Cuántas veces lo hemos escuchado: «Lo que verdaderamente importa es saber vivir». Y, sin embargo, no nos resulta nada fácil explicar qué es en verdad «saber vivir».
Con frecuencia, nuestra vida es demasiado rutinaria y monótona. De color gris.
Pero hay momentos en que nuestra existencia se vuelve feliz, se transfigura, aunque sea de manera fugaz.
Momentos en los que el amor, la ternura, la convivencia, la solidaridad, el trabajo creador o la fiesta adquieren una intensidad diferente. Nos sentimos vivir. Desde el fondo de nuestro ser nos decimos a nosotros mismos: «Esto es vida».
El evangelio de hoy nos recuerda unas palabras de Jesús que nos pueden dejar un tanto desconcertados: «Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna». La expresión «vida eterna» no significa simplemente una vida de duración ilimitada después de la muerte.
Se trata, antes que nada, de una vida de profundidad y calidad nuevas, una vida que pertenece al mundo definitivo.
Una vida que no puede ser destruida por un bacilo ni quedar truncada en el cruce de cualquier carretera.
Una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque es ya una participación en la vida misma de Dios.
La tarea más apasionante que tenemos todos ante nosotros es la de ser cada día más humanos, y los cristianos creemos que la manera más auténtica de vivir humanamente es la que nace de una adhesión total a Jesucristo.
«Ser cristiano significa ser hombre, no un tipo de hombre, sino el hombre que Cristo crea en nosotros» (Dietrich Bonhoeffer).
Quizá tengamos que empezar por creer que nuestra vida puede ser más plena y profunda, más libre y gozosa.
Quizá tengamos que atrevernos a vivir el amor con más radicalidad para descubrir un poco qué es «tener vida abundante».
Un escrito cristiano se atreve a decir: «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida cuando amamos a nuestros hermanos» (1 Juan 3,14).
Pero no se trata de amar porque nos han dicho que amemos, sino porque nos sentimos radicalmente amados. Y porque creemos cada vez con más firmeza que «nuestra vida está oculta con Cristo en Dios».
Hay una vida, una plenitud, un dinamismo, una libertad, una ternura que «el mundo no puede dar». Solo lo descubre quien acierta a arraigar su vida en Jesucristo.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario