No dejes de luchar las batallas de siempre,
de empujar esa piedra que no alcanza la cima
y se vuelve, implacable, hasta una herida viva,
hasta un dolor anclado en tu pozo más hondo.
No pares de pelear, aunque a ratos el ansia
de vivir se te apague, y el amor te parezca
una palabra hueca, una promesa esquiva
que otros llevan con gracia, pero a ti se te niega.
No sucumbas al monstruo atrapado en tu espejo,
ese juez ojeroso que con voz implacable
te repite palabras de fracaso y tristeza.
No le des el poder de trancarte la puerta.
No bajes la cabeza, no cedas, no te rindas,
aunque un río de lágrimas deje surco en tu rostro.
No mueras, no sucumbas a la voz pesarosa
que estrangula los sueños profetizando tumbas.
¿Acaso no descubres que está inscrita en tu entraña
la huella de una risa que acalla los tormentos?
¿Es que no has encontrado el tesoro escondido?
¿Eres ciego a la luz que te estalla por dentro?
Levanta la mirada, ventana hacia otro mundo
habitado por hombres que dibujan victorias,
asómate a sus días, siente su resistencia
que hace frente a los miedos, que adivina salidas.
José María Rodríguez Olaizola SJ