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martes, 25 de abril de 2023

el nacimiento de la inquisición española

 el proceso que encendió los ánimos y alentó la idea de la necesidad de una Inquisición se inició a finales del siglo XIV, cuando muchas juderías españolas, en ciudades como Toledo, Sevilla, Écija, Córdoba o Barcelona, fueron asaltadas violentamente por grupos desesperados de cristianos viejos. Los pogromos de 1391, provocados por la miseria cotidiana de gran parte de la población y por la propaganda antisemita, suscitaron de modo automático, por miedo y terror, conversiones forzosas al cristianismo de familias judías enteras. Nacieron así los cristianos nuevos o conversos, antiguos judíos que habían aceptado bautizarse y practicar la religión cristiana, pero que no por ello fueron aceptados por la mayoría de población de «cristianos viejos». En efecto, contra los conversos se fue imponiendo toda una corriente de opinión injuriosa que propugnaba perseguirlos, pues no se admitía como sincera su conversión y se creía que constituían un peligro para la pureza de la fe cristiana. 

Left, the banner of the Spanish Inquisition; right banner of the Inquisition in Goa

El escudo de los perseguidores. Sobre estas líneas se reproduce una página con el escudo del Santo Oficio: una cruz latina, flanqueada por una espada y por un ramo de olivo.

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El acoso contra ellos adquirió gran intensidad en Andalucía, particularmente en Sevilla, que poseía una importante minoría conversa. En la década de 1470, el dominico fray Alonso de Hojeda prodigó las predicaciones anticonversas en la capital andaluza, en las que pedía una intervención expeditiva de los reyes para acabar de raíz con aquellos malos cristianos que judaizaban, es decir, que practicaban la religión judía en secreto. 

LA LLEGADA DE LOS JUECES 

Hojeda aprovechó los meses que la reina Isabel residió en Sevilla, entre 1477 y 1478, para aportar supuestas pruebas de que los conversos judaizaban en secreto y demandar una investigación a fondo. En un principio, Isabel y Fernando respondieron auspiciando una campaña de predicaciones evangelizadoras por el confesor real fray Hernando de Talavera, en las que se invitaba a los conversos a desprenderse definitivamente de los ritos judaicos. Cuando fracasó esta vía, los reyes decidieron una intervención expeditiva: establecer allí el primer tribunal de la Inquisición. En noviembre de 1478, Sixto IV concedió la bula para establecer un tribunal inquisitorial en Sevilla, pero los reyes no la aplicaron hasta dos años después, cuando enviaron a la ciudad andaluza a los primeros inquisidores: un asesor jurista de designación real, el doctor Ruiz de Medina, y dos dominicos, fray Miguel de Morillo y fray Juan de San Martín, prior del monasterio de San Pablo de Valladolid. 

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Entre la cruz y la espada. la catedral gótica de Sevilla aún estaba en construcción cuando en 1480 se instaló en la capital andaluza el primer tribunal del Santo Oficio.

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El día 11 de noviembre de 1480, el asistente (gobernador) de Sevilla, Diego de Merlo, presentó ante una sesión del cabildo municipal, del que formaban parte conocidos conversos como Diego de Susán, la carta de la reina Isabel que ordenaba dar posada a los tres inquisidores. El mandato, que también se extendía a Jerez y Córdoba, sólo indicaba que las cosas que les traían a Sevilla eran «cumplideras al servicio real», sin concretar más. Sólo el asistente conocía que los comisionados regios iban «a inquirir y hacer pesquisa contra las personas que no guardan y mantienen nuestra santa Fe» y, en consecuencia, estaba avisado de que podría «acaecer que algunas personas, sabiéndolo, alborotarían y querrían hacer algunos escándalos y alborotos» en la ciudad. La reina era consciente de que la misión que llevaban los inquisidores podía originar una doble reacción: o suscitaría una resistencia violenta por parte de los conversos hispalenses o provocaría una corriente de huida hacia el reino musulmán de Granada. Para conjurar ambas posibilidades había que castigar el mal y evitar su contagio mediante una estrategia sigilosa, manteniendo en secreto la constitución del tribunal hasta el momento oportuno. 

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Tribunal del Santo Oficio, óleo de Jean Paul Laurens, Museo de Arte y Arqueología, Moulins. 

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Las previsiones de la reina se cumplieron al pie de la letra. Una vez que el cabildo sevillano aceptó el alojamiento de los inquisidores, el doctor Ruiz de Medina hizo, ante los integrantes de aquél, «relación largamente de la voluntad de los reyes de hacer pesquisa, y de que ésta era justa y santa, porque los malos fuesen punidos e los buenos bien tratados». Todos los presentes declararon su disposición a obedecer. Sin embargo, los regidores y jurados conversos que oyeron las palabras del asesor real sufrieron una enorme inquietud. 

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Los Reyes Católicos, representados en un excelente acuñado hacia 1500

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La leyenda cuenta que, al poco, Pedro Fernández Benadeva (el poderoso administrador de la hacienda catedralicia), Abolafia el Perfumado (arrendador de las aduanas), Alemán Pocasangre (mayordomo de la ciudad) y otros muchos conversos ricos y poderosos se reunieron a deliberar en la casa de uno de ellos, Diego de Susán. Debatieron acerca de las nuevas amenazas que acechaban sus vidas, que rompían su tranquilidad cotidiana, que ponían en peligro sus negocios y su libertad de movimientos. Dos posiciones se perfilaron: la que proponía organizar una conjuración y defensa armada si acaso la acción inquisitorial se llevaba a efecto, y la que prefería mantener la prudencia, que algunos atribuirían a la cobardía connatural a los conversos. Los reunidos optaron al final por esperar los acontecimientos, dejando abierta la posibilidad de empuñar las armas si las circunstancias así lo requerían, pues Benadeva disponía en su casa de armas suficientes para cien hombres

Murillo   Death of the Inquisitor Pedro de Arbues, circa 1664

Asesinato del inquisidor Pedro de Arbués por conversos aragoneses. Bartolomé Murillo, 1664. Museo del Hermitage, San Petersburgo.

La conjuración llegó pronto a oídos de los inquisidores. Se dijo que fue la hija de Susán, la «fermosa fembra», la que confió el secreto de la conjura de los suyos a un amante cristiano viejo, que de inmediato lo denunció a los inquisidores. Éstos respondieron con una estratagema que les permitió prender a Benadeva. Con la excusa de que el rey Fernando deseaba llegar a un acuerdo económico con los judeoconversos de Sevilla mandaron llamar a Benadeva al convento dominico de San Pablo. Éste no dudó en acudir a una convocatoria que se hacía en nombre del monarca, aunque, desconfiado, se hizo acompañar por gente de a caballo. Sin embargo, los frailes sólo permitieron entrar en el convento a Benadeva, quien, llegado ante los inquisidores que esperaban en el corral, les preguntó: «¿Qué mandan vuestras paternidades?». Entonces, a una señal convenida, salieron hombres armados por todas partes y lo apresaron. Que los inquisidores utilizaran un ardid para detenerlo prueba la fuerza y la influencia que Benadeva representaba, aunque a partir de aquel instante no le valdrían de nada. 

LOS PRIMEROS AUTOS DE FE 

Un cronista refiere que luego, en las semanas que siguieron, «fueron apresados algunos de los más honrados e de los más ricos regidores e jurados, e bachilleres e letrados e hombres de mucho favor». Descabezados sus líderes, los conversos sevillanos fueron presa del miedo y, muy pronto, de la Inquisición. La única reacción posible, descartado un motín, era la huida. La peste que asoló la ciudad en las primeras semanas del año 1481 la favoreció más aún. Sin embargo, ni la epidemia detuvo el ardor de los inquisidores. 

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Más allá de Andalucía. En 1485 se instituyó en toledo un tribunal del Santo Oficio. arriba aparece la sala capitular de la catedral toledana, con pinturas de Juan de Borgoña.

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El 6 de febrero de 1481, éstos mandaron celebrar el primer auto de fe de la nueva Inquisición real en el paraje de Tablada, al sur de la ciudad, donde fueron quemadas seis personas –hombres y mujeres–. En el auto predicó el celoso fray Alonso de Hojeda, el mismo que había alentado la persecución y que desaparecería víctima de la peste a los pocos días, signo, según quisieron ver algunos, de la indignación divina. La peste fue ocasión para que los inquisidores establecieran el tribunal en un lugar de aires más puros: Aracena, en la actual provincia de Huelva, donde prosiguieron la persecución, pues prendieron y sentenciaron a veintitrés personas. Condenadas por judaizar, fueron quemadas en el auto de fe que tuvo lugar el 23 de julio de 1481, a la vista de muchos nobles sevillanos huidos de la peste y de numeroso gentío de la villa y sus aldeas. Pasada la epidemia, los inquisidores regresaron a Sevilla y con ellos los temores de la comunidad conversa. Los autos de fe continuarían sin descanso. 

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Auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid, grabado anónimo, 1899.

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A Pedro Fernández Benadeva le llegó el turno en el tercer auto que tuvo lugar en Sevilla, el 21 de abril de 1481. No se le acusaba de rebelión o de traición. Los delitos que le llevaron a la hoguera fueron la herejía por la práctica de los ritos judaicos, el respeto de los sábados, el consumo de carne de la carnicería de los judíos y de pan cenceño (ácimo, sin levadura), y consentir que los rabinos fueran a su casa para leer y enseñar. También se le acusaba de materialismo ateo, de no creer en la resurrección y en la inmortalidad por haber proferido públicamente que no había ni hay otra vida, sino la presente de nacer y morir, ni había otro paraíso, sino pasarlo bien en este mundo. A pesar de que Benadeva negó hasta el final que no fuese fiel cristiano, sobre él cayó todo el peso de la ira justiciera inquisitorial, que incluía la excomunión, la confiscación de bienes (esclavos, casas y fincas rústicas) y la relajación, es decir, la entrega del reo a la jurisdicción civil para que ejecutara la pena capital. Su dramática muerte causó regocijo en buena parte de la población, hasta el punto de que años después de su desaparición se recitaban en Sevilla canciones alusivas a su muerte en la hoguera

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Catedral de Sevilla. Entre los siglos XVI y XVII, los sambenitos de los condenados por la Inquisicio´n se colgaban en los muros de las iglesias.

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Muchos otros conversos siguieron la misma suerte. Hechos los primeros escarmientos, los inquisidores, que habían situado su cárcel en el castillo de Triana, promulgaron a finales de mayo de 1482 un edicto de gracia por el que se garantizaba el perdón a aquellos que confesaran sus culpas en un plazo de dos meses. Mientras se agotaba, la cárcel fue llenándose de judeoconversos. 

LAS HOGUERAS NO SE APAGAN 

Al año siguiente, 1483, continuaron los autos de fe. Fue tremendo el que se celebró el 16 de mayo, en el que se quemó a cuarenta y siete conversos entre hombres y mujeres (perecieron familias enteras), incluidos algunos clérigos. En 1484 se encendieron más hogueras. El 2 de mayo, más de un centenar de conversos reconciliados –perdonados por la Iglesia– y casi el doble de mujeres fueron sacados en procesión desde la iglesia de san Salvador hasta el monasterio de San Pablo, vestidos con sambenitos (los escapularios donde se escribían sus delitos); el domingo siguiente sucedió otro tanto. 

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Un reo es torturado por la Inquisición en este grabado de autoría desconocida. Siglo XIX, colección privada.

Stefano Bianchetti / Bridgeman Images

Cuando los Reyes Católicos volvieron a Sevilla en octubre de 1484, la ciudad estaba hundida en la pobreza y diezmada por la peste, por la represión inquisitorial y por las confiscaciones. Para entonces ya se habían constituido tribunales en Córdoba, Jaén y Ciudad Real, reunidos todos bajo la presidencia de fray Tomás de Torquemada. Según el inquisidor del tribunal de Sevilla, Diego López de Cortegana, entre 1481 y 1524 hubo 5.000 quemados y 20.000 reconciliados en la ciudad y su distrito. Durante el mandato de Torquemada aumentaron los tribunales por toda Castilla y también las condenas a la hoguera. 

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la condena de Jesús por los Judíos era una de las raíces del antisemitismo. Cristo coronado con espinas, óleo sobre tabla de Hieronymus Bosch, Galería Nacional, Londres.

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Quedó en el ánimo de muchos si el camino para la conversión era la fuerza o la predicación. Pero no hubo debate, sino más de tres siglos de represión de cualquier disidencia religiosa o moral, detrás de la cual se escondió la avaricia y la envidia de muchos inquisidores que actuaron, según denunció un cronista, «sin autoridad de la Iglesia y con precipitación de consejo». 

sábado, 3 de mayo de 2014

L'ESTRUCTURA DE LA INQUISICIÓ

- Personal
Els inquisidors, eren un tribunal exclusivament eclesiàstic, jutges per delegació papal escollits pels seus provincials de forma totalment lliure. L'autoritat civil intervenia únicament al final del procés a l'hora d'executar la sentència capital contra els convictes d'heretgia.
L'inquisidor era a qui pertocava incoar, desenvolupar i sentenciar el procés, però li quedava la possibilitat d'usar l'ajut de vicaris, lloctinents i consellers - juristes, clergues o laics -, per complir millor i més rectament tot el procés. L'inquisidor anava acompanyat d’un membre del propi orde que li aportava suport espiritual i moral.
Del personal del Tribunal destacava, per la seva importància, el notari, encarregat d'aixecar les actes de tot el procés sota la direcció de l'inquisidor. Homes d'armes, nuncis, observadors i carcellers eren els altres membres d'aquest personal auxiliar, anomenats de vegades jurats, perquè prestaven jurament a l'hora de prendre possessió del càrrec.
Pere de Castellnou, cistercenc, havia estat el primer inquisidor assassinat, l'any 1208, al qual en seguirien d'altres; no és, doncs, estranya la presència d'homes d'armes entre el personal, amb missió de protecció, a l'ensems que en funció de policia, per capturar i vigilar els acusats. La plantilla determinada pel papa, el 2 de maig de 1282, pel tribunal d'una demarcació era: dos notaris, dos carcellers i dotze auxiliars com a màxim.

- Camp de competència
Altres moviments, herètics o dissidents en major o menor grau, foren sotmesos, fruit de l’evolució històrica, al Tribunal inquisitorial. Paral·lelament a aquesta ampliació el Tribunal inquisitorial aconseguí eixamplar a d'altres matèries, la seva competència judicial. La seva competència s’estenia a tot tipus de delicte - religiós o civil - que d'una o altra manera pogués comportar elements assimilables al concepte d'heretgia, que havia estat, en primer terme, el motiu de l’erecció del Tribunal.

- Procediment judicial
Un cop arribaven els inquisidors a una vila convocaven a clergues, prelats i al poble per a dirigir-los un sermó. Aquest obligava als fidels a denunciar els heretges i els sospitosos, sota pena d’excomunió en cas de no fer-ho. Citat o capturat, el sospitós d'heretgia era portat davant del tribunal per respondre, sota jurament, dels càrrecs que se li feien. La Inquisició varià el concepte d’acusació els delators no eren acusadors pròpiament dits, ja que actuaven per un bé superior, i per tant no havien de demostrar l’acusació, sinó que eren els acusats s’havien de demostrar innocents. D'altra banda, tothom era admès per testimoniar en contra, i no pas, per fer-ho a favor.
El procés inquisitorial s'encaminà a fer conscient de la seva heretgia l'acusat, perquè pogués convertir-se. El paper d'advocat lògicament no podrà ser mai el de defensar l'heretge, perquè això seria defensar l'heretgia, sinó el d'ajudar-lo per tal que reconegui el bon fonament que tenen les acusacions. Per tal d'aconseguir aquesta declaració de culpabilitat es feia ús tant de la presó preventiva com de la tortura.
La tortura era una pràctica comuna en els tribunals seculars, i alguns d'inquisitorials van començar a aplicar-la fins i tot abans que el papa Innocenci IV, el 1252, n'autoritzés el seu ús. Sempre, això si, amb dues limitacions: que no produís amputació de cap membre i que no comportés perill de mort. La tortura no començava pas sense haver demanat prèviament la confessió, s'esglaonava començant per les menys doloroses i, de tant en tant, es parava per demanar la confessió. Malgrat les indicacions papals restrictives, sembla que hi hagué abusos i el concili de Viena (Delfinat), l'any 1311, establí que la tortura no es podia aplicar sense acord previ entre els bisbes i els inquisidors.

La magnitud de les penes era aplicada segons la gravetat del delicte i de la seva reincidència. La pena de mort fou aplicada per cremació des de finals del segle XII i quedà definitivament establerta. La presó, acompanyada d'una dieta de pa i aigua, presenta formes ben diverses, tant pel que fa a la seva durada - temporal, perpètua - com a la seva duresa - estricta, ampla - i podia ser commutada per la peregrinació o per portar la creu en el vestit, que era una altra de les penes imposades. La peregrinació, a Terra Santa en un primer moment, comportava assumir la lluita armada de defensa dels llocs sants. Altres penes anaven des de la confiscació de béns a l'almoina. L'enderrocament de la casa, aplicada sobretot en el Llenguadoc, contra nobles i burgesos, volia ser simultàniament una pena simbòlica i infamant. Finalment, en els casos de processos contra persones ja difuntes, la pena era l’única possible: exhumar les restes del lloc sagrat i enterrar-les fora.

LA CREACIÓ DE LA INQUISICIÓ MEDIEVAL

La creació de la Inquisició fou deguda a l’aparició d’una sèrie de corrents antieclesiàstics de caràcter popular que volien trencar l’excessiva vinculació entre el poder feudal i el poder religiós. Sobresortiren, el catarisme i el valdesisme, els quals cercaven la puresa de vida i empraven la pobresa com a reacció també enfront d'una burgesia mercantil que anava enfortint la seva posició social.
Davant la creixent difusió del catarisme al nord d'Itàlia i al Llenguadoc, el papa Alexandre III decidí intervenir. Convocà un concili a Tours l’any 1163, on es decidí que:
- l'autoritat episcopal havia de buscar i aclarir les actituds de fe,
- els heretges havien de ser expulsats de les terres i empresonats pels prínceps, i que 
- calia descobrir les seves reunions secretes.
Fins llavors l’autoritat episcopal rebia les denúncies, ara era ella la que havia de buscar els heretges.
Era un tribunal, presidit per un cardenal legat pontifici, que aplicava com a sancions: la presó i excomunió, la confiscació de béns i l'enderrocament dels castells refugi d'heretges. Exigia al bisbe, clergat, caps municipals i poble prestar el jurament de fer conèixer tots els heretges. El seguici cardenalici el formaven cistercencs, encarregats de l’acció judicial concreta.
Quan Alexandre III, convocà el III Concili Laterà el 1179, s'havia produït un nou fet: la petició de Pere Valdès de poder predicar lliurement; per això, el concili cridà a la defensa armada de la fe.
A l'assemblea de Verona, l'any 1184, s’acabaren de concretar les decisions de Tours: la visita episcopal caldrà fer-la una o dues vegades l'any i s’obligarà la delació d'heretges, aquests hauran de mostrar-se bons catòlics després de jurar no pertànyer al catarisme, sinó seran castigats pel bisbe. Les viles que s'oposin a les mesures episcopals seran castigades amb l’interdicte i els culpables seran entregats al braç secular, que els aplicarà l’animadversió deguda; els prelats tenen tota la jurisdicció sobre aquesta matèria. Els bisbes no sempre compliren aquesta tasca i els papes nomenaren també legats, això feu que entre els segles XII i XIII funcionessin, de forma concurrent, la Inquisició episcopal i la Inquisició papal delegada.
L'any 1198 Pere el Catòlic, decretava la pena de mort a la foguera per als heretges. De fet, un tribunal episcopal de l’imperi l'havia precedit l'any 1172, recordant com l'Antic Testament imposava pena de mort contra els blasfems. L'emperador Frederic II, l'any 1224, estengué la pena de mort per foc, sent acceptada per la Inquisició com a pena màxima.
Durant el pontificat de Gregori IX (del 1227 al 1241), es plasmà la Inquisició com institució pròpia. La butlla Excomunicamus, del febrer de 1231, aplegava totes les disposicions promulgades fins aleshores i els donava valor de llei universal: s'establia la pena d’excomunió i, si al cap d'un any l'afectat no aconseguia que li fos aixecada, esdevenia heretge convicte, podent ser castigat amb la pena de mort; els seus fills fins a la segona generació no podien accedir a càrrecs eclesiàstics; es prohibia apel·lar a tribunals superiors; s'establia la confiscació de béns, distribuïts en tres terços - un per a l'acusador, l'altre per a la reparació de la muralla, el tercer per a usos diversos -, i la prohibició de sepultura eclesiàstica.

El papa mitjançant els decrets de l'abril de 1239, confià als dominicans francesos, tot just acabats de fundar, i també als franciscans de Navarra, 24 d'abril de 1238, la feina de vigilar i castigar l'heretgia. És considerada com l'acta de naixement de la Inquisició medieval, anomenada per alguns Inquisició monàstica.