia COVID-19 posiblemente tendrá consecuencias análogas, tanto por su dimensión social como por la más que posible gran crisis económica. Pero además producirá un cuestionamiento de los actuales líderes políticos en todo el mundo. Estamos, pues, en un punto de inflexión y la balanza se puede decantar hacia cualquier lado. A nosotros nos corresponde proporcionar el empuje adecuado.
Los problemas de una sociedad moderna no se encuentran ni en la política ni en la clase política, sino en su manera de llevarla a cabo y en el número y rol de agentes que participan en ella. 
La crisis del coronavirus también entrañará una pérdida de confianza, añadida a la anterior en los responsables de los distintos gobiernos. ¿Implicará por tanto un cambio de unos por otros, independientemente de su signo?
No debiera ser así. Estamos ante un cambio de paradigma social, tenemos ante nosotros la posibilidad de protagonizar una revolución pacífica, civilizada, que debiera empezar en la educación, algo que los ilustrados ya sabían en el siglo XVIII. Una formación para la ciudadanía, no para preparar elementos de la fuerza laboral. Un movimiento en el que los científicos e intelectuales, junto con otros líderes sociales, cobren verdadero protagonismo. Una corriente articulada por la racionalidad, pero que no olvide las necesidades de cada uno de sus miembros, construida sobre un conocimiento verdaderamente holístico, no sobre tecnicismos de hiperespecialistas, por muy necesarios que sean. Tenemos, pues, la oportunidad de crear un mejor mundo, un mundo racional, un mundo para las personas.

La versión original de este artículo ha sido publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.

Teresa de Jesús

Teresa de Jesús, la Fundadora
de místicos vergeles: sus conventos,
que son hitos de historia en su camino.

Teresa de Jesús, que apenas sabe,
escribe en el lenguaje que usa el pueblo,
y en "esas mesmas aguas de la vida"
forja sus libros, inmortales joyas.

Teresa de Jesús, mística rosa
de la recia llanura castellana,
es ya del universo, a quien alumbra.

                                                       Mariano Sedano.

A Jesús Crucificado

Si Tu eres el camino
la verdad y la vida,
¿no será desatino
desviar y seguir senda prohibida?

¡Oh ciego desvario
que dejas las verdades
y corres como un río
a la mar de las vanas vanidades.

No saciarás en ellas
la sed que te devora,
que son mentiras bellas,
bellas, mentiras que tu mente dora.

Y cruzarás los mares
y ganarás la tierra,
en tales avatares
no encontrarás La Paz sino la guerra.

En tanta desventura
y tanto desconcierto,
¿dónde hallar la segura
senda escondida del seguro puerto?

Mi nada me anonada
si Ti todo es vacío,
sin Ti no tengo nada,
contigo, mi Señor, el cielo es mio.

                                                          Mariano Sedano.