Tras 75 años de clandestinidad, la fe de los zares rusos goza hoy de un estatus privilegiado. Millones de rusos se han bautizado desde la caída del régimen soviético, es más, casi 2/3 de la población actual se declaran orodoxos. Pocos comprenden realmente el significado del sacramento, pero todos ansian revindicar su pasado y una identidad cuya aniquilación, los comunistas dedicaron 75 años.
Del papel que tome la iglesia ortodoxa (contrapunto del gobierno o mera comparsa y adorno de este) se derivará una rusia más democrática y civil o un retorno al oscurantismo y al autoritarismo (James H. Billington). Por ahora las cifras de participación en el culto son fragmetnarias pues la iglesia ortodoxa no lleva ni registros de feligresía ni libros de parroquia.
La obediencia y el rito gobiernan la Iglesia rusa desde aquel día crucial del año 988 en que el príncipe Vladímir, soberano de la Rus de Kíev, ordenó el bautizo de sus súbditos en el rio Dniéper. Seún la archiconocida leyenda, Vladimir había enviado emisarios al extrangero en busca de una fe para su nación pagana. Los enviados a Constantinopla regrearon maravillados por el rito bizantino que habían presenciado en Santa Sofía. La religión importada por el príncipe conformó la nación rusa y fue a su vez, conformada por ella... llegándose a convertir en la Santa Rusia.
La imagen proyectada por la iglesia cara al exteruir es la de complicidad con el Estado, cosa que la jerarquía niega por los muchos conflictos abiertos que tienen: desde la potestad de las propiedades de la Iglésia hasta la educación de la religión.
Nacho Padró
A partir de un artículo del National Georgaphic
abril 2009