cuenta la leyenda que, allá por el año 813 a.C., una reina llamada Dido huyó de su ciudad natal, Tiro, a causa de un engaño configurado por su hermano Pigmalión y, como resultado de su excelente e innato conocimiento de los mares, acabó fundando la antigua ciudad de Cartago, que hoy situaríamos en Túnez. Ella era, según la Eneida de Virgilio, muy ingeniosa y de cuna fenicia, una civilización cuyo origen y expansión han sido discutidos ampliamente.
Durante siglos, la tradición bíblica y grecorromana insistió en que los fenicios llegaron desde el «mar de Eritrea», desde el golfo pérsico o incluso desde alguna región de Mesopotamia -así lo sugirieron autores clásicos como Homero, Heródoto o Justino- para instalarse en el Levante mediterráneo y fundar allí las ciudades a partir de las cuales conquistaron gran parte de la cuenca. Todo ello, gracias a un gran dominio en el arte de la navegación.
Sin embargo, hoy en día la teoría más probable, basada en los registros arqueológicos, revela que estos en realidad fueron herederos directos de la cultura cananea y que, por lo tanto, se constituyeron como comunidad en el mismo territorio donde surgieron sus primeras ciudades. Un territorio que corresponde ahora con el actual Líbano.
EL LÍBANO, CUNA DE LA CIVILIZACIÓN FENICIA
Los fenicios nunca se denominaron a sí mismos como tal: lejos de lo que pueda parecer, este término fue el que se empleó en los textos homéricos (phoinikè), escritos hacia los siglos VIII-VII a.C., para referirse al territorio y a las personas que habitaron lo que hoy es la costa del Líbano. Y en este sentido, resulta necesario señalar que dicho pueblo, en realidad, no se autopercibía como uno solo, sino como múltiples divididos entre ciudades independientes como Sidón, Biblos, Berot (actual Beirut) o Arwad.
En cualquier caso, en este territorio la civilización fenicia comenzó a desarrollar un comercio próspero, nutrido por el oro, la plata y el estaño que obtuvieron de sus largas y frecuentes travesías por el Mediterráneo: las evidencias arqueológicas desvelan que, con sus famosos barcos de madera, llegaron a sitios tan lejanos como el norte de África, Ibiza o incluso Gran Bretaña.
Pero tal vez fue su tierra original la que sirvió de escenario principal para los aspectos más interesantes de su historia: la etapa de expansión de los fenicios comenzó probablemente a partir del siglo XII a.C., siendo Tiro la ciudad portuaria pionera en el comercio marítimo de larga distancia, y a lo largo de 1.500 años estos fueron testigos del ir y venir de otros pueblos, entre los que destacan los asirios, los babilonios o, por supuesto, los generales de Alejandro Magno.
LO QUE HOY QUEDA DE FENICIA EN EL LÍBANO
Oriente Medio es quizá la región del mundo que despierta más interés entre la comunidad de arqueólogos: por su ubicación estratégica, al conectar tres continentes, ha sido siempre un territorio codiciado por distintos pueblos. Como resultado de esta condición, hoy quedan en él vestigios que ayudan a reconstruir el pasado no solo de los países que lo conforman, sino también de la historia de la civilización en general.
A pesar de los múltiples conflictos internos y externos que ha sufrido el Líbano a lo largo de los siglos, y más concretamente desde la proclamación de su independencia en 1946, parte de su patrimonio ha podido conservarse: en cuanto a la huella dejada por los fenicios, el yacimiento más destacado es la necrópolis de Al Bass, que constituye el cementerio más extenso de esta civilización, como también las ciudades de Baalbek, Biblos y Tiro, todas declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO.
Sin embargo, esto ha sido posible gracias al compromiso de arqueólogos de diversos lugares del mundo: en 1997, el Ministerio de Cultura libanés convocó a varias universidades, como la Pompeu Fabra de Barcelona, en el marco de un proyecto para recuperar el patrimonio perdido durante 20 años de guerra civil, lo que evidencia la elevada urgencia de salvaguardar esa herencia material que representa el único portal para acceder a estos relatos del pasado.
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