renacer para volver a vivir, tal es el más viejo anhelo de la humanidad. Solo los antiguos egipcios vistieron esta esperanza con una religión encaminada a una eterna pervivencia en el más allá. Porque para ellos la cuestión no estribaba en resucitar, sino en volver a nacer para iniciar una existencia nueva, aunque conservando el mismo cuerpo, nombre y personalidad.
Y no en un lugar nuevo idealizado por los teólogos, sino en una dimensión cuyos paisajes eran muy similares a los que contemplaron en el curso de su breve existencia terrenal.
LUCHAR CONTRA LA MUERTE
No pudiendo ignorar la muerte, los egipcios buscaron la manera de burlar sus catastróficos efectos. Idearon un panteón de dioses, formas de la única divinidad Re, y lo más importante: se lo creyeron. Entre estos dioses, Osiris, señor de ultratumba y de los "occidentales", los muertos (pues es por occidente por donde muere el Sol cada día), era el juez supremo y anfitrión que juzgaba y recibía en los campos de Ialu a los fallecidos bienaventurados.
En su imaginario, la momia era la crisálida de la que surgiría, tras un nuevo parto, el ser renacido. Para renacer era necesario, pues, pasar por el inevitable, aunque temporal, estadio de la muerte.
Este era un espantoso trance que ni el mismo faraón, Hijo de Re, podía eludir. Pero no solo la incertidumbre de la muerte pendía sobre el garante único de la buena marcha del Doble País, el rey de Egipto y generalísimo de sus ejércitos. También la inevitable vejez con sus achaques podía debilitar su energía, con grave riesgo para la nación bajo su control. Había que buscar remedio a tal inconveniente, y así nació la fiesta Heb Sed.
La inevitable vejez con sus achaques podía debilitar la energía del faraón, con grave riesgo para la nación bajo su control. Había que buscar remedio a tal inconveniente.
El origen de esta fiesta se pierde en la noche de los tiempos, ya que las primeras manifestaciones documentadas se remontan a los tiempos predinásticos. De hecho, desconocemos su origen. Y no solo eso, sino que carecemos de un solo testimonio que nos relate la totalidad de tan importante festival, aunque conocemos el fondo de su significado y sus partes principales; todo lo que sabemos al respecto (y que es muy poco) procede de relieves en los que se representa el Heb Sed.
EL RITUAL PARA REJUVENECER AL FARAÓN
Al principio, la fiesta Sed se celebraba a los treinta años de reinado, repitiéndose cada década, pero esta regla no fue siempre respetada, ya que nos consta que cada vez se acortó más el tiempo que mediaba entre las sucesivas celebraciones. La finalidad del evento (erróneamente llamada del "jubileo", pues no se conmemoraba un "aniversario" del reinado, sino un "recomenzar" del mismo) era la renovación de la energía vital del rey.
La fiesta, que duraba unos cinco días, empezaba el primer día de la estación de la siembra. Los distintos ritos dramatizados que se celebraban durante la misma tenían carácter doble, pues el faraón protagonizaba cada uno de ellos como rey del Bajo y Alto Egipto por separado. Únicamente en una tablilla del rey Den, de la dinastía I, el faraón aparece tocado con la doble corona.
La fiesta, que duraba unos cinco días, empezaba el primer día de la estación de la siembra.
El propio signo jeroglífico de la fiesta evoca el doble trono ocupado alternativamente por el monarca. Para celebrar los ritos era preciso preparar un patio abierto, en un templo ya existente o en uno de nueva construcción consagrado durante el festival Sed, y dos salas. Una de estas salas, la "sala de los Grandes", acogía los santuarios, hechos de junco evocando los modelos arcaicos, donde se alojaban las estatuas de los principales dioses provinciales. La otra sala era "el Palacio", donde el rey se cambiaba de ropa e insignias y descansaba.
En el templo funerario del faraón Ramsés III se ha conservado parte de este palacio, mientras que en el recinto de Zoser, en Saqqara, podemos vivir el ambiente del patio gracias a la réplica que Imhotep (el arquitecto del soberano) hizo en piedra de los antiguos pabellones de juncos, transformando una arquitectura efímera en otra para la eternidad.
Como se ve, el apego de los egipcios a las antiguas tradiciones se magnificaba en la fiesta Sed. Incluso durante el Reino Nuevo (entre 1552 y 1069 a.C.) se respetó el carácter primitivo de aquella primera arquitectura religiosa. Las columnas del Akh Menu (la gran sala destinada a la celebración de los festivales Sed) que Tutmosis III ordenó levantar en Karnak son del estilo de las que se contruían antiguamente para esta fiesta. Y no solo eso: los sacerdotes y dignatarios actores del drama empleaban una fraseología y ostentaban unos cargos totalmente en desuso y casi olvidados.
Esta unión del rey con los dioses, con los hombres y con los campos de Egipto, ya que todo ello tenía lugar durante el festival (que tiene paralelismos con los ritos de la coronación real) fue grabada con profusión en capillas y templos. Se iniciaba con una solemne procesión, en la que participa el rey, colocando ofrendas ante las capillas de los dioses provinciales.
EL REY, PROPIETARIO DEL PAÍS
Posteriormente tenía lugar el acto del que restan más testimonios: la carrera ritual. En ella vemos al monarca, vestido con un corto faldellín, corriendo alrededor de unos mojones situados en el patio. En su mano lleva un pequeño cilindro, el imyt o "documento de la casa", una especie de escritura, o testamento, que le acredita como amo y señor de Egipto. Porque ese patio acotado evoca el país que el rey recorre, tomando posesión del mismo como heredero legítimo de sus predecesores.
En esta ceremonia, un estandarte del dios chacal Upuaut (el que abre los caminos) siempre acompaña al faraón. Este antiquísimo dios está relacionado con las legendarias "almas de Nekhen", ciudad del Alto Egipto y, probablemente con el nombre de la propia fiesta Sed, cuyo significado sigue siendo enigmático.
En uno de los actos finales, junto a las capillas de Horus y Seth, el sacerdote sem (que se ocupaba de los rituales funerarios) entrega al rey un arco y cuatro flechas que este lanza a los cuatro puntos cardinales. Nuevamente, el faraón es entronizado mirando hacia esas cuatro direcciones. El real arquero manifiesta así su dominio y protección sobre los confines del país.
El sacerdote sem (que se ocupaba de los rituales funerarios) entrega al rey un arco y cuatro flechas que este lanza a los cuatro puntos cardinales.
El hecho de que en ciertos actos el monarca, sentado en su trono y tocado con una de las dos coronas, vista un ceñido vestido evocador de la mortaja de Osiris, al que por cierto no se nombre en el festival, da pie a una interesante hipótesis. Se puede pensar que el rey asiste a su propio funeral, ya que solo así, tras una muerte ficticia, será posible su renacimiento, un rejuvenecimiento en este caso, de las energías perdidas. Ello tiene su versión tardía en el mito del ave Fénix, actualización griega del ave Bennu egipcia. Cansada y marchita, el avé Fénix se autoincineró para resurgir de sus cenizas renovada, más blanca y más bella que antaño.
El lanzamiento de las cuatro flechas tiene su símil en un rito destinado a la protección de Osiris de las acechanzas de Seth. La lanzadora es aquí la diosa Neith, tal como aparece en un dintel del templo de Taharka junto al lago sagrado de Karnak. Y no solo allí. En Oxirrinco, la misión arqueológica española que allí excava descubrió un osireion, un santuario subterráneo de Osiris en el que han aparecido unos pequeños conos de limo con la figura de la "arquera" Neith, sin duda relacionados con la protección osiríaca.
Poco a poco, la arqueología nos va desvelando antiguos misterios. Cabe esperar que algún día nuevas aportaciones nos aclaren las lagunas existentes en torno al festival Sed. Un festival lejanísimo en el tiempo, pero de cuyo sustrato espiritual muy probablemente todos participamos: la aspiración a la eterna juventud. Aunque, eso sí, sabiendo lo que sabemos. Si no ya no tiene tanta gracia...