lunes, 13 de mayo de 2024

hechiceras y brujas: rituales maléficos en la antigua roma

 abracadabras, brujas malvadas, elixires de amor, maldiciones y muñecos atravesados por alfileres. La antigua Roma contiene todos los ingredientes imaginables en torno al maravilloso y extraño mundo de la magia. Los autores clásicos, como Horacio, Virgiliou Ovidio, evocaban a las brujas de su tiempo presentándolas como ancianas malévolas, capaces de invertir el curso de los ríos, controlar el clima o hacer que la luna y las estrellas lloraran sangre. Empieza ahora

El poeta Lucano, por ejemplo, hablaba de una bruja llamada Ericto que resultaba aterradora: vivía en los cementerios, era escuálida, olía a podrido, le cubría el rostro una melena desgreñada, tenía sus retorcidas manos manchadas de la sangre humana que exigían sus sacrificios y causaba terror con su voz espeluznante, similar a los aullidos de los lobos, el silbido de la serpiente y el ulular del búho. Horacio, en una de sus odas, dibujó una dramática escena que reunía todos los componentes de un ritual de magia negra en el mundo romano. El poeta contaba que, para preparar un elixir amoroso, la malvada Canidia, acompañada de Ságana y Veya, secuestró a un niño, al que pensaba extraer las vísceras para emplearlas como ingredienteprincipal de la poción con que esperaba ganar el corazón de su amado. 

RITUALES MALÉFICOS

En el hogar de las brujas, donde se realizaba el siniestro ritual, Canidia echó a las llamas ofrendas recogidas en un cementerio, plumas y huevos de un búho impregnados con sangre de sapo, hierbas exóticas y huesos. Mientras, Ságana roció la casa con agua del Averno y Veya enterró al niño hasta la barbilla para dejar que muriera de inanición. Luego, Canidia, que dirigía la ceremonia, invocó a la Noche y a la diosa Diana, y maldijo al desgraciado al que quería encantar y a sus amantes. 

Rustic calendar from Saint Romain en Gal (Autumn)

La ley de las doce tablas establecía: «No se ejerza ningún encantamiento sobre las mieses ajenas». Al parecer, se creía que mediante sortilegios un campesino podía robar la cosecha del vecino o, más bien, hacer que ésta se pudriera mientras la suya crecía más rápido y con más fruto. mosaico con escena agrícola, Saint-Romain-en-Gal.

Wikimedia Commons

Estos testimonios literarios tienen muchos elementos de ficción; se trata de tópicos que se transmitían de un autor a otro sin que se reflejara la realidad del día a día. Muchas de estas descripciones son inverosímiles, como las referidas a brujas a las que les crecían víboras en el pelo, o que eran capaces de resucitar a los muertos o hasta de metamorfosearse en búho embadurnándose con ungüentos. Ni siquiera puede aceptarse que la magia fuera practicada exclusivamente por mujeres Cabe explicar esta imagen terrorífica y macabra de la brujería como una inversión de las prácticas religiosas «ortodoxas» de los romanos. Mientras que los rituales cívicos se realizaban de día, las brujas operaban al abrigo de la noche; en lugar de entonar piadosas oraciones, las hechiceras imprecaban a los dioses; en vez de acudir al templo, utilizaban los cementerios o sus escondrijos como escenario de sus rituales, y profanaban los altares con sangre y vísceras de niños. 

LO QUE CUENTA LA ARQUEOLOGÍA

Lo dicho no significa que la brujería fuera una invención de los escritores antiguos. Al contrario, sabemos que la hechicería y la magia formaban parte de la cultura y hasta de la vida cotidiana de los romanos; incluida la magia negra, es decir, aquellos ritos que buscaban hacer mal a otras personas. Así lo prueban numerosos objetos hallados por los arqueólogos y relacionados con prácticas de magia negra, como tablillas con maldiciones y esculturas utilizadas al modo del vudú. Uno de los ejemplos más impactantes procede de Egipto, de la ciudad grecorromana de Antinoópolis. 

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Mano apotropaica con símbolo mágico. Museo de Arte Walters, Baltimore.

Wikimedia Commons

Consiste en una muñequita de arcilla con la cabeza, los ojos, la boca, el corazón, las extremidades y los genitales atravesados por clavos. La figura llevaba sujeta una laminilla de plomo con un texto inscrito: una maldición en la que un tal Sarapamón, el autor del texto (o quien lo había encargado), invocaba el espíritu de un muerto llamado Antínoo, para que forzara a una joven a enamorarse de él. El texto enumera a todas las divinidades del inframundo –seres exóticos ajenos al panteón romano como Abrasax, Iao o Marmaraouoth– e incluye extrañas palabras mágicas del tipo «abracadabra». En su parte central dice: «Despiértate [espíritu de Antínoo] y vete a todo lugar, a cada barrio, a cada casa y haz una atadura mágica a Ptolemaide, a la que parió Ayade, la hija de Horígenes, para que no pueda tener contacto sexual ni dé placer a otro hombre, sino sólo a mí, Sarapamón, a quien parió Area. No le permitas comer, ni beber, ni hacer el amor, ni salir, ni conciliar el sueño lejos de mí, Sarapamón, a quien parió Area».

ESPECIALISTAS EN RITUALES

Las maldiciones escritas y las prácticas de vudú, que seguramente iban acompañadas de ensalmos e invocaciones a dioses infernales, requerían en ocasiones la intervención de un especialista ritual, un brujo o hechicero que organizaba una puesta en escena estrafalaria e impactante, usaba ingredientes exóticos y de difícil acceso, y alardeaba del conocimiento de un lenguaje desconocido de origen divino, capaz de someter la voluntad de los dioses. 

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Anfiteatro de El Djem, en Túnez. En el recinto apareció una inscripción referida a un tal Donato, mago de profesión.

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Estos especialistas, que no tenían por qué ser mujeres, podían incluso montar un negocio en torno a la magia. Así lo indica una inscripción hallada en El Djem (Túnez), en la que se lee: «Donato, desde la oficina mágica, te desea que veas cumplidos tus deseos». Del mismo modo, las excavaciones realizadas en la fuente de la ninfa Anna Perenna, en Roma, han sacado a la luz muñecos de arcilla con inscripciones en caracteres extraños por todo el cuerpo, todos ellos metidos dentro de urnas cubiertas a su vez con más verborrea mágica.Otras prácticas de magia negra eran más sencillas y estaban al alcance de cualquier particular. Por ejemplo, se tiraba a un pozo una laminilla de plomo en la que se había inscrito el nombre de la persona a la que se quería maldecir. Cualquiera capaz de escribir, aunque fuera de manera rudimentaria, podía elaborar su propia maldición sin necesidad de recurrir a un especialista. 

MAGIA AL ALCANCE DE TODOS

Existía una gran variedad de motivos que llevaban a la gente, tanto de la aristocracia como del pueblo llano, a recurrir a brujas y hechiceros. Como se ha visto, gran parte de los testimonios que se conservan se relacionan con problemas amorosos, pero un simple robo podía llevar al agraviado a formular una maldición contra el ladrón, como se ve en una inscripción hallada en el templo de Mercurio en Uley (Gran Bretaña): «Recordatorio al dios Mercurio de la mujer Saturnina, en relación al pañuelo de lino que ha perdido, para que quien lo robó no pueda descansar hasta que devuelva lo que ha robado al lugar indicado [el templo de Mercurio], ya sea hombre, mujer, esclavo o liberto».

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Figurita femenina con agujas clavadas. Museo del Louvre, París.

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También se elaboraban maldiciones dirigidas contra los rivales en el teatro o en el circo, en las que se pedía, por ejemplo, que los caballos del equipo rival en el circo trastabillasen; era un recurso comprensible si se tienen en cuenta las grandes cantidades de dinero que movían las apuestas en esas carreras.

Las disputas políticas, judiciales o económicas podían dar lugar también a maldiciones por alguna de las partes. No es raro ver implicados en estas prácticas a médicos, abogados, taberneros, herreros... Incluso miembros de la familia imperial se dejaron tentar. Vervloekingstablet in lood gericht tegen Caius Iulius Viator

Tablilla de plomo con maldiciones inscritas. Museo Galoromano, Tongrenen.

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Cuenta el historiador Tácito que tras la misteriosa muerte de Germánico, hijo adoptivo del emperador Tiberio, se encontraron en su habitación restos desenterrados de cuerpos humanos, encantamientos y maldiciones que incluían el nombre de Germánico en pequeñas láminas de plomo y cenizas con restos de sangre. El naturalista romano Plinio el Viejo resumió lo que mucha gente debía de pensar en la antigua Roma: «No hay nadie que no tema ser encantado por una maldición». 

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