En el precioso capítulo de Curator’s Corner del canal del Museo Británico el venerable y admirado Irving Finkel explica algunas cosas interesantes sobre el que se considera el mapa del mundo más antiguo que existe. Es una tablilla mesopotámica de 2.900 años de antigüedad que fue hallada en pedazos y que hubo que reconstruir para interpretar siglos después.
El mapa en cuestión está inscrito en un trozo de tablilla cuneiforme donde hay inscripciones por ambos lados. El problema es que ha llegado hasta nosotros incompleta, como fragmentos de un puzle, así que se necesitó una reconstrucción muy paciente. En uno de los lados aparecen dos círculos concéntricos con algunas líneas y triángulos alrededor. Con el tiempo se interpretaron como el mapa del mundo conocido de la época: un gran río que rodeaba todo, la ciudad de Babilonia, los ríos y tribus de la zona, y finalmente las montañas más lejanas, representadas por los triángulos. (Aquella zona es el moderno Irak).
¿Qué montañas lejanas eran esas? El texto estaba perdido pero con ayuda de Edith Horsley, una voluntaria que trataba de catalogar trozos de tabletas astronómicas y cartográficas encontraron una pequeña pieza que resultó que encajaba a la perfección. Con esa información pudieron localizar tres de las montañas y ubicar algunas las demás. Una, por ejemplo, habla de «una gran muralla», pero en otra hay algo más curioso todavía.
El giro de los acontecimientos es que en la inscripción se describe uno de los lugares como «el lugar donde descansa el arca», que no es otro que el arca de Noé en la Biblia y, en la versión anterior y probablemente la misma del diluvio, el arca construido con Ziusudra, con sus medidas y todo (expresadas en cúbits o codos mesopotámicos, de unos 50 cm) .
Grandes historias que se descifran siglos después gracias a la interpretación de lo poco que queda de aquellos tiempos, apenas fragmentos y algunas palabras, pero que junto con otra información que se tiene de la época dan para mucho.
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