miércoles, 27 de mayo de 2020

Cuando la memoria es más potente que el gas de las cámaras

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Auschwitz, 2005. Fotografía: Janek Skarzynski / Getty.
Los tambores del suicidio ya sonaban con fuerza durante la noche larga de Petrópolis. El término «noche larga» no se acuña en este texto por casualidad, es la etiqueta que ha decidido colocarle Stefan Zweig a la pesadilla que se cierne sobre su Europa en particular y sobre el mundo en general. Los nazis avanzan y el planeta se estremece. Allí, en la remota ciudad brasileña, el escritor austriaco sabe que no le queda demasiada cuerda al reloj por el que tanto ha luchado para dejar que avance el segundero. Siempre le había tenido miedo a la muerte, suele ser esta una característica general entre los suicidas. Al huir de Austria para recorrer el mundo delante de las tropas alemanas, había dejado el miedo de lado. Ahora, de pronto, la angustia. Observa de nuevo el reloj, detenido ya: no hay peor miedo que el que desaparece con la angustia.
Esa última noche ya no quedaba espacio en su memoria para las noches londinenses, donde había temido en silencio los bombardeos de la Luftwaffe que todavía estaban por llegar. Tampoco para sus días neoyorquinos, cuando ni la tumba de Whitman sofocaba la ansiedad persecutoria (qué diferencia con la ópera centroeuropea, pensó siempre). Se iban difuminando poco a poco las tardes brasileñas, donde detrás del paseo aparecían su pasión francófona, su Montaigne, su Flaubert. Sí quedaba espacio sin embargo para Lotte, la secretaria por la que había abandonado a su mujer. Así que dialogó con ella un día cualquiera de cualquier año y tomaron la decisión. Los dos cadáveres (ya lo eran antes del cianuro) se acostaron sobre la cama perfectamente ataviados para la muerte. La foto de los dos suicidas abrió los periódicos días más tarde. En ella aparece una mesilla sobre la que descansan varios objetos sin valor, el vaso para el cianuro y una carta. Aquellas, sus últimas líneas, todavía lloran: 
Prefiero terminar mi vida en el momento adecuado, justo, como un hombre para quien su trabajo cultural fue siempre la más pura de sus alegrías y también su libertad personal, la más preciosa de las posesiones en este mundo. Dejo saludos para todos mis amigos: quizá ellos vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos. (Carta póstuma, Stefan Zweig).
Porque el pasado asesina tanto como el presente. Aún más si lo recordado se mueve entre ambos planos: hay escenas que se repiten continuamente, como si no supieran salir del hoy. Primo Levi ya era consciente de esto el día que atravesó las puertas de Auschwitz, intuyendo que nunca más saldría de allí. Porque nunca salió, a pesar de ser liberado meses más tarde. Su obra, construida en parte sobre los pilares de su estancia en los campos de concentración, es un canto a la supervivencia. Pero he aquí que de nuevo se mezclan los planos, el presente juega con el pasado y viceversa. Levi no fue capaz ya nunca más de distinguir ambos, y de aquella confusión nacieron títulos tan maravillosos como Si esto es un hombreLa tregua o Los hundidos y los salvados.
Especialmente importante se antoja el último de los títulos. La distinción entre hundido y salvado, entre ganador y perdedor, persiguió para siempre la fragilidad del escritor italiano. Y es fragilidad porque no se puede utilizar otro término con alguien que nunca conoció el tacto de la mujer antes de entrar en Auschwitz, y solo el miedo a los bombardeos turineses le había permitido intuirlo a través del abrazo de una vecina. Muchos años después, su mujer se topó con el cadáver de Levi estampado contra el suelo, sin soportar las heridas producidas por la caída a través del hueco de la escalera. Numerosas cartas a diversos amigos contemplaban la posibilidad del suicidio, por lo que en un primer momento todo el mundo de la literatura se agarró a esa posibilidad. Después llegaron los rumores, las teorías conspiranoicas, el miedo a la realidad. Pero es Primo Levi, el niño enclenque al que no abrazaron, el hombre derrotado que dependía del antidepresivo. La única realidad es que Auschwitz le dio la vida, sosteniéndolo gracias al testimonio y a la crítica, y… Auschwitz se la quitó.
Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro estado son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición humana, que es enemiga de cualquier infinitud. Se opone a ello nuestro eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso, esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. (Si esto es un hombre, Primo Levi).
No muy lejos (todos los derrotados caminan juntos) Paul Celan había visto cómo toda su familia iba desfilando por los campos de exterminio nazis con el único refugio de la literatura como vía de escape. El horror, el pánico. Muchos años después, el escritor se aleja de la muerte. En Celan se observa un matiz que no aparece en Levi o en Zweig. En toda su poesía hay una lucha constante por diferenciar lo que realmente es necesario para sobrevivir, lo que se le antoja moralmente exigible al ser humano. Hablamos de una época en la que el existencialismo golpea con fuerza de manos de su vecino Jean-Paul Sartre o de su íntimo enemigo Heidegger. Es decir, la hoguera del «yo» arde con fuerza. Celan añade a ese desarrollo personal dos términos que ya han aparecido por el párrafo: el horror, el pánico. Si a esto le añadimos la influencia surrealista, queda para el lector un corpus poético inigualable. Parafraseando a Levi, en el poeta sí se intuye la infelicidad completa.
Una mañana de abril, un pescador parisino encontró flotando el cuerpo sin vida de Paul Celan. Se había arrojado al Sena olvidando para siempre el drama que supone sobrevivir a tu familia y, sí, por desgracia, salvarte del exterminio por un gorgoteo del destino. Dejaba atrás varios años de reclusión en clínicas psiquiátricas, el olvido de su mujer y su hijo. El verso de Celan deja en la historia de la literatura las huellas de esa memoria, y la certeza de que hay sufrimientos que deben pesar sobre el futuro. Al registrar su casa, por cierto, las autoridades encontraron la biografía de Hölderlin, el demente más cuerdo de todo el Romanticismo. Ahí estaba Celan, como en el caso del poeta alemán, tejiendo la malla que une locura y lucidez sobre la poesía universal.
Grita: sonad más dulcemente. La muerte, la muerte es un maestro
          venido de Alemania.
Grita: sonad con más tristeza, sombríos violines, y subiréis como
          humo en el aire,
y tendréis una tumba en las nubes.
No se yace estrechamente allí.
(Fuga de la muerte, Paul Celan)
Bertolt Brecht y Thomas Mann, amigos y maestros, observaron juntos el desarrollo de las tropas nazis por todo el mundo. Alemanes ambos, el pavor y la mentira que promovía el régimen de Hitler les provocaba más vergüenza propia que ajena. Uno, Mann, es el espejo de la revolución novelística del siglo XX. Por decirlo de algún modo, es el Joyce o el Proust de la cultura germánica. El otro, Brecht, ha revolucionado un teatro anquilosado, y se alinea con el despegue que provocó para este género el surrealismo. Evidentemente, al régimen le incomodaba tener a semejantes monstruos en contra, por lo que la persecución tendría que ser feroz para acallar sus reflexiones. Sus libros ardieron, sus figuras se alejaron, pero la crítica siguió allí.
Ambos cambiaron el destino de su arte. Mann se dirige al pueblo alemán a través de la radio americana, intentando destruir al gobierno desde la conciencia de sus fieles. Brecht escribe Terror y miseria del Tercer Reich, una obra que ataca al motor de la Alemania nazi, es decir, al periodo prebélico, a la conciencia del pueblo, a las bases del partido nacionalsocialista. Una vez apagado el fuego de la guerra, los espíritus se van apagando. Ambos fallecen pocos años después, con sus familias destrozadas. Incluso a los genios les transforma un desastre, y hay en ese giro de sus obras el rastro de sangre de una memoria olvidada. Perseguidos, desterrados, condenados al oscurantismo. Las mentes más potentes de la cultura alemana perecieron bajo el miedo.
La guerra va a empezar.
No hay gemidos ni quejas
ni murmullos de viejas.
Música militar.
Son niños y mujeres.
Cinco años, no te mueres,
pero otros cinco vendrán.
Traen a enfermos y ancianos,
eran todos hermanos…
Ejército alemán.
(Terror y miseria del Tercer Reich, Bertolt Brecht)
Hay un verso que cruza por el comienzo que Brecht idea para su obra de teatro que se antoja clave: «otros cinco vendrán». La literatura sobrevivió a la guerra como sobrevivirá a cualquier episodio, pero sus marionetas han quedado sepultadas bajo los escombros del recuerdo. La más icónica de estas marionetas, Ana Frank, lo había dejado claro en su célebre diario: «¿Cómo hacer con una memoria tan desdichada como la mía? ¡Prefiero no pensar en lo que será cuando tenga ochenta años!». El futuro, todos los protagonistas de este texto lo sabían, se detuvo para siempre bajo los bombardeos alemanes. A veces, la memoria es más potente que el gas de las cámaras.

martes, 26 de mayo de 2020

Arcilla en tus Manos

Eres madre muy sencilla, criatura del señor
Virgen pobre madre mía, llena de gracia y de amor
Fuiste arcilla entre sus manos y el señor te modelo
Aceptantes ser su esclava siempre dócil a su voz
Yo quiero ser arcilla entre sus manos
Yo quiero ser vasija de su amor (bis)
Quiero dejar lo mío para el
(Bis)

domingo, 24 de mayo de 2020

BIENAVENTURANZAS DE LOS SOLIDARIOS

  • Bienaventurados los jóvenes que tienen un concepto claro de que los hombres no son cosas y defienden la justicia, la libertad y la verdad; porque participan de la bondad de Dios.
  • ●  Bienaventurados los jóvenes que creen en el amor; porque encontrarán razones para vivir.
  • ●  Bienaventurados los jóvenes de corazón generoso, que viven gratuitamente para los demás, con disponibilidad y alegría; porque han elegido el mejor camino para ser felices.
  • ●  Felices los jóvenes que están atentos a las llamadas de los otros; porque ellos serán sembradores de alegría.
  • ●  Felices los jóvenes que dan testimonio de hermandad en un mundo dividido y enfrentado; porque en ellos se hace presente Jesús, el hermano de todos.
  • ●  Dichosos los jóvenes que luchan por un mundo mejor; porque ellos se sentirán más humanos.
  • ●  Dichosos los jóvenes que luchan por la paz; porque en su entorno no habrá nunca violencia ni guerra.
● Dichosos los jóvenes que luchan por la justicia; porque de ellos brotará la paz.
● Bienaventurados los que lo dan todo, sin esperar nada a cambio; porque en ellos se manifiesta el rostro de Dios.
● Bienaventurados los que se oponen a la opresión, porque valorarán la libertad.
● Felices los jóvenes que lo arriesgan todo por amor a los demás; porque recibirán el ciento por uno.
● Dichosos los jóvenes que con su testimonio de entrega, son una “llamada” para todos los jóvenes de todas las razas; porque son portadores de los valores
del REINO.

● Felices serán, sobre todo... si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran:
  • –  Ellos han encontrado la verdadera luz.
  • –  Han encontrado la verdadera sabiduría.
  • –  Han encontrado el amor.

    Leonidas Proanos

jueves, 21 de mayo de 2020

Bienaventuranzas de la Familia

Bienaventurada la familia que reza: allí estará presente Dios.
Bienaventurada la familia que santifica el domingo: esta familia se reunirá un
día en la Fiesta del Cielo.
Bienaventurada la familia que rechaza las diversiones vulgares, mundanas y
ajenas a Dios: allí reinará la alegría.
Bienaventurada la familia donde se evita la blasfemia, las malas conversaciones,
las lecturas peligrosas y los programas inmorales de tv: la bendición de la
paz estará en cada corazón.
Bienaventurada la familia que bautiza a sus hijos sin demora: desde pequeños
crecerán como ciudadanos del Cielo.
Bienaventurada la familia que llama al sacerdote para que asista a los enfermos:
el sufrimiento y la muerte serán vencidos por la Fe y la Esperanza.
Bienaventurada la familia que aprende el Evangelio y la Doctrina Cristiana:
todos madurarán como hijos de Dios.
Bienaventurada la familia donde los hijos obedientes y amorosos son el consuelo
de sus padres y donde los padres son ejemplo de temor a Dios: será un
nido de paz, un ejemplo de virtud, escuela y signo de salvación para todos.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Del optimismo

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John Lennon y Yoko Ono mostrando una bellota que van a mandar a los lideres mundiales para que las planten en sus países como símbolo de la paz.
Tendemos a pensar de forma lineal, mecánica, adialéctica, y hemos de hacer un esfuerzo de reflexión para ir más allá de determinadas contradicciones y dicotomías. Se suele decir que el optimista ve la botella medio llena y el pesimista la ve medio vacía; ¿quién tiene razón? Según se mire, podría parecer la respuesta; pero ninguno de los dos la tiene, si se mira objetivamente. La contradicción se supera diciendo que la botella, si es de un litro y está por la mitad, contiene medio litro de líquido. Y lo que debamos y podamos hacer con ese medio litro en unas circunstancias concretas determinará si nos hallamos ante una situación favorable o desfavorable. Medio litro de agua es provisión suficiente para un paseo por el campo e insuficiente para cruzar el desierto. En este caso, como en tantos otros, el pensamiento cuantitativo resuelve la cuestión.
No, no tenía razón en absoluto, porque no tiene ningún sentido hablar de riesgo si no se cuantifica, ya que el riesgo cero no existe. Cada vez que salimos a la calle corremos el riesgo de que nos caiga algo en la cabeza: una maceta, una cornisa, un suicida, un meteorito… Pero si una madre no dejara salir a su hijo por miedo a que lo aplastara un suicida al saltar desde un sexto piso, seguramente la tacharíamos de sobreprotectora. Y la probabilidad de embarazo o de transmisión del VIH con un uso correcto del preservativo no es mucho mayor que la de que nos caiga algo o alguien en la cabeza mientras vamos por la calle. El «optimista» que minimiza la gravedad del problema y no toma las debidas precauciones es un insensato que atenta contra la salud propia y la ajena; pero el «pesimista» que afirma que la única protección eficaz es la abstinencia sexual condena a sus seguidores a un destino peor que el sida o un embarazo no deseado. Y, como en el caso de la botella, la contradicción se supera cuantificando el riesgo, que es el requisito previo para poder elegir con fundamento las opciones que garantizan la máxima seguridad sin un sacrificio excesivo.
Pero en la lucha contra el mal supremo, es decir, contra las mentiras y los abusos del poder, contra la explotación y la injusticia, la botella no está por la mitad, ni mucho menos. ¿Por qué luchar, si nuestras fuerzas son muy inferiores a las del enemigo? Podría parecer que aquí no funciona el criterio cuantitativo. Sin embargo, sí que funciona, y de forma aún más clara. Si luchamos, a menudo la probabilidad de vencer es baja; pero si no luchamos, es nula. Y, como nos enseñan las matemáticas, cualquier número positivo es infinitamente mayor que el cero. Hemos ido de lo cualitativo a lo cuantitativo, y ahora la cantidad se convierte en calidad. Algo no solo es más que nada: algo es algo, como nos recuerda una frase hecha menos trivial de lo que parece, mientras que nada no es nada. El camino de la lucha es duro, peligroso e incierto; pero es el único camino, la única alternativa a la resignación, que es otro nombre de la derrota. Los que luchan pueden fracasar, incluso morir en el intento; pero los que se resignan mueren todos los días.